Por Gonzalo Durán/Investigador Fundación SOL
Uno de los argumentos más utilizados desde la ortodoxia económica y presente en los manuales tradicionales de economía, señala que cuando suben los salarios, hay más circulante en el mercado (más dinero dando vueltas) y por lo tanto las empresas terminan subiendo los precios, produciéndose la temida inflación que tanto afecta a las clases más modestas y a la economía en general. El corolario de este argumento es uno solo: es mejor congelar los salarios para siempre, así no se introducen presiones dañinas.
Son estas las razones que por estos días se escuchan de boca de la experticia económica a raíz de la discusión del salario mínimo. Pero se trata de explicaciones que se basan en el mito de que un aumento en el salario mínimo hace que todos paguen un precio muy alto. Veamos cómo opera.
Primero, nos enfrentamos al mito de que al aumentar los salarios aumenta el circulante, cuando en verdad lo que crece es la participación del trabajo en la distribución. En palabras de Richard Freeman, “los aumentos en el salario mínimo no son mágicos”. En la medida que suceden al interior de un sistema de producción, el capital traslada una parte de sus utilidades a los trabajadores: es tomar el dinero de los bolsillos de unos para ponerlos en los de otros. En otras palabras, si antes la elite empresarial consumía 1.000, ahora consumirá 990 y los trabajadores ganarán 10 (algo que sin duda es insuficiente), pero siguen habiendo 1.000, no es que suba el circulante de la economía. Por otro lado, ¿qué ocurre cuando deja de haber 1.000? ¿Cuando crece la torta por el aumento del PIB? Entonces no se escuchan voces alertando por temor a las presiones inflacionarias. Todo lo contrario, hemos visto cómo las autoridades celebran el crecimiento.
Curiosamente, solo con los temas salariales aparece el verdugo de la inflación. En cambio, cuando se trata de promover el crecimiento, la inflación no se vislumbra en el horizonte: en este caso los expertos tienen bien claro cuál es el rol del Banco Central. Simple, claro y directo.
Segundo, el mayor circulante en el mercado depende mucho más del crédito que otorgan los bancos. Un dato que alumbra este punto tiene que ver con el endeudamiento. De acuerdo a la última Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, los 4 primeros quintiles, es decir el 80% de los hogares, gastan más de lo que ganan, y la situación es particularmente dramática en el quintil más pobre, donde se gasta un 75% más de los ingresos (versus el quintil más rico, que es el único que gana más de lo que consume). Los aumentos en el circulante por la vía de créditos han sido una constante en los últimos años y todo indica que van en aumento (como lo corrobora el caso de La Polar). Gran parte de ello, evidentemente, se debe a los bajos niveles salariales que exhibe nuestro país. De igual modo que aparecen empresarios preocupados por las consecuencias inflacionarias de un aumento salarial, ¿vemos a los banqueros llamando a evitar el endeudamiento para contener la inflación?
Tercero, hay mucho mayor riesgo de inflación cuando el Estado asiste con respirador artificial a las empresas para que éstas no paguen de su bolsillo los salarios. En efecto, siguiendo nuestro primer argumento, un aumento del salario mínimo afecta la distribución capital – trabajo (igual cosa con los aumentos salariales que se obtienen por negociación colectiva), pero el circulante no necesariamente aumenta. Ahora, no pasa lo mismo con el “Ingreso” Ético familiar, donde efectivamente sí se introduce más circulante a la economía a través de recursos que no provienen de los factores mismos de producción, sino del Fisco. En ese sentido, la negociación colectiva y los salarios mínimos son más beneficiosos para los inmaculados equilibrios macroeconómicos.
Vemos entonces que tras la fachada de experticia y neutralidad, lo que ocurre en realidad con las alarmas inflacionarias de los economistas, es una selección de argumentos a conveniencia que esconden un interés político. Tengamos cuidado con los testaferros del poder y los estrechos ángulos de la economía ortodoxa.
Columna publicada en Ciper