Por Alexander Páez/investigador Fundación SOL
El 7 de octubre se festejó el día mundial por el Trabajo Decente. Trabajadores de 90 países del mundo protagonizaron más de 500 movilizaciones, exigiendo empleos justamente remunerados que permitan satisfacer las necesidades humanas, una meta de la cual Chile está lejos.
Según las cifras de la Encuesta Nacional de Empleo del Instituto Nacional de Estadísticas para el trimestre móvil junio-agosto 2011, los trabajadores que cuentan con un contrato laboral, indefinido, cotizaciones en AFP, previsión de salud y seguro de cesantía, corresponden sólo al 38,6% del total de ocupados en Chile. Por lo tanto, seis de cada 10 ocupados tiene un trabajo que no se condice con una ocupación protegida y estable. Mirado en perspectiva, en los últimos 2 años y medio este tipo de empleo ha crecido tan solo un 8%, muy por debajo del crecimiento de 13% de la ocupación total.
A su vez, luego de la crisis asiática, se ha producido una disociación entre horas trabajadas anuales y crecimiento promedio anual de ocupados. Mientras la ocupación ha crecido en un 39% en los últimos 13 años, las horas trabajadas lo han hecho en un 20%. La posible interpretación de aquello es que los trabajadores, en promedio, laboran menos horas. Ahora, es importante saber si esa disminución de horas ha afectado los ingresos o la calidad de vida de los trabajadores. Una de las formas de verificar aquello es comprobando si la disminución de las horas se condice con la mantención de un empleo pleno y productivo, tal cual incluye el mandato de Trabajo Decente de la OIT.
En la 17ª Conferencia Internacional de Estadísticas del Trabajo del 2003 se denominó subempleo horario a la situación de aquellos trabajadores de jornada parcial (30 horas semanales) que desean trabajar más horas, para sentirse insatisfechos y por necesidad económica. En Chile este fenómeno se puede medir desde inicios del 2009 y ha aumentado en un 49% desde enero–marzo de ese año hasta el último trimestre móvil entregado por el INE (junio-agosto 2011).
Si además calculáramos la equivalencia de tales horas efectivas en jornadas completas (aquellas que tienen más probabilidad de estar protegidas, de ser estables y continuas y obtener por lo menos el salario mínimo), se observa un crecimiento por debajo del total de ocupados. Este desfase del crecimiento en las horas de trabajo de forma sostenida y por más de una década, es la tendencia a la flexibilidad y desprotección horarias, a adoptar jornadas parciales que incluso llegan al extremo delpeak time, muy común en el comercio y en especial el retail.
El trabajo es una fuente irremplazable de cohesión social y un elemento central para la mediación y participación social. A nivel político, permite la participación en una democracia sana y desarrollada. A nivel personal, mantener una sensación de control, normalidad y pertenencia a una sociedad. A nivel económico, esa participación productiva permite la retribución de un salario que posibilite reproducir la vida doméstica con dignidad, calidad de vida y bienestar. Las tendencias de la última década -el bajo crecimiento del empleo protegido y el exponencial aumento del subempleo horario- demuestran que hoy no es posible hablar de “trabajo decente” en Chile.
El sector económico nacional más afectado por los fenómenos mencionados es el comercio. Allí, el subempleo ha crecido en un 79% en los últimos dos años. En especial, por el incremento de mujeres trabajadoras por cuenta propia no calificadas en jornada parcial. Es decir, en relación a normalidad y regularidad, los trabajos creados en las últimas décadas en el comercio -el sector económico que más ha crecido en los últimos años- se caracterizan por ser esporádicos, desprotegidos, de baja intensidad horaria, no calificados y, por lo tanto, con bajas remuneraciones asociadas.
Cuando en una amplia proporción de la sociedad no existe un sentimiento de participación productiva activa, no sólo está en juego la posibilidad de reprobar el examen de un “mercado laboral” robusto, formal y moderno, sino el mismo conflicto latente de toda sociedad moderna y compleja: la mantención del orden, democracia y equilibrio social, en medio de una creciente desestructuración y precariedad laboral. La sociología conceptualizó este fenómeno como “anomia”: la ausencia de un mínimo de solidaridad para el funcionamiento y coordinación básica de las sociedades.
Publicada originalmente en Ciper