Y la crisis una vez más...
Por Gonzalo Durán/Investigador Fundación SOL El jueves y lunes negro encabezados por Estados Unidos evidencian algo más que una simple desaceleración de la economía-mundo. Muestran una crisis más profunda, que crea una olla de presión social que ya no se contiene. La financiarización hace tambalear los esquemas clásicos de la economía. Hoy y como nunca antes se había visto, la especulación financiera –expresión culmine del sistema capitalista– ha llevado a las economías al borde de la completa banca rota. El modo de acumulación asentado en la especulación financiera, por un lado, y en la desestabilización y pérdida de capacidad de mercado de la mano de obra, por otro –lo que algunos han llamado modo de acumulación flexible– deja un rastro de desequilibrios difíciles de camuflar. Reagan cortó la regulación al sistema financiero que Roosvelt había implementado durante los años 30’ mediante el New Deal, disparando el volumen de riqueza sin repartir e incrementando desproporcionalmente los riesgos de colapso en las finanzas. Eso llevó a gobiernos sucesivos a generar formas de salvataje desesperadas. La crisis se hizo evidente desde el 2007 y Estados Unidos le hizo frente con más de lo mismo: medidas anti-cíclicas como mayor crédito y transferencias sociales, insuficientes en una economía tan interdependiente, desigual, endeudada e hipertrofiada en su aparato financiero. Le faltó audacia a su élite para visualizar medidas más autocastigadoras que contuvieran por más tiempo el colapso. Convenientemente, ésta fue y sigue siendo corta de vista, miope. Hoy, los liberales rápidamente buscan explicaciones ligadas al exceso de gasto, y aún son muchos quienes comulgan con la teoría del chorreo y asumen que la mejor solución es una mezcla de crecimiento económico y más puestos de empleo, poniendo la distribución del ingreso y la regulación de los mercados en un segundo plano (en Chile el nuevo ministro de Economía, Pablo Longueira mostró la ya obsoleta receta). Las consecuencias se palpan y la curva invertida de Simon Kuznets[1] se queda sólo en los manuales de economía. En Estados Unidos, la brecha entre el crecimiento de la productividad del trabajo y las compensaciones se ha hecho cada vez mayor. Esta apropiación del excedente productivo no remunerado (EPNR) se da con mayor probabilidad en contextos donde la acción sindical es débil. En efecto, en Estados Unidos, la des-sindicalización ha tenido una clara tendencia desde fines de los 70’. De hecho, de acuerdo a los datos del Economic Policy Institute, durante las últimas tres décadas la velocidad de des-sindicalización ha aumentado progresivamente ((décadas y tasas de sindicalización) 70’ à 24,5%; 80’ à 18,5%; 90’ à 14,5%; 00’ à 12,6%). Ello se ha traducido en un incremento de la desigualdad y una des-regulación de las relaciones de trabajo. La fase actual de financiarización muestra, en Estados Unidos y también en Europa, una tendencia hacia la descentralización en la fijación de los salarios colectivos, movimiento acomodaticio que desde la clase empresarial y política busca apagar el fuego de la crisis con mayor flexibilidad laboral. Es lo que pretende aplicar hoy el Gobierno italiano de Berlusconi. Paraísos fiscales y una financiarización que no se toca generan cada vez con mayor frecuencia el fenómeno de los temidos Bear Markets o jornadas negras en las bolsas bursátiles. La escuela francesa de la Regulación, la de Aglietta, Freysennet, y Boyer, apuntaron en su tiempo al rol de las instituciones, como forma de ponerle coto al laissez faire del sistema neo-liberal. En este marco, la importancia de la negociación colectiva de alta cobertura para capturar las ganancias del trabajo es un requisito básico que necesita ser revitalizado. A ello se agrega el papel de la redistribución, aguas por las cuales han navegado economistas como Atkinson y Piketty, quienes han publicado verdaderos best sellers sobre la inequidad que afecta a los países capitalistas y la necesidad de redistribuir por la vía de los impuestos a los más ricos. Finalmente, se instala la urgencia por la intervención del sistema financiero a nivel nacional e internacional. Con medidas como éstas, millones de personas podrían vivir una vida más digna, y se podría evitar el exceso de turbulencia de los mercados internacionales, que es lo que más preocupa a los tecnócratas. Pero hay algo más. La crisis actual llama a mirar un poco más alto. Hoy, y así lo muestran las manifestaciones en todo el mundo, la crisis abre un espacio para repensar la estructura económica post-capitalista. Todo apunta, tal como señala Olin Wright (2010) en “Envisioning Real Utopias” que cualquiera sea la alternativa, la clave está en el poder social dónde el protagonista es la sociedad civil, en el empoderamiento del ciudadano ordinario y organizado, el que sale a cacerolear y dice “basta, esto no da más”; en la acción de masas, popular y colectiva. Sería este elemento el principal conductor para cambiar las relaciones de clase y las estructuras de poder en que se fundan. [1] Según Kuznets, la desigualdad económica es rampante en las primeras fases del crecimiento del ingreso, luego, en la medida que las economías crecen, el ingreso comenzaría a “rebalsarse” y a distribuirse disminuyendo la desigualdad. En términos gráficos, la curva de Kuznets se ilustra como una “U” invertida, en dónde el eje de las abscisas (horizontal) mide el ingreso y el eje de las ordenadas (vertical) la desigualdad. KUZNETS, S (1954). “Economic growth and income inequality”, The American Economic Review. Columna publicada en el Blog Red Seca