Publicada en El Desconcierto el 10 de marzo 2020
Por Andrea Sato Jabre, investigadora Fundación SOL
Al observar sólo el Trabajo no remunerado de las Mujeres más empobrecidas (primer quintil), se pesquisa que en una semana tipo (lunes a domingo) dedican 45,2 horas a Trabajo doméstico, de cuidados o trabajo voluntario. Al compararlo con las mujeres del quinto quintil, ósea, mujeres que tienen mayores ingresos, se constata que ellas dedican 37,2 horas en labores no remuneradas. Esa diferencia de casi 10 horas responde a que las mujeres en mejores condiciones económicas, pueden transferir responsabilidades domésticas y de cuidado a otras mujeres en peores condiciones económicas que necesitan esos ingresos.
Durante marzo vuelven a florecer cuestionamientos respecto al movimiento feminista y las estrategias que deben seguir en el camino de fortalecer un discurso anti-sistémico que abogue por la transformación estructural de nuestras vidas. Sabemos que cuando los discursos comienzan a hacer sentido a una gran parte de la población son fáciles de ser apropiados por quienes poco y nada tienen que ver con la reivindicaciones que desde los feminismos se han levantado históricamente. Aparecen declaraciones de mujeres como Jacqueline Van Rysselberghe afirmando ser feminista y defendiendo la “igualdad” o de María Pia Adriasola declarando “que esta marcha no representa a todas las mujeres”, refiriéndose a las manifestaciones del pasado 8 de marzo. Pero, en este punto es válido preguntarnos ¿Son todas las mujeres iguales? ¿Buscamos que todas se sientan representadas por nuestras manifestaciones?
Tras la histórica jornada del domingo 8 de marzo, estas discusiones se vuelven centrales para proyectar -desde una perspectiva crítica- una estrategia de lo que hoy es el movimiento social más importante de Chile y la región. Negar la potencia feminista es no comprender los procesos reflexivos que han aportado las feministas a la construcción de nuevas epistemologías y su impresionante avance en la última década, pero, la masividad de cualquier movimiento puede desdibujar las propias fronteras políticas de los sujetos colectivos que han construido los discursos. Posicionar un movimiento feminista con un proyecto emancipatorio es urgente observando la crisis actual del país.
En el último estudio por publicar de Fundación SOL , “No es amor, es trabajo no pagado” profundizamos en las diferencias que existen entre las mujeres de una clase social y de otra, respecto al Uso del Tiempo y la Carga de Trabajo Doméstico y de Cuidados aquellas más empobrecidas respecto a las que gozan de mayores ingresos.
Al observar sólo el Trabajo no remunerado de las Mujeres más empobrecidas (primer quintil), se pesquisa que en una semana tipo (lunes a domingo) dedican 45,2 horas a Trabajo doméstico, de cuidados o trabajo voluntario. Al compararlo con las mujeres del quinto quintil, ósea, mujeres que tienen mayores ingresos, se constata que ellas dedican 37,2 horas en labores no remuneradas. Esa diferencia de casi 10 horas responde a que las mujeres en mejores condiciones económicas, pueden transferir responsabilidades domésticas y de cuidado a otras mujeres en peores condiciones económicas que necesitan esos ingresos.
En este sentido, también vale recalcar que los varones tanto del primer quintil como del último, presentan tan sólo 19,2 horas de Trabajo no remunerado en una semana tipo, esto demuestra que independiente del nivel socioeconómico de los varones, siempre mantienen una carga de trabajo no remunerado bastante inferior en comparación a las mujeres de cualquier nivel socioeconómico.
¿Por qué es importante visibilizar estas discusiones? En primer lugar, para evidenciar que los varones –independiente nivel socioeconómico- en promedio, realizan la mitad de las labores domésticas y de cuidado que las mujeres; en segundo lugar, para entender que no todas las mujeres somos “iguales” y que algunas pueden pagar por labores domésticas y de cuidados empleando otra mujer – muchas veces migrante y racializada- y por último, para entender que la estrategia feminista que busca construir contra hegemonía se debe proponer cimentar alianzas con los sectores populares organizados que empujen transformaciones estructurales tanto en el espacio público como el “privado”. Visibilizar estas tensiones nos propone enormes desafíos para la construcción de un feminismo que considere las múltiples dimensiones de la explotación y la opresión.
Por más que instalen carabineras para “resguardar” el orden público en las calles para el 8 de marzo y nos digan que todas luchamos por lo mismo, nosotras sabemos que no somos iguales, sabemos que nuestras necesidades de cuidado no caben en su propuesta de sala cuna universal, sabemos que para que Van Rysselberghe y Adriasola puedan comentar el acontecer nacional, necesitan emplear a otras mujeres que estén en sus casas realizando las labores de cuidados. La propuesta de los feminismos, es lograr visibilizar la centralidad de las tareas domésticas y de cuidado, relevándolas como prioritarias para el desarrollo de la vida, evidenciando que la gran diferencia entre las mujeres se origina en el trabajo doméstico y de cuidados. Es prioritario empujar a que el Estado, los hogares y las comunidades se hagan cargo del cuidado de todos y todas, mientras estas labores se sigan concentrando en las mujeres más precarizadas las transformaciones estructurales simplemente no son posibles.