Ojalá nadie trabajara los domingos
Por Valentina Doniez /Investigadora de la Fundación SOL Al igual que ocurrió para los feriados del Bicentenario, se ha iniciado una campaña del terror contra la moción presentada por 10 parlamentarios que pretende que los establecimientos comerciales de más de 1000 metros cuadrados cierren obligatoriamente los domingos y feriados ¿Qué es lo que se plantea en la nueva cruzada? Lo mismo de siempre: que como consecuencia de esta medida el país tendrá enormes pérdidas económicas; que habrá problemas de abastecimiento; que la iniciativa es un atentado a la libertad de elegir del cliente o a la libertad de trabajar. Si hacemos un poco de memoria, podemos recordar que hasta mediados de los ‘90 buena parte del comercio cerraba los domingos y las personas se adaptaban perfectamente a ese hecho. Fueron las grandes cadenas del retail las que, tras asociarse al negocio de los mall, forzaron la apertura del comercio los 365 días del año. Luego inventaron las “ventas nocturnas”, que retrasan el cierre de los locales hasta pasadas las 11 de la noche. Ahora,  ¿quién gana con tener los negocios abiertos casi siempre? En los últimos 5 años las utilidades de las empresas del retail se han disparado explosivamente, mientras los sueldos de sus trabajadores, que bordean los $300.000 promedio, han ido a la baja. Se suele argumentar también que los días domingo trabaja un grupo que necesita este tipo de oportunidades: jóvenes que estudian en la semana, personas que requieren de un segundo ingreso. Es muy atendible la situación de estos trabajadores, sin embargo, lo que no se plantea es que en torno a estos grupos existe un círculo de precariedad que los fuerza a trabajar esos días. El círculo empieza en los bajos sueldos que perciben y termina en la costosa educación superior que tienen que pagar. Cabe señalar además que según la NENE (Nueva Encuesta Nacional de Empleo), el 55% de las personas que trabajan en ese tipo de jornada no lo hace de manera voluntaria. Es decir, el trabajo que tienen no es el que buscan. Para que este debate sea constructivo también es interesante desenmascarar casos que se utilizan como caballitos de batalla. “Si se trabaja un domingo, se da un día libre en la semana. Hay mujeres que prefieren eso, ya que no tienen con quién dejar a sus hijos”, afirmó Susana Carey, presidenta de la Asociación de Supermercados. Sin embargo, su razonamiento es complejo. Primero, porque en la semana esas madres debiesen acudir a las Salas Cuna que por ley deben proveer las empresas a sus hijos hasta los 2 años. Ahora, si el problema es la oferta de cuidado infantil para los niños mayores, bueno, eso no tendría por qué “solucionarse” promoviendo el trabajo precario de las madres los fines de semana. Por último, cabe señalar que el descanso del domingo es uno de los muchos temas vinculados a la jornada que afectan a los trabajadores del comercio. Por ejemplo: no les contabilizan como trabajado el tiempo que destinan a ponerse el uniforme. En el caso de las cajeras, no se les respeta un tiempo de descanso dentro de su jornada y aún existen ilegalmente turnos cortados (con un espacio de más de 1 hora entre la jornada de la mañana y la de la tarde), principalmente para promotoras. Esto hace que las “materias de jornada” concentren el mayor porcentaje de multas a las grandes empresas del retail. De hecho, sólo en Cencosud, hubo 395 sanciones entre 2004 y 2009. Los trabajadores consiguieron con sus históricas luchas un día de descanso a la semana, y más allá de que sea domingo por un asunto de raigambre religiosa, es defendible que se trate del mismo día para todos, pues así se puede compartir con la familia, los amigos, o con quien la persona quiera. El argumento que debemos poner sobre la mesa, más allá de cerrar o no el comercio el domingo, es la calidad de vida de los trabajadores y cómo pensamos en formas de trabajo que vayan en esa línea. Quienes están por la campaña del terror no quieren ningún feriado, ningún derecho, ninguna “rigidez” que pueda ponerle freno a la omnipotente gestión de la empresa. Ojalá algún día nuestros grandes empresarios, además de preocuparse del crecimiento económico y la rentabilidad, tengan en mente que existe un límite para sus intereses: las personas. De no superar el modelo de desarrollo que tenemos, basado en la mantención de competitividad a costa de los trabajadores, seguiremos liderando rankings de desigualdad y enfermedades mentales. Tristes galardones para un país que sueña con ser desarrollado.