Publicado en Radio Universidad de Chile el 15 de junio de 2017
Por Andrea Sato, investigadora Fundación SOL
La inclusión de las mujeres al mundo del trabajo tiene barreras que ciertamente son difíciles de sortear, y al momento de formar parte de la fuerza de trabajo, deben convivir con distintos tipos de discriminaciones en el empleo como menores salarios, dificultad para acceder a puestos de representación en directorios o cargos de importancia y una ocupación de gran parte de la población femenina activa en trabajos precarios, altamente flexibles y de corta duración. Sumado a ello, existe la carga del trabajo no remunerado que las mujeres realizan en el hogar, son alrededor de 3 horas más lo que las mujeres dedican al cumplimiento de tareas domésticas en comparación con los hombres (según Encuesta Uso de Tiempo 2015).
En este escenario, y aún considerando lo que se ha avanzado en la reflexión respecto a las condiciones de trabajo femenino, es válido preguntar ¿Qué condiciona la inserción femenina al mercado laboral remunerado? Además de caracterizar las condiciones laborales para las mujeres, es interesante observar las razones de su inactividad económica y cómo se vinculan con las distintas discriminaciones que las mujeres viven en el trabajo y fuera de él.
Según CEPAL (Informe anual Equidad y Género realizado el 2015), en América Latina y El Caribe, sólo 5 de cada 10 mujeres en edad y condiciones de trabajar realizan alguna actividad económica remunerada. En Chile, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) 2016, se estima que hay un 44,7% de ocupación femenina, uno de los porcentajes más bajos de la región, junto a República Dominicana (43,0%) y Honduras (44,1%). Con respecto a la tasa de desocupación femenina (7,0%) se mantienen las desventajas para las mujeres, siendo la población femenina la más afectada en temas de empleo. La brecha entre hombres y mujeres ha tendido a estancarse durante los últimos 5 años, pero esto no responde a la inclusión femenina al trabajo remunerado, sino que al aumento de la desocupación masculina. Por otra parte, de la población inactiva total en el país, se estima que un 65,1% de las mujeres permanece inactiva contra un 34,9% que representan los hombres. Esta brecha puede responder a factores de distinto orden, pero principalmente se observa una razón de tipo cultural, relacionada con las perspectivas tradicionales sobre el papel que deben cumplir las mujeres en la sociedad.
Del total de mujeres Inactivas (estimadas en 3.853.300 según ENE), el 37,0% dijo permanecer inactiva por Razones familiares permanentes, seguida por el 20,8% que aludió a Razones de estudio. Por otra parte, la mayor parte de la población masculina inactiva se concentra en Razones de estudio, con un 41,8% y en segundo lugar Razones de jubilación con un 20,4%.
El mayor porcentaje de las mujeres inactivas, responde a situaciones de carácter doméstico. Las razones familiares permanentes, tienen que ver con la necesidad de cuidado a otra persona del núcleo familiar, ya sean niños/as, personas con movilidad reducida o de tercera edad. Al observar sólo el dato de personas inactivas por Razones familiares permanentes, es evidente la diferencia entre hombres y mujeres. En 2016, la brecha entre hombres y mujeres en esta categoría fue abismal, la encuesta estimó que las mujeres representaron el 97,3%, y los hombres sólo el 2,7% del total de personas inactivas por razones familiares permanentes.
Al profundizar en el dato, del total de mujeres inactivas por razones familiares permanentes, la Encuesta Nacional de Empleo 2016 logra caracterizar a un 15,8% de ellas como potencialmente activas, es decir, que buscaron empleo, pero en este momento no estarían disponibles para trabajar; o no han buscado empleo, pero eventualmente podrían integrarse al trabajo remunerado de tener la posibilidad de hacerlo. El otro 84,2% se categorizaron como habituales, lo que implica que no han buscado trabajo y no estarían disponibles para trabajar.
Por tanto, la mayor cantidad de mujeres inactivas en el año 2016, respondía a razones familiares permanentes y no se uniría a la fuerza laboral remunerada, aunque existiesen posibilidades para ello, en contraste con la realidad de los hombres inactivos, que se encuentran en esta situación mayoritariamente por estudios, lo que implica que en un futuro probablemente se integren al mercado laboral. La inactividad de las mujeres, se relaciona directamente con los roles asignados socialmente a la labor femenina, como madres y cuidadoras. Esta estructura cultural, se traduce en relaciones sociales y familiares, donde las mujeres se hacen cargo mayoritariamente del trabajo doméstico y de cuidados.
En Chile aún existe la imagen de que las mujeres que se integran al mercado laboral remunerado, descuidan el hogar y que sus hijos/as lo resienten, como arrojan los resultados de la última encuesta CEP (Encuesta de opinión pública Abril-Mayo 2017). Esta idea actúa como mecanismo de coerción para las mujeres, por lo que deben optar entre la vida hogareña o el desarrollo laboral.
Durante los últimos 7 años, a pesar de haber crecido el empleo femenino, alrededor del 60% del total de empleos ocupados por mujeres, presentaron una inserción endeble, lo que implica que es creado en la economía informal, y en empleos con jornadas de baja intensidad horaria, esto permite que las mujeres puedan realizar una doble función, la de madres, cuidadoras y dueñas de casa, junto a la de trabajadora remunerada. Por lo que pueden aportar económicamente a la economía familiar, sin dejar de lado su rol socialmente impuesto como cuidadora del hogar.
En síntesis, las mujeres no se integran al trabajo asalariado principalmente por razones referidas al cuidado de la familia, y cuando acceden, por lo general, lo hacen en una situación de flexibilidad horaria, en pos de cumplir las tareas domésticas y económicas.
Se hace necesario observar cómo se vinculan las razones de inactividad de las mujeres con su inserción al mundo del trabjo, ya que en el espacio doméstico como en el mercado, persisten estructuras culturales que condicionan el desarrollo de la vida social para las mujeres, circunscribiéndolas al espacio privado, ya que, al salir a la esfera pública, nadie podría realizar las labores hogareñas y el núcleo familiar se resentiría. Es vital repensar las labores domésticas compartidas y su valorización, para que las mujeres despojadas de estos cánones culturales puedan elegir libremente en qué espacio quieren invertir su tiempo.