Negociación Colectiva de papel
Por Valentina Doniez/Investigadora de Fundación SOL Es una realidad indiscutible que la negociación colectiva en Chile es hoy minoritaria, pero los análisis que pueden hacerse con las cifras son diversos y dependen de cuál es el problema que se reconozca y sus posibles soluciones. Discutir sobre este tema es de gran relevancia puesto que se relaciona con la forma en que se conciben y gestionan los intereses diversos en el país, con nuestro modelo de democracia y si ésta realmente permea el mundo del trabajo. Para algunos, la baja cobertura es signo de que los trabajadores están prefiriendo negociar individualmente, señal de que el sindicalismo no sería la vía. No obstante ¿serán los trabajadores los que están decidiendo libremente no negociar colectivamente sus condiciones o existen otros factores que intervienen y no están siendo consideradas en este razonamiento? Por otro lado, ¿están las condiciones para que se dé efectivamente el tan mencionado Diálogo Social? o, incluso, ¿la colaboración? Hace años que organizaciones sindicales y organismos internacionales (OIT, OCDE) vienen llamando la atención sobre nuestro modelo de negociación colectiva. Éste no se ajusta a la realidad productiva del país – con muchas individualidades jurídicas de menor tamaño integradas en diversas empresas o grupos de empresas- y sus normas restringen ampliamente este derecho. No está de más señalar que fue creado en plena dictadura, bajo el nombre de Plan Laboral, anulando muchos procesos que habían ido construyéndose históricamente. En su sentido ideal, la negociación colectiva sirve para que los trabajadores, representados por organizaciones legítimas, hagan valer sus demandas y su parecer frente a los dueños del capital para así obtener mejores condiciones de trabajo y remuneración, reflejando la riqueza que crean. Se trata de un ejercicio democrático, donde los participantes se reconocen mutuamente y, a pesar de los diferentes intereses, se saben con la capacidad para llegar a un acuerdo común. Un modelo antidemocrático, en cambio, es uno donde una de las partes impone unilateralmente su parecer, que es lo que ocurre mayormente hoy en día. No hay debate, no hay consenso. Por esto, el principal problema es que nuestra negociación colectiva se basa en la impotencia y la imposición. Aquí hay que poner en consideración elementos políticos y no meramente técnicos ni económicos. El trabajador aislado está en desventaja y, a pesar de la cultura individualista promovida hoy en día, la única solución para quien carezca de poder es organizarse. Como dijo el padre Hurtado “Si el trabajador quiere tener participación… no tiene más que un camino: unirse a su compañeros de trabajo.” Es así que surgen los sindicatos como vehículos de poder para los trabajadores, de representación de sus intereses, no como las organizaciones impotentes que muchas veces se ven en la actualidad. Entonces, en Chile no es sólo que la  negociación colectiva sea baja, es que no existe seriamente y esto ocurre porque quienes tienen el poder económico y político no reconocen ese derecho a los trabajadores. No se les reconoce que puedan participar en decisiones económicas. En este marco, es una desfachatez nombrar los beneficios de la adaptabilidad pactada, concepto reciente y eufemístico para referirse a la flexibilidad negociada, ya que el actor laboral está débil y atomizado, fruto de un golpe violento durante la dictadura y de un marco legal totalmente restrictivo. Aquí se busca generar acuerdos de jornada, vacaciones, salarios, se dice que los trabajadores tienen que comprometerse con la empresa pero jamás se ha hablado de incorporar otras temáticas como gratificación, formas de contratación, fórmulas de salario variable, capacitación o muchos otros temas que suelen ser hoy “facultades de administración de la empresa”. En estas circunstancias ¿Por qué los trabajadores querrían siquiera aceptar una negociación? Además, ciertas organizaciones  no negocian porque requieren la venia del empleador (sindicato interempresa) y en muchas otras los trabajadores obtienen poco, sólo lo que el empleador ha dispuesto para maximizar sus utilidades. La ley funciona entonces como un gran desincentivo. Si bien la negociación colectiva podría ser la base de nuevas relaciones laborales, que aporten mejor al desarrollo del país, antes que nada debería reconocerse efectivamente el ejercicio de poder a los trabajadores para que se equilibre su posición en la sociedad. Columna publicada en El Ciudadano