Publicada en The Clinic el 21 de mayo 2011
Por Marco Kremerman, investigador Fundación SOL
Hace algunos días atrás, nos encontramos con la lamentable noticia de que subiría el precio del pan, alimento fundamental para muchos hogares chilenos. Como era de esperar, las reacciones inmediatamente se hicieron sentir, sin embargo impactaron por sobretodo las palabras de las autoridades económicas y el tratamiento que dieron de la noticia algunos medios […]
Hace algunos días atrás, nos encontramos con la lamentable noticia de que subiría el precio del pan, alimento fundamental para muchos hogares chilenos. Como era de esperar, las reacciones inmediatamente se hicieron sentir, sin embargo impactaron por sobretodo las palabras de las autoridades económicas y el tratamiento que dieron de la noticia algunos medios de comunicación.
En primer lugar, el Ministro de Economía, nos aseguró que esta alza de precio iba a poder ser soportada por los chilenos, ya que los precios de otros bienes y servicios no habían subido y además se estaban creando muchos empleos (casi medio millón), lo cual permitiría enfrentar el aumento en el costo de la vida que generaba el alza en el precio del pan.
Al otro día, el Ministro de Hacienda, celebraba que en el mes de marzo la economía chilena había crecido un 15,2%, de acuerdo al índice mensual de actividad económica (IMACEC) y en comparación con el mismo mes del año anterior (marzo 2010). Posteriormente, descartó posibles presiones inflacionarias, ya que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) para el mes de abril fue de un 0,3%, situándose algo por debajo de la expectativas.
En resumen, el mensaje era el siguiente: Si se han creado 487 mil empleos en los últimos 12 meses, la inflación está controlada y la economía crece fuertemente, no queda nada más que celebrar.
Sin embargo, Chile no es un producto en serie, no es un commodity, más bien es un país bastante especial, con altos niveles de concentración económica y una excesiva desigualdad en los ingresos. Recordemos que según la encuesta Casen 2009, 7 de cada 10 trabajadores asalariados privados reciben un ingreso inferior a $300 mil por su ocupación principal y que mientras el ingreso autónomo (el que se genera por el trabajo principalmente) por persona en el 10% de los hogares más pobres bordea los $15 mil, en el 10% de los hogares más ricos se acerca a $1,2 millones, vale decir, 80 veces más.
Muchas personas se preguntan, ¿Si Chile está creciendo, por qué esto no se nota en mi bolsillo?, ¿ a dónde se va ese crecimiento entonces?, ¿por qué siento que el costo de la vida es cada vez más alto y me rinde menos la plata en el almacén o en el supermercado?.
Señor, señora, no le haga caso a los economistas y a los políticos, usted tiene la razón, no es su imaginación. Lo que sucede es que cuando Chile crece sólo un grupo selecto (las grandes empresas, los inversionistas, los altos ejecutivos) se ve beneficiado por ese crecimiento. Cuando el IPC no aumenta tanto, pero suben los precios de bienes de primera necesidad, usted igual enfrenta un alza considerable en el costo de la vida, ya que hay muchos precios de otros bienes que se mantienen o bajan, pero que no forman parte de su gasto familiar.
Cuando baja la tasa de desempleo o se informa que se han creado más empleos, gran parte de ellos son precarios e inestables y tal como usted debe estar pensando, no es que le subieron su sueldo, ni que le hicieron un contrato indefinido.
Algunos meses después de que estallara la reciente crisis financiera mundial, las autoridades de algunos países hicieron un tibio mea culpa, porque no pudieron anticiparla, ya que los indicadores convencionales mostraban que la economía iba por buen camino.
La señal fue que nunca más había que fijarse en el PIB para determinar si un país iba por una buena senda, sino que lo importante era el cómo se crece. O sea, fijándonos en el endeudamiento de las personas, en el daño al medio ambiente o en los indicadores que miden calidad de vida.
Bueno, la misma lección deberíamos sacar en Chile, antes que nos enfrentemos a consecuencias sociales lamentables. No importa cuánto se crece, si seguimos siendo tan desiguales. No importa cuántos empleos se crean, si estos son temporales y de dudosa calidad.
Lo importante es que se refleje en el bolsillo de todos los chilenos. Aquellos chilenos, que en su mayoría manejan un presupuesto limitado y que no consumen el pan de cada día por tener malos hábitos alimenticios (como en algunos medios se comentó), sino que debido a que el pan puede quitar el hambre a un menor costo en relación a otros alimentos más saludables.