Por Alexander Páez, Investigador de Fundación SOL
Con sorpresa han observado algunos analistas el comportamiento de la tasa de desocupación, a partir de las cifras publicadas el miércoles 30 de septiembre por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), correspondientes al trimestre junio-agosto 2015 de la Nueva Encuesta Nacional del Empleo. Un medio de comunicación plantea que “el mercado laboral sigue dando muestras de resistencia al periodo de desaceleración de la economía” [1]. Tal interpretación se basa en la disminución de la tasa de desocupación anual y trimestral. En un año la tasa de desocupación disminuye de un 6,7% a un 6,46% y trimestralmente cae en -0,11 puntos porcentuales.
En la misma línea la ministra del Trabajo Ximena Rincón plantea que "es una demostración de que los pronósticos pesimistas no se han materializado” [2] y, nuevamente, circunscrito a la baja de la tasa de desocupación. A este respecto, es necesario plantear una reflexión:
La suficiencia de los indicadores utilizados para dar cuenta de un “mercado laboral resiliente”: la tasa de desocupación es un indicador de presión de la oferta de trabajo que no está ocupada. Es decir, de la población en edad de trabajar (15 años y más), que no tiene trabajo, pero ha buscado uno (las últimas 4 semanas de forma activa) y está disponible para comenzar a trabajar (los próximos 15 días). Si alguna de esas dos condiciones no se cumple –ya sea la búsqueda o la disponibilidad en los períodos de referencia ya determinados– pasa a ser parte de la población inactiva. Para establecer la proporción de 6,46% de la tasa de desocupación, el conjunto de la población que cumple con las condiciones ya mencionadas se divide sobre el total de la población económicamente activa, que serían todos aquellos desocupados más todos los ocupados (Esquema 1).
Esquema 1. Componentes conceptuales y empíricos de la tasa de desocupación abierta
De esta forma, lo que nos indica la tasa de desocupación, es la presión laboral abierta por parte de un subconjunto de la población activa económicamente. Existen formas ocultas de buscar empleo, que no se ciñen necesariamente a estas estrictas definiciones, como sucede con el caso denominado “desaliento”. En dicho caso no se busca empleo porque la persona percibe que no encontrará uno o que por sus características personales no se lo darán (edad, salud, trámites, etc.) y la literatura la considera una persona “desalentada”. Si a la ecuación anterior esquematizada le agregamos a la población desalentada podríamos tener un cuadro más completo sobre la presión real para encontrar trabajo en el período, donde la tasa desocupación pasaría del 6,46% al 7,5% (Esquema 2)
Esquema 2. Componentes conceptuales y empíricos de la tasa de desocupación más el desaliento
A su vez, el hecho de ser considerado ocupado estadísticamente, tampoco es signo de resiliencia y buena salud. Tal como se plantea en el esquema 1 el punto (2) de la población económicamente activa es la población ocupada, la cual según el último trimestre corresponde a 7.980.911, que trabajaron por lo menos una hora en la semana de referencia y recibieron un pago en dinero o en especie por ese trabajo. Esto quiere decir, que no serán considerados ni desocupados ni inactivos, todas aquellas personas que hayan trabajado una, dos, tres o más horas semanales, lo cual no es ningún error en términos de estimar productividad laboral, la cantidad de trabajo productivo efectivo en la economía, etc. El tiempo de vida dedicado al trabajo es efectivamente un indicador productivo, pero lo que no es, es ser un indicador suficiente para interpretar resiliencia o sanidad. Es por ello, que la jornada de trabajo es clave para observar problemas de inserción desde este punto de vista.
El subempleo horario o jornada parcial involuntaria es un indicador que sí permite dar cuenta de tal sanidad en la inserción. Se define como todos aquellos ocupados que trabajan jornada parcial (hasta 30 horas en el caso de Chile), requieren trabajar más horas y están disponibles para hacerlo en el período de un mes. Analíticamente este indicador es posible de interpretar desde el punto de vista de la demanda de empleo (tipo de empleos producidos por las empresas), como una subutilización de la capacidad productiva de la fuerza de trabajo, donde no se utilizan en plenitud las capacidades del factor trabajo. Y desde el punto de vista de la oferta de trabajo, como un indicador de calidad del empleo en relación al pleno uso de las horas de trabajo que una persona requiere para solventar su vida de forma digna y suficiente.
Al parecer, el subempleo ha sido una forma permanente de contener el alza de la tasa de desocupación, en un “mercado laboral” que está lejos de ofrecer sanidad o resistencia. Más bien ocurre que la flexible fuerza de trabajo resiste los embates de una economía poco productiva y que no privilegia la calidad de sus trabajos.
En el último trimestre publicado por el INE, la cifra de subempleo llegó a 697 mil personas, correspondientes a un 52% de la población que trabaja jornada parcial, siendo más relevante proporcionalmente para los hombres que tienen un 57% de subempleo, aunque las mujeres no lo hacen nada de mal con un 49%. El promedio OCDE es de 21% [3], y son cuatro países los que superan a Chile: Grecia (67,7%), Italia (63,3%), Eslovaquia (63,4%) y España (64,6%). Todos estos países se encuentran actualmente en crisis económica y previo a la crisis, para el año 2007, tenían indicadores menores al 40%, excepto Grecia, que de todas formas era menor al 50%.
Desde el trimestre septiembre-noviembre 2011 que no se encontraba una cifra tan alta de subempleo en Chile, cuando alcanzó a los 711 mil subempleados. Entre junio-agosto 2014 y junio-agosto 2015 el subempleo creció en un 2,6%, mientras que la desocupación cayó en un -1,5%.
Este tipo de inserción laboral, a medias entre estar ocupado y desocupado (ya que se presiona de todas formas por más horas de trabajo), también debe incorporarse a los problemas de presión laboral de la oferta de trabajo, que es lo que, se supone, refleja una tasa de desocupación. Si al cálculo de la tasa de desocupación se incorpora (además de la población desalentada) la mitad de las personas subempleadas, es decir, 348.359 personas, lo que en Fundación SOL se denomina Tasa de Desempleo Integral (TDI) [4], esta quedaría en 11,5%.
La desocupación de esta forma aumenta en un 80%. Los indicadores que se han presentado son utilizados internacionalmente para monitorear de forma más compleja situaciones diversas de desocupación o inserción endeble. En el Chile actual utilizarlos tiene pleno sentido, pues es insuficiente utilizar la tasa de desocupación para dictaminar que el “mercado laboral ha resistido” la desaceleración, sobre todo, si se toma en cuenta factores estructurales de inserción, como el hecho del aumento exponencial de jornadas parciales en los últimos 25 años.
Si utilizamos el caso de los hombres, para el año 1990 en promedio el 7,1% de los ocupados se desempeñaba en jornadas de hasta 30 horas de trabajo efectiva, el promedio para el 2015 hasta el momento es de 21,4%. Pasando de 217 mil ocupados promedio en 1990 a 1.010.457 para 2015 (utilizando el promedio del primer semestre), es decir, un aumento del 357%.
Al parecer, el subempleo ha sido una forma permanente de contener el alza de la tasa de desocupación, en un “mercado laboral” que está lejos de ofrecer sanidad o resistencia. Más bien ocurre que la flexible fuerza de trabajo resiste los embates de una economía poco productiva y que no privilegia la calidad de sus trabajos.