Por Gonzalo Durán/Investigador de la Fundación SOL
De acuerdo a las últimas cifras dadas a conocer por el INE, en el trimestre recién pasado la tasa de desempleo bajó a 7,6% y los empleos creados en el año ya suman 315 mil. Visto así, como titulares, parecen grandes noticias. Sin embargo, cuando se analizan en detalle las características de estos nuevos puestos de trabajo, asoma una profunda y creciente precariedad. Una burbuja laboral que las autoridades, en vez de celebrar, debiesen analizar.
En primer lugar, del total de puestos de empleo creados, un 65% proviene de la autogeneración, es decir, son empleos independientes o también llamados por cuenta propia. Estamos hablando del vendedor de helados, del limpiabotas, del vendedor ambulante de periódicos, del comerciante de sushis callejero, del señor del carrito de maní y del mote con huesillos y de todos quienes encontraron en la celebración del Bicentenario una gran oportunidad para salir a la calle a ofrecer algún producto nacional. Es más, hasta los reducidores de especies cuentan como ocupados, en la medida que venden el producto y obtienen un ingreso por él (y, claro, consideran aquello como un trabajo). También cuentan los maestros, albañiles, y todos aquellos que de forma independiente han encontrado trabajo con la reconstrucción post-terremoto.
El trabajo por cuenta propia es de baja calidad pues no tiene lo que se llama un “anillo de protección laboral”: seguro de cesantía, cotizaciones previsionales y de salud, seguro de invalidez y sobrevivencia. Tampoco se accede a condiciones de higiene y seguridad básicas, como un baño; ni se dispone de un Código Laboral que articule derechos y menos aún de un salario mínimo, pues en estricto rigor estos trabajadores y trabajadoras no reciben sueldo a fin de mes (todo lo que producen y venden lo ganan, pudiendo percibir desde $1 peso hacia arriba). Por supuesto tampoco tienen vacaciones con goce de remuneración y menos aún licencias médicas en caso de enfermarse.
Al ahondar en el número de horas trabajadas por estos nuevos trabajadores auto-empleados, se constata que un 46,1% del total (93.637 personas) labora 2 horas al día. Todavía más, cerca de 155 mil personas (77%) trabaja no más de 3 horas diarias. Visto así, es factible concluir que se trata de empleos pasajeros y frágiles, que difícilmente pueden constituir una solución al problema de la cesantía en Chile.
Para muchos de los encuestados, el trabajo que tienen es el que encontraron, y no al que aspiran. De hecho, alrededor de 75 mil trabajadores por cuenta propia son explícitamente subempleados, es decir, tienen el deseo de trabajar más y están disponibles para ello. Solo que no han encontrado las oportunidades que buscan.
El subempleo es considerado por la OIT una condición de precarización. La informalidad en estos términos también.
Veamos qué ocurre con los asalariados, quienes dependen de un empleador. Aquí tampoco hay buenas noticias. Si se revisan los datos, se aprecia que en lo que va del año se han creado 14 mil puestos de este tipo. Sin embargo, en el mismo período de 2009, se habían perdido más de 118 mil puestos de trabajo en las empresas. De ahí que lograr una recuperación de 14 mil parece una meta bastante mediocre. Más bien es una señal de alarma: algo pasa en las empresas que no están contratando más personas y el gobierno parece no tener una política respecto al empleo privado.
Los números engañan, esconden. Crear más de 300 mil puestos de trabajo y tener una tasa de desempleo de 7,6% no es necesariamente una buena noticia. Hay que hacer cantar las cifras para sacar conclusiones sobre la política pública. El resto es política comunicacional.
Para leer más sobre la calidad del empleo en Chile, puede bajar la última Minuta de Empleo de la Fundación SOL