Publicada en El Mostrador el 13 de julio 2017
Por Marco Kremerman, investigador Fundación SOL
Para ser mínimamente coherentes, el Salario Mínimo debería estar por sobre la línea de la pobreza que el propio país ha establecido como un estándar básico de reproducción para un hogar promedio. Si en un hogar dos personas desean trabajar, bienvenido sea si es una decisión voluntaria, pero si esto pasa a ser una acción involuntaria de sobrevivencia, entonces quiere decir que obedece a un problema de atraso salarial que enfrenta Chile.
El 1 de julio, se reajustó el Salario Mínimo en 6 mil pesos, pasando de $264.000 a $270.000, lo cual corresponde a un aumento de 2,3%. Con este incremento, el valor de 1 hora de trabajo alcanzaría los $1.400, lo que representa un aumento de 31 pesos por hora.
Si se descuenta la inflación del período (1,1%), el reajuste en términos reales fue solo de 1,2%, vale decir, un poco menos de 3 mil pesos. En tanto, el aumento del valor de 1 hora de trabajo, en términos reales, fue de 15 pesos.
De esta forma, lo que hoy recibe por cada hora trabajada una persona que gana el mínimo, ni siquiera alcanza para ir y volver al trabajo, considerando la tarifa en hora peak del metro.
El objetivo de la política de Salario Mínimo a nivel mundial es establecer un valor que permita "al menos" satisfacer las necesidades básicas del trabajador(a) y su grupo familiar e impedir que las empresas paguen sueldos que comprometan la integridad y la reproducción de los mismos. Aquellos países que no tienen Salario Mínimo legal presentan un Modelo de Relaciones Laborales, con negociación colectiva por rama y pleno derecho a Huelga y, por tanto, en la negociación directa entre capital y trabajo se establecen los mínimos civilizatorios.
En Chile, la política de Salario Mínimo nace en 1937 bajo el nombre de Sueldo Vital, cuyo propósito justamente era permitir la reproducción de las necesidades vitales de la fuerza de trabajo. Sin embargo, a partir de la dictadura, el valor del Salario Mínimo quedó completamente desconectado del costo de la vida y, salvo los reajustes llevados a cabo en 1990 y entre 1998 y 2000, los aumentos que se han realizado durante las últimas tres décadas son alzas marginales en términos reales, que dan por hecho que el mínimo es un valor adecuado para la realidad chilena y que cada año solo debemos realizar incrementos de acuerdo a los aumentos en productividad e inflación.
Además, en nuestro "particular" Modelo de Relaciones Laborales, no se reconoce legalmente la negociación colectiva por rama y se ha permitido reemplazar a los trabajadores cuando se van a huelga (situación que con la reciente Reforma Laboral se esperaba corregir, pero que con la implementación a todo nivel de los servicios mínimos, las adecuaciones necesarias, el aumento del listado de empresas que no pueden irse a huelga y la posibilidad de la compañía mandante de cambiar de empresa contratista cuando sus trabajadores se van a huelga, se continuará arrinconando y desnaturalizando este derecho humano fundamental).
Por tanto, dado que en Chile la negociación colectiva tiene un alcance marginal en términos cuantitativos y cualitativos (pocos negocian y poco se consigue), el reajuste del Salario Mínimo pasa a ser "el" momento para subir los salarios para gran parte de la fuerza de trabajo y "el" espacio para discutir sobre el valor de la fuerza de trabajo en nuestro país y sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo.
No obstante, como ha sido costumbre en el período de transición posdictadura, la elite ha sabido esconder debajo de la alfombra el aspecto medular de esta discusión: ¿por qué Chile tiene un Salario Mínimo que ni siquiera permite cubrir las necesidades mínimas para vivir en Chile? O, en otras palabras, ¿por qué tenemos un Minisalario Mínimo?
Para ello, cada año las autoridades políticas de turno (cuya remuneración equivale a 34 veces el Salario Mínimo) , los empresarios y los economistas del modelo, activan el piloto automático coordinados por una "mano invisible" y despliegan la misma puesta en escena: i) cuando la economía se desacelera o va mal, "no es el momento" de subir considerablemente el Salario Mínimo, ya que no podemos ser tan insensatos de aumentar el costo de contratación en momentos difíciles; ii) cuando la economía va bien, "no es el momento" de subir considerablemente el mínimo, ya que para qué le vamos a poner obstáculos a la economía, que justamente gracias a este camino despejado ha podido dinamizarse. Paciencia, el chorreo ya hará lo suyo.
Además, se suele utilizar como barrera de contención, para los aumentos salariales, la situación de las empresas pequeñas, citando el ya clásico e histórico: "El 80% del empleo lo dan las PYMES". Sin embargo, de acuerdo a la última encuesta de empleo publicada por el INE, correspondiente al trimestre marzo-mayo 2017, solo el 37% del empleo asalariado en Chile se registra en empresas de menos de 50 trabajadores(as), mientras el 46% trabaja en grandes empresas (más de 200 contratados) y 17% en empresas medianas (entre 50 y 199 contratados). Junto a ello, se invisibiliza el hecho de que muchas veces las empresas pequeñas son contratistas, proveedoras o competidoras de las grandes y, por tanto, su condición más desmedrada responde en parte al mal trato que sufren de las grandes empresas que son representadas por los principales gremios empresariales y que curiosamente se transforman en voceras de las pequeñas a la hora de la discusión sobre el Salario Mínimo.
Lo cierto es que, actualmente, Chile ha fijado una línea de la pobreza por ingresos para un hogar promedio de 4 personas en $412.369. Esta cifra supera en un 90% el valor del Salario Mínimo líquido al descontar el pago para cotizaciones ($216.000) y en más de 50% el valor del Salario Mínimo Bruto ($270.000), que ganan aquellas personas que además del sueldo base reciben gratificación legal.
Vale decir, aquellas personas que reciben un Salario Mínimo líquido de $216.000, les alcanzará para ir y volver al trabajo, comprar 1 kilo de pan al día y, con lo que sobra, arrendar una pieza por $143.000.
Entonces, para superar la línea de la pobreza, que solo considera gastos muy básicos para cualquier familia chilena, es obligatorio que al menos 2 personas que ganan el mínimo trabajen.
Para ser mínimamente coherentes, el Salario Mínimo debería estar por sobre la línea de la pobreza que el propio país ha establecido como un estándar básico de reproducción para un hogar promedio. Si en un hogar dos personas desean trabajar, bienvenido sea si es una decisión voluntaria, pero si esto pasa a ser una acción involuntaria de sobrevivencia, entonces quiere decir que obedece a un problema de atraso salarial que enfrenta Chile.
Para comenzar a transitar la ruta de una sociedad decente, todas aquellas personas que trabajan tiempo completo deben poder cubrir, a través de su salario, las necesidades vitales de su grupo familiar.
La política de bonos y subsidios solo debería ser una medida temporal para aquellos hogares que no tienen ingresos del trabajo. Sin embargo, cuando pasan a ser políticas permanentes para contener el valor mínimo de la fuerza de trabajo, estamos ante un Estado Neoliberal que se asocia con el capital y produce como resultado un escenario vergonzoso: el Salario Mínimo en Chile no permite la reproducción mínima de quienes lo ganan y los salarios que se pagan en Chile no alcanzan para vivir en Chile.
Esto no cuadra. Más aún cuando en el mismo país viven 9 familias que integran el ranking Forbes de multimillonarios a nivel mundial, lo que para un país de poca población e ingresos medios, es una desproporción y confirma el hecho de que Chile ha sido un "jaguar" para unos pocos y un "caracol" para su clase trabajadora.