Los indicadores que el gobierno no entrega a la OIT
Por Gonzalo Durán y Marco Kremerman, investigadores de la Fundación SOL Por estos días el presidente Piñera y la ministra del Trabajo se han reunido con el director mundial de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), para discutir sobre la evolución del empleo en Chile y América Latina. El gobierno ha transmitido un mensaje de plena recuperación y se muestra orgulloso por las cifras que presenta Chile actualmente. Recientemente el Instituto Nacional de Estadísticas publicó las cifras de desempleo correspondientes al trimestre móvil agosto-octubre 2010, arrojando una tasa de 7,6%, más baja que la del trimestre pasado (8%) y aún menor que la que se observó durante el mismo trimestre de 2009, en plena crisis económica. La tendencia muestra un descenso constante en el número de personas desempleadas, lo que sin duda es una muy buena noticia. Sin embargo, en paralelo, ha comenzado a aparecer otro fenómeno, una realidad que a las autoridades y a todos los chilenos debiese preocuparnos: nos referimos al subempleo: todas aquellas personas que trabajan en jornada parcial o algunas horas a la semana y que están dispuestas a trabajar tiempo completo, pero no encuentran un empleo con estas características. De acuerdo a la OIT el subempleo es sinónimo de precariedad. Sobre este proceso, hay dos ámbitos frente a los cuales se debe poner atención: su efecto en las cifras de empleo; y el costo que implica tener un trabajo y sin embargo no poder satisfacer las necesidades de un hogar, que es lo que le pasa a muchos de los subempleados. Sobre el primer punto, un solo dato: de acuerdo a los análisis realizados por la Fundación SOL, mientras el número de desempleados ha disminuido en 90 mil en lo que va de 2010, el subempleo ha aumentado en cerca de un 20%, lo que equivale a 110 mil personas ¿Qué implica esto? Que las personas cesantes en Chile se incorporan al mundo del trabajo, pero bajo condiciones precarias. Entonces, si calculáramos una tasa de desempleo que considerara el subempleo, superaríamos con creces los dos dígitos. Medir este tipo de fenómenos no es un capricho ni una sutileza estadística, sino que se trata de un esfuerzo que todo país debiese hacer para tener un termómetro que refleje el verdadero estado del mundo del trabajo (más aún si se aspira al desarrollo). En 2008, el presidente Sarkozy, disconforme con los indicadores clásicos que miden el comportamiento de la economía, encargó un informe a los destacados economistas y premios Nobel Amartya Sen y Joseph Stiglitz. La conclusión de este documento fue que el PIB u otros indicadores convencionales no permiten establecer si un país tiene una economía sana o enferma. La reciente crisis financiera demostró que mientras casi todos sostenían que la economía avanzaba sólidamente, porque se observaban altas tasas de crecimiento y consumo, la realidad nos golpeó muy fuerte, demostrándonos que este crecimiento no era equilibrado y se basaba en excentricidades del sistema financiero, endeudamiento, déficit y daño irracional al medio ambiente. Los sabios del mercado autorregulado se cegaron y al no dar la alerta fueron cómplices de esta crisis que no se sabe cómo terminará. El desafío de avanzar hacia el desarrollo pasa, entre otras cosas, por medir correctamente los indicadores laborales. Por alguna razón el crecimiento económico (tasas del 6 o 7% durante los últimos meses), al revés de lo que se plantea, no está abriendo oportunidades de trabajo de calidad. No sirve que todos los meses el Gobierno tome la tasa de desempleo que entrega el INE y elabore una estrategia de marketing para comunicar las bondades de esta cifra, si detrás de la caída en la tasa oficial se esconde subempleo, informalidad y alza del empleo por cuenta propia, tal como ha estado sucediendo. Sería una buena oportunidad incorporar todos estos elementos en la agenda del gobierno, aprovechando que en Chile se está llevando a cabo la reunión regional de la OIT para definir la agenda hemisférica en torno al empleo y el desarrollo para los próximos años. Esta columna fue publicada originalmente en el diario electrónico El Mostrador