Publicada en El Mostrador el 11 de diciembre de 2014
Por Karina Narbona, investigadora Fundación SOL
Ya sea si se mira el 0,01%, el 0,1% o el 1% más rico, el país se sitúa en el puesto número uno de acumulación de rentas de estos grupos en proporción al ingreso nacional, superando por lejos a Estados Unidos. El estudio también muestra que el 0,01% (equivalente a la población analizada por los Bancos Suizos, cuyos ingresos subieron 15%) gana la notable cifra de $459 millones al mes por persona.
La semana pasada se publicaron los resultados del informe sobre los ultra ricos en el mundo (informe anual de Wealth-X y Unión de Bancos Suizos). Éste indica que la población más rica en Chile aumentó en un 15% su riqueza entre 2013 y 2014, en plena desaceleración.
La espectacular situación de los súper ricos ya la advertía el estudio de los economistas Ramón López, Eugenio Figueroa y Pablo Gutiérrez del año 2013 ("La Parte del León"), que mostró el récord de Chile en el cuadro comparado: ya sea si se mira el 0,01%, el 0,1% o el 1% más rico, el país se sitúa en el puesto número uno de acumulación de rentas de estos grupos en proporción al ingreso nacional, superando por lejos a Estados Unidos. El estudio también muestra que el 0,01% (equivalente a la población analizada por los Bancos Suizos, cuyos ingresos subieron 15%) gana la notable cifra de $459 millones al mes por persona.
Pero lo más relevante no es la espectacularidad del dato, visto de forma aislada, sino el qué sostiene esa acumulación, su vínculo estrecho con la precariedad que aqueja a la mayoría.
Tiene que ver con los resultados de un régimen de acumulación capitalista de cuño financiarizado o neoliberal que se sostiene sobre la base de que el salario sea lo más bajo posible (tanto el salario directo como el salario indirecto o derechos sociales) para agilizar el retorno de capital. Lo que hay, en el fondo, es un deterioro inducido del valor del trabajo que lleva a los trabajadores y a sus familias a endeudarse para resolver sus gastos habituales, entre los cuales cuentan gastos de derechos privatizados como la educación o la salud.
La sustitución de los salarios por deudas es la piedra angular de un crecimiento del sector financiero y de la súper concentración de la riqueza que se observa (también lo es la transferencia de los fondos de pensiones de los trabajadores al capital financiero). Así, no es extraño que en plena desaceleración la Banca obtenga utilidades de$2,1 billones entre enero y octubre de 2014, un 35,12 % más que en el mismo período del año anterior.
Esta financiarización y polarización económica no afecta solo a Chile, es una realidad mundial que se asienta en el despojo del valor del trabajo, pero acá tiene un perfil especial.
David Harvey, reconocido teórico social británico que hace poco visitó nuestro país, entrega una pista al respecto: “Merece la pena recordar”, dice en su libro Breve Historia del Neoliberalismo,“que el primer experimento de formación de un Estado neoliberal se produjo en Chile tras el golpe de Pinochet, [éste] sirvió para proporcionar una demostración útil para apoyar el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo, tanto en Gran Bretaña (bajo el gobierno de Thatcher) como en Estados Unidos (bajo el de Reagan), en la década de 1980. De este modo, y no por primera vez, un brutal experimento llevado a cabo en la periferia se convertía en un modelo para la formulación de políticas en el centro”.
El papel ejemplar y de laboratorio que desempeñó nuestro país en dictadura y que desempeña desde entonces, es quizás conocido, aunque no sobra hilar más fino en una de sus dimensiones: las “siete modernizaciones” que ideó José Piñera entre los años 1979 y 1981 fueron concebidas como hitos refundacionales y apuntaron al corazón de la fuerza de trabajo y a su integración social con el modelo laboral, educacional, de salud y previsión. Pocos saben que en ese proceso el primer paso y más relevante fue anular a los sindicatos (“Plan Laboral” de 1979) para habilitar a los empresarios a funcionar sin contrapeso social.
Pues bien, 35 años después del Plan Laboral de 1979 y de haber consolidado la irrelevancia práctica del trabajador organizado después de la dictadura (hoy la tasa de sindicalización es solo de 14,2% y la de contratación colectiva de 8,4%), estamos en condición de evaluar la desposesión que ello ha provocado desde la perspectiva “privilegiada” que otorga habernos adelantado al neoliberalismo y contar con un modelo ya maduro. Hoy en día:
-El 70% de los trabajadores chilenos obtiene ingresos líquidos menores a $425.000 (Fundación SOL sobre la base de NESI 2013).
-El 90% de las pensiones de vejez que pagan las AFP son menores a $145.000 (Fundación SOL con datos SAFP). En tanto, 10 Bancos y 10 empresas IPSA reciben más de US$40 mil millones de los fondos de los trabajadores como capital (casi cinco veces el monto de la recaudación que generaría la reforma tributaria).
-Hoy solo existe un 37% educación pública, mientras en 1980 era de un 78%.
-Solo un 46,8% del gasto total en salud corresponde a gasto público, a pesar de que la gran mayoría se la población (el 80%) se atiende por el seguro público (Fonasa). (Es el menor gasto público de los 32 países de la OCDE, cuyo promedio es de 72,2%).
En el plano de la experiencia vital, el exceso de horas dedicadas al trabajo y la presión de la deuda (necesarios para compensar los bajos ingresos), los largos tiempos de trayecto, el escaso tiempo de recreación, la espera en los servicios de salud, la educación estrecha y su pesada carga financiera, hacen de la ansiedad y la violencia nuestras formas predominantes de socialización, y muchas veces se descargan explosivamente en focos no originarios del problema: el chofer del Transantiago, algún familiar, el ladrón “hormiga” o el “lanza”.
Ello ocurre mientras los más ricos, quienes se dicen defensores de la vida en asuntos de “agenda valórica”, obstaculizan todo aquello que puede hacer posible que la vida de la mayoría de las personas, desde el nacimiento a la vejez, se desarrolle en condiciones física y psíquicamente tolerables en asuntos básicos como la salud, la educación o la jubilación.
Los derechos sociales, esos que hoy dependen de nuestra capacidad de pago y con los cuales la elite ha formado lucrativos negocios, no son otra cosa, de hecho, que el reconocimiento de requerimientos vitales para la humanidad que sostiene el sistema, son derechos a la vida. Y lo que producen estos sectores bajo dinámicas de acumulación por desposesión, es una negación de la vida (¿tendrá un efecto búmeran sobre la propia elite?)
Como una contribución a denunciar la invalidación de los derechos sindicales y de los sistemas públicos de salud, de educación y de pensiones, y poner a raya la mercantilización de las áreas vitales, Fundación SOL y diversas organizaciones sociales y sindicales están impulsando la Campaña “Que no te vendan tus derechos”. La idea es ir quitándole terreno a la lógica del valor de cambio y construir un espacio básico de soberanía sobre nuestras vidas.