Por Karina Narbona/investigadora Fundación SOL
En el programa televisivo de TVN “Esto no tiene nombre”, se denunció que se mantiene encerrado al personal de turno nocturno de los supermercados para que cumpla con su labor, lo que refleja la falta de libertades y la extrema dedicación de los trabajadores que exigen las empresas para velar por sus ganancias, al punto de que, en casos extremos como estos, se les impide salir al exterior.
Pero esa no es la única forma de encierro de las personas. En nuestros tiempos, estamos en cierta forma todos encerrados en el trabajo. Los elevados requerimientos en una sociedad con trabajadores solitarios, endeudados y sobreexigidos, que deben aumentar constantemente su productividad para responder a los altos estándares de las empresas y obtener a cambio un exiguo salario, pueden ser vistos efectivamente como fuentes de una especie de “encierro” y clausura social de las personas.
Es sobre este tema de la absorción en el trabajo, donde abunda una completa desproblematización que paraliza e impide mirar las cosas en su justa medida. Se dice que estamos más cerca de armonizar la vida personal y el trabajo, gracias a la flexibilidad, pero no se habla nada del trabajo precario, del hecho de que los malestares laborales se lleven buena parte de nuestras energías físicas y mentales, y de que ese malestar se traspasa a otros ámbitos de nuestras vidas.
La figura del trabajólico es altamente enaltecida y lejos de ser atribuible a variables netamente psicológicas, es una condición producida socialmente. Trabajar horas extras es bien mirado en las empresas, sobre todo hoy en día, cuando permite “quedar bien parado” y retardar, aunque sea un momento, la posibilidad de despido. En contraste, el reservarse espacios de vida personal, negarse a dedicar más tiempo a la empresa, es entendido como un signo de pereza y de dejación, razón suficiente para bajar en la escala de evaluación de desempeño ¿Dónde encontrar las raíces de esta situación?
En tiempos de flexibilidad, las empresas buscan ser más adaptables a los cambios del mercado, más eficientes en el manejo de los costos y más productivas. La meta de la excelencia y la calidad total se instala como estrella a seguir por los directivos, lo que crea una compulsiva carrera por crecer, crecer y crecer. Un discurso híper productivista circula entonces por las organizaciones y entrampa a las personas en un espiral de exigencias, debiendo estar siempre activas y disponibles.
En materia de condiciones laborales, se traspasa a los trabajadores los riesgos del mercado, se los responsabiliza directamente por los resultados del negocio y se hace depender de su voluntad y sus méritos su suerte en la empresa, sin la estabilidad laboral y las antiguas protecciones del derecho del trabajo.
Expuestas a un aumento de sus funciones (la famosa polifuncionalidad), al salario variable con metas siempre esquivas y cambiantes, a la discrecional evaluación de desempeño y a la entrega de su condición más íntimamente humana: sus habilidades mentales y relacionales, las personas en las empresas actuales, están muy lejos de la promesa de la realización. Como resultado, no extraña el hecho de que en Chile el 30% de las licencias médicas se deban a estrés laboral, y de que según el reporte chileno para la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de la OMS (2009) haya una correlación estadística positiva entre el tener un trabajo precario y tener una autopercepción de mal estado de salud.
Ante la ligereza con que se habla de la llegada de la felicidad al trabajo, llama la atención la saturación que viven las personas en lo que dura su jornada. Así, mientras se habla de que el trabajo part time permite mayor compaginación de la vida laboral con la familiar, cabe hacerse las preguntas ¿Qué posibilidades de interacción familiar le queda a una persona que se entrega tan íntimamente en el trabajo que queda “quemada” para cualquier otra actividad? ¿Una persona con cuadros de estrés, por ejemplo, puede tener una mejor relación con sus hijos? ¿Existe realmente mayor tiempo libre con nuestra actual organización del trabajo?
Las respuestas se aclaran si relacionamos los rasgos del trabajo en la empresa flexible con el concepto de “institución voraz” del sociólogo Lewis Coser. Este autor habla de “instituciones voraces” para caracterizar la lógica de ciertos grupos o entidades sociales que exigen dedicación exclusiva de sus miembros, no permitiendo que se desarrollen en otros espacios y roles personales. Si bien se ha usado para describir círculos sociales absorbentes, como las sectas, se podría encontrar más de alguna coincidencia entre este concepto y las consecuencias sociales del trabajo en las empresas de hoy. Efectivamente, en la medida que las personas deben dedicarse de manera más íntima al trabajo, poniendo al límite su capacidad física y psíquica, su posibilidad de independizarse de esta esfera y realizarse en otros espacios de su vida se vuelve mínima. La empresa y el trabajo mismo terminan entonces funcionando como una institución voraz, que coloniza al individuo por completo. Así, con una cara distinta a los inicios del siglo XX, el trabajo en nuestros tiempos se sigue comportando como una jaula al fin y al cabo, y en esto los trabajadores encerrados en una bodega no son más que una triste ilustración.
Columna publicada en El Mostrador