Publicado por El Ciudadano el 3 de noviembre de 2017.
Los chilenos, los ciudadanos, son lejos los más endeudados en América Latina. No por un especial deleite por el consumo masivo. Más bien, por necesidad, en una sociedad neoliberal que ha entregado todas sus actividades al mercado. Vivir en Chile es una constante operación financiera. No sólo por placer surgen las deudas, también por la educación, la salud, la misma muerte.
El consumo de masas mediante la entrega de créditos es parte de una estrategia propia del capital en su fase neoliberal. Mantener a una población endeudada es, para la ortodoxia del mercado, un estado natural de la economía. Una condición que se extiende y profundiza: integra y absorbe nuevas capas de la población en tanto abulta las deudas en relación con los ingresos. Este proceso es de larga data, con ciertas oscilaciones. Durante los últimos años ha alcanzado nuevas marcas. Si en 2013 el promedio de la deuda en Latinoamérica en relación al PIB era de un 15 por ciento, en 2016 saltó a un veinte por ciento. Un informe preparado por el FMI observa grandes diferencias entre los países de la región. Chile lidera con un 42 por ciento de su PIB, en tanto Argentina se ubica en el último lugar, con apenas un cuatro por ciento. La población chilena, podemos afirmar, duplica los niveles de endeudamiento de Latinoamérica.
¿Qué significa una población altamente endeudada? No necesariamente son créditos hipotecarios o de consumo de bienes. En un país como Chile, que ha entregado todas las actividades al mercado, el endeudamiento está relacionado con la adquisición de productos y servicios de primera necesidad como la salud, educación, vivienda y hasta alimentación. El consumo, por tanto, no es solo obsesión ni deleite, sino una obligación impulsada por los instaladores y administradores del modelo de liberalización de mercados que requiere, para mantener su ritmo, de algún tipo de financiamiento. No puede haber gasto sin ingresos que lo solventen, pero tampoco puede, muchas veces (o la mayoría de ellas), mantenerse sólo con estos ingresos. Deleite o necesidad, el consumo ha de requerir del crédito, del endeudamiento personal, para realizarse. El ciudadano chileno promedio no solo se ha endeudado para adquirir un bien o servicio accesorio o suntuario, lo ha hecho para pagar estudios superiores, para la compra de medicamentos o para la obtención de recursos para el pago de una intervención quirúrgica.
¿Por qué la fruición por el consumo? Acaso sea obligación, pero también es sentido de vida. En este sentido, el consumo es también una simbología que ha venido a reemplazar otros referentes de estatus, como el trabajo o el mismo grupo social. Antes de la ola neoliberal ha sido el trabajo la actividad de mayor generación de identidades. Hoy, en una sociedad que en cierta manera ya ha consolidado la flexibilidad laboral y la precarización del empleo hacia la inestabilidad de esta labor, podemos decir que el trabajo se bate en retirada como elemento identitario, por muchos otros aspectos, entre los que habría que considerar el fin del concepto del trabajador como sujeto social organizado. Queda, en tanto, el consumo como función primordial integradora y otorgadora de estatus.
Aparece, además, otra gran distorsión. Sin empleos estables, sin un escalonamiento salarial sólido, con las desigualdades en el ingreso como marca mundial, las posibilidades de financiar gastos corrientes con el fruto del empleo se vuelven cada vez más difíciles, por lo que surge la figura del crédito, que es una forma redundante de consumo, para financiar la compra de bienes y servicios. Para financiar, en suma, no sólo nuestra creación de identidad e integración social, sino también la subsistencia diaria a través de servicios que fueron otrora derechos adquiridos, como la salud o la educación.
En estricto sentido, nuestro nivel de consumo ha de estar ligado con nuestra capacidad de financiamiento a través del salario. Aumentar progresivamente el ritmo de gasto mediante el crédito, estimulados por la industria de la publicidad y los deseos, es ingresar en un proceso que conduce tarde o temprano al sobreendeudamiento y la insolvencia, fenómeno ya observado en años recientes y vuelto a detectar en estos momentos.
El consumo vía endeudamiento tiene dos caras. Una es la de quien contrae el crédito. La otra está en el sistema financiero, que requiere en forma permanente de la entrega de préstamos para su crecimiento y obtención de ganancias. El sistema financiero, vía créditos, es el combustible para una economía basada en el mercado. Patricio Guzmán, economista y miembro de la Coordinadora NO+AFP, comenta que el bajo crecimiento “para este sistema es dramático. Porque este sistema está basado en la deuda, en el crédito. Una parte importante del dinamismo de la economía chilena tiene que ver con el consumo interno y eso está basado en el endeudamiento masivo de la población. Para que la gente pueda contraer deuda, los que ‘dan’ la deuda tienen que tener la seguridad que se la van a devolver, más los intereses. Y para que eso sea posible, tiene que haber crecimiento. Si no hay crecimiento, esto es como una bicicleta que requiere de una cierta velocidad. Si le disminuyes la velocidad, la bicicleta se cae”.
Para las elites y economistas de la ortodoxia neoliberal, el endeudamiento es parte de la naturaleza del sistema capitalista en su fase actual. Incluso para el Banco Central, que ha comentado los altos niveles de endeudamiento, éste tiene relación directa con el bajo crecimiento de la economía chilena, con el mayor desempleo y el aumento en los trabajos precarios y por cuenta propia. Un fenómeno temporal cuya solución está en el mayor crecimiento.
Morosidad histórica
Un informe periódico elaborado por Equifax y la Universidad San Sebastián entrega cifras inquietantes. Al primer trimestre de 2017, los niveles de morosidad habían alcanzado marcas históricamente altas. Si en 2012 el número de deudores morosos no superaba el millón 400 mil personas, a marzo del año en curso se había elevado a 4,3 millones. ¡Un aumento superior al 200 por ciento en sólo cinco años! De este total, el 40 por ciento corresponde al retail, cuyos intereses son usurarios, y un 30 por ciento a la banca, en tanto el monto promedio adeudado supera el millón y medio de pesos.
La morosidad tiene relación directa con los bajos salarios. Más de la mitad de las personas atrasadas en sus compromisos de pago tienen ingresos entre 225 mil y 500 mil pesos, rango de ingresos que corresponde al promedio de ingresos percibido por los chilenos. Un estudio de la Fundación Sol de marzo pasado concluye que los chilenos perciben 461.951 pesos líquidos al mes por concepto de ingresos asociados a la ocupación principal. “Sin embargo, al inspeccionar la mediana, esto es, el umbral máximo alcanzado por la mitad de los trabajadores, los datos de la Casen 2015 la ubican en sólo 300 mil pesos líquidos mensuales. Dicho de otro modo, la mitad de los trabajadores en Chile percibe menos de 300 mil pesos líquidos”. Una diferencia abismal respecto a la gruesa y engañosa cifra del PIB nacional. Al segregar estos datos, podemos acercarnos aún más a la realidad salarial: el 53,2 por ciento de los trabajadores gana menos de 300 mil líquidos; el 77,9 por ciento gana menos de 500 mil líquidos y sólo el 13,6 por ciento obtiene más de 700 mil.
Estos datos, más los altos niveles de endeudamiento pueden relacionarse con la calidad de vida y el empleo. Cabe recordar que Chile tiene uno de los promedios más altos del mundo de horas semanales trabajadas, situación que junto a la inestabilidad y precariedad laboral tensionan al trabajador. Una de las expresiones es el aumento sostenido de las enfermedades mentales como efecto de las condiciones laborales.
Brutal aumento de las enfermedades mentales
Un estudio de la Dirección del Trabajo y la Superintendencia de Seguridad Social publicado en septiembre pasado reveló que en el año 2016 las enfermedades profesionales diagnosticadas por las mutuales de seguridad privadas y del Estado crecieron en 17 por ciento respecto de 2015. Del total de estas enfermedades, el 41 por ciento corresponde a salud mental, seguida de lejos por las músculo-esqueléticas, con el 30 por ciento. Al analizarlas con criterio de género, el 64 por ciento de estas enfermedades afectó a mujeres y el 36 por ciento a hombres.
El año pasado las enfermedades mentales desplazaron del primer lugar a las músculo-esqueléticas, las cuales muchas veces son también una expresión de las tensiones laborales. Los sectores con mayor tasa de incidencia son pesca, industria manufacturera, hoteles y restoranes, administración pública y defensa, planes de seguridad social, enseñanza y servicios sociales y de salud. En suma, los trabajadores de prácticamente todos los sectores están expuestos al incremento de estas dolencias.
En 2016 se aprobaron 5.027.060 licencias médicas, informa la Superintendencia de Salud. Dentro de las principales causales se encuentran las enfermedades mentales, que corresponde al 42 por ciento. Según la empresa de reclutamiento especializado Page Personnel, “las enfermedades mentales más comunes son las derivadas del estrés al que están sometidas las personas en el trabajo. Este aparece cuando las exigencias del entorno en el que se trabaja superan las capacidades del individuo”.