Salario mínimo, muy lejos del sueldo vital

Columna de opinión en Blog La Tercera el 01/07/2012

Por Gonzalo Durán, investigador Fundación SOL

Corría el mes de Febrero del año 1937 y en Chile se promulgaba la Ley que dio origen al hoy llamado sueldo mínimo. Se llamaba Sueldo Vital, entendiéndose este como “el necesario para satisfacer las necesidades indispensables para la vida del empleado, alimentación, vestuario y habitación; y también las que requiera su integral subsistencia” (Ley 6020, disponible en Ley Chile.cl) Han pasado exactos 74 años y hoy el concepto se encuentra absolutamente desnaturalizado. El mínimo no es vital. Se llama mínimo, pero, ¿Mínimo para qué? De acuerdo a la última encuesta CASEN 2009, las personas que ganan el salario mínimo se sitúan en los grupos socioeconómicos más pobres, con un promedio de 3,73 personas por hogar y sólo 0,9 trabajando. En este contexto, parece realista verificar el poder de compra del salario mínimo suponiendo que será distribuido en una familia de 4 personas que depende del trabajo de sólo una de ellas.

Considerando la actual línea de la pobreza, equivalente a 2 canastas de alimentos y que a precios actuales bordea los $70.000, un salario mínimo de $172.000 sólo cubre un 61% de la línea de la pobreza para una familia de 4 personas. Por ejemplo, una familia de 4 personas que no tiene deudas y recibe subsidio íntegro para pagar su cuenta de agua potable y 100% de gratuidad en prestaciones de salud, con $172 mil al mes, sólo podría pagar un arriendo de una pieza, comprar 1 kilo de pan al día, la persona que trabaja podría tomar micro o metro ida y vuelta todos los días, pagar una cuenta de luz básica y comprar 10 litros de leche y 5 litros de parafina. Así pues, para el caso chileno puede verse que estos salarios tienen un nexo indiscutible con la pobreza, con el fenómeno de los “trabajadores pobres”. Y es que aquí las evidencias sobran: del total de pobres e indigentes, el 20% trabaja, porcentaje no menor considerando que se trata de cerca de 500 mil personas. De ellas, cerca del 72% lo hace en empresas privadas o para el Gobierno, es decir como asalariados. ¿Cómo será trabajar en una empresa donde indigentes y súper-millonarios (que obtienen 800 veces más de ingresos, CASEN 2009), comparten identidad y derrochan energías para un mismo patrón? Es un insulto al trabajo y contra de la pregonada igualdad.

En esta tremenda y obviamente injusta realidad, el salario mínimo tiene un rol protagónico: 7 de cada 10 trabajadores pertenecientes a los hogares más pobres de Chile (el 1° decil), gana el mínimo o menos. Otra fatídica conclusión, posible de detectar a través de un ejercicio econométrico con la CASEN, indica que, entre 2006 y 2009, la probabilidad de ser pobre aumenta en un 21% (ceteris paribus) cuando se gana el mínimo o menos. En tal sentido y de continuar la tendencia seguimos a tranco firme por la ruta de la injusticia.

Los datos son elocuentes, no aceptemos el chantaje del riesgo de desempleo ni de las presiones inflacionarias (ver Informe Fundacion SOL), Chile es el país más desigual de la OCDE, y el único de este club dónde el salario mínimo es un salario de hambre que no cubre las canastas de necesidades básicas para una familia promedio. Es también el único dónde indigentes y súper millonarios trabajan juntos en una misma empresa como si todo fuese normal.