Publicada en El Desconcierto el 18 marzo 2020
Por Andrea Sato Jabre, investigadora Fundación SOL
En el último estudio de Fundación SOL “No es amor, es trabajo no pagado” exploramos quienes realmente cuidan a los niños y niñas. Del total de los hogares con jefatura femenina, un 31% son hogares nucleares monoparentales; esto significa que son madres solteras, divorciadas, separadas o viudas, que sostienen la mayoría de los cuidados de sus hijos/as, son estas mujeres las que provisionan el hogar de ingresos, bienes, servicios y cuidados. Al observar la pobreza de estos hogares, nos damos cuenta que casi la mitad (44,7%) son pobres de ingresos. Estas mujeres, jefas de hogar, están obligadas a buscar redes de contención y cuidados entre vecinas o familiares, porque no les alcanza para emplear a otra mujer que cumpla con las labores de cuidado.
El Covid-19 o Coronavirus, como toda Pandemia, ha desajustado los modelos de vida a los que estábamos acostumbrados/as. El virus que se extiende por todo el planeta ha provocado la caída de la bolsa, el alza del dólar y la especulación financiera en los mercados globales y locales; además, ha desestabilizado los mercados internacionales, obligándonos a observar toda esa parte “invisible” que posibilita la actividad financiera- Esta crisis sanitaria puso en evidencia lo que parte del feminismo viene considerando como central para repensar un proyecto que tenga a la vida en el centro: todos y todas somos interdependientes.
Como seres humanos, somos altamente vulnerables, por lo tanto, necesitamos de otros humanos, de bienes y servicios para sobrevivir y de cuidados permanentemente. Nuestros procesos sociales y vitales están anclados a la reciprocidad con otras personas y con la tierra como organismo vivo. La gestión de la vida siempre ha sido colectiva, no existe ser humano que no haya necesitado cuidados en algún momento de su ciclo vital y que no los haya entregado a otros/as, las personas tejemos hilos y redes de interdependencia, en las familias, los hogares y la comunidad, esto posibilita nuestra existencia.
¿Qué pasa en un modelo que pone a los mercados en el centro y no a la vida? El gobierno de Chile ha sido negligente con diversas medidas y ha decidido no priorizar el cuidado colectivo lo que se puede observar en el gabinete de turno con dichos como el del Ministro Mañalich, que no consideraba razonable la suspensión de clases con el virus en su fase 3; o el de la Ministra Zaldívar que establece que es central que los trabajadores lleguen a su lugar de trabajo, indistintamente la magnitud que está tomando el virus.
Finalmente, algunas medidas de cuidado se han tomado, como la suspensión de clases, pero con esas decisiones vienen preguntas que no iban a tener respuestas desde un gobierno ciego a lo esencial de los cuidados en la base de la reproducción de la vida ¿Quién cuida a niños, niñas y adolescentes que no van a asistir a clases? la ordenación patriarcal de la sociedad ha dado la respuesta: las mujeres de diferentes edades han sido y serán las encargadas de los cuidados.
En el último estudio de Fundación SOL “No es amor, es trabajo no pagado” exploramos quienes realmente cuidan a los niños y niñas. Del total de los hogares con jefatura femenina, un 31% son hogares nucleares monoparentales; esto significa que son madres solteras, divorciadas, separadas o viudas, que sostienen la mayoría de los cuidados de sus hijos/as, son estas mujeres las que provisionan el hogar de ingresos, bienes, servicios y cuidados. Al observar la pobreza de estos hogares, nos damos cuenta que casi la mitad (44,7%) son pobres de ingresos. Estas mujeres, jefas de hogar, están obligadas a buscar redes de contención y cuidados entre vecinas o familiares, porque no les alcanza para emplear a otra mujer que cumpla con las labores de cuidado.
Las mujeres mayores cumplen un rol fundamental en este sentido ya que son parte del tejido sempiterno de mujeres que garantizan cuidados para otras mujeres de forma gratuita, en el citado estudio se observa que las mujeres entre 46 y 65 años que realizan trabajo voluntario para otros hogares, en promedio dedican 3,5 horas a esta actividad diariamente, estas actividades son principalmente el cuidado de niños/as y personas dependientes. Pero, ya sabemos que estas mujeres mayores son la población en riesgo, entonces ¿Quién cuida de estas mujeres cuando ellas no pueden cuidar?
Es en este punto cuando observamos que el modelo capitalista y patriarcal tiene una fisura irreparable, y que en escenarios como estos se vuelve evidente. Es la cadena invisible de cuidados la que sostiene este modelo económico el cual se basa en la explotación del trabajo de cuidados gratuito de las mujeres, dejando en evidencia la interdependencia que tenemos como humanos.
Ante un Estado que toma medidas ineficientes, personas que no pueden ser cuidadas por la población de riesgo, mujeres asalariadas empobrecidas y sin medidas de resguardo laboral que aseguren su empleo, con servicios médicos privatizados y colapsados, pensar en nuevas formas de gestionar los cuidados es urgente. La mayora radicalidad ante este escenario es resguardar a las personas que históricamente han cuidado y hoy no pueden hacerlo; madres, abuelas, vecinas, tías y hermanas que han velado por el bienestar de familias completas hoy se enfrentan a las negligencias del mal gobierno; nuestra respuesta es correr los márgenes de lo posible y pensar desde las comunidades, como nos cuidamos para resistir la peor virulencia de los últimos siglos: el sistema de acumulación capitalista.