Por Fundación SOL
Se imagina un lugar donde los trabajadores puedan ser reemplazados por la empresa en que laboran mientras hacen efectivo su derecho legal de huelga? ¿Se imagina un país en donde el derecho a huelga se distorsiona y se retrata como un conflicto indebido y se criminaliza, considerándola como una amenaza a la libertad de empresa? O incluso ¿se imagina un territorio donde, la economía y el PIB per cápita crecen, las empresas cada año ganan más y más utilidades y la distribución de los ingresos está entre las más desiguales del planeta? Bueno, lo que parece ficción y nos invita a la imaginería, lamentablemente tiene un fuerte reflejo en la realidad y esa realidad se llama Chile.
El Chile de 1979 y su Plan Laboral que hizo un trabajo de joyería y que en el 2011 sigue operando sin mayores cambios (y es que aquel que ya se acostumbró a las joyas, ya no quiere renunciar a sus riquezas). Se cercenaron los derechos laborales y se minimizaron las instancias para que los trabajadores puedan disputar la distribución de las ganancias. En otros países se ríen de nuestra legislación en torno a la huelga. Nuestra democracia es de papel. Siguen apareciendo sendos informes internacionales que dan una señal de alerta por los altos niveles de desigualdad que Chile presenta. Sin embargo, cuál es la respuesta de las autoridades: Ingreso Ético Familiar, aumentar las multas por los incumplimientos o más capacitación.
Una mejor distribución del ingreso y una profundización de la democracia, no se obtienen en la tienda de la esquina ni con subsidios focalizados. Es en el espacio del trabajo, el lugar donde los seres humanos pueden desplegar su potencia, su identidad y recibir los justos frutos de su trabajo, donde se decide la libertad y la dignidad de las personas. No obstante, en este espacio se ha desplegado una doctrina, una cultura que tiñe de gris a nuestra subdesarrollada elite empresarial chilena y a los políticos y centros de estudio que dependen de su diezmo. Que los trabajadores ganen lo menos posible, que no se sindicalicen, que no negocien colectivamente y menos aún que se vayan a huelga. Que no toquen nuestras ganancias, primero está el yate, el quinto auto o la tercera casa en la playa.
¿Y cómo se hace para que las intenciones de una elite sean un sentir colectivo?: jugando con las debilidades y aspiraciones de las personas. Hay que cuidar el trabajo, hay que comprar el plasma, hay que cambiarse a la escuela particular subvencionada y pagar una mensualidad, hay que alcanzar el estándar de vida del vecino. Mientras, no hay tiempo, confianza ni espacio mental para organizarse y luchar por una justa distribución de las ganancias.
Pero, ya llegará el día en que 33 mineros queden atrapados bajo la tierra, el día en que un supermercado encierre a sus trabajadores durante el turno nocturno, ese día en que una cajera de supermercado o una teleoperadora de call center tenga que usar pañales porque no hay tiempo para ir al baño y dejar de producir, aquel día en que las temporeras agrícolas almuercen en el suelo, el día en que los trabajadores de buses tengan que descansar dentro del lugar donde se guardan las maletas o el día en que los trabajadores contratistas del cobre y del sector forestal se movilicen para recibir un mejor salario, los trabajadores de Farmacias Ahumada para conseguir que les paguen sus gratificaciones y los de Ekono para que les paguen más del sueldo mínimo. Ya llegará el día en que la Ministra del Trabajo de turno, se escandalice, y llame a que se respeten los derechos de los trabajadores para que se restablezcan las confianzas en el país. Ya vendrá ese día en que nuestra sociedad tenga que debatir estos temas.
Sin embargo, aunque ese día llegue, si no se hace un cambio profundo a la legislación laboral chilena y no se escritura y se reconoce un derecho a huelga efectivo, ni los accidentes laborales, ni el encierro, ni los sueldos miserables, ni los debates, ni las palabras de la ministra de turno, ni los nunca más habrán valido la pena. Seguiremos siendo un país fracturado, injusto, desigual y autoritario.
Poema Huelga de Gioconda Belli
Quiero una huelga donde vayamos todos. Una huelga de brazos, piernas, de cabellos, una huelga naciendo en cada cuerpo.
Quiero una huelga de obreros de palomas de choferes de flores de técnicos de niños de médicos de mujeres.
Quiero una huelga grande, que hasta el amor alcance. Una huelga donde todo se detenga, el reloj, las fábricas el plantel, los colegios el bus, los hospitales la carretera, los puertos.
Una huelga de ojos, de manos y de besos. Una huelga donde respirar no sea permitido, una huelga donde nazca el silencio para oír los pasos del tirano que se marcha.