La hipocresía de la responsabilidad social empresarial
Por Karina Narbona/Investigadora Fundación SOL El gurú de los negocios Michael Porter, ícono en estrategia competitiva, ha hablado del “Estado de Sitio” por el que atraviesa el capitalismo, pues “las empresas hoy están siendo percibidas como creadoras de ganancias a expensas de la comunidad” (El Mercurio, Domingo 15 de mayo, 2010). En Chile, la segunda sesión del Congreso ENADE, titulada “El Capitalismo cuestionado ¿Qué no estamos viendo?” denota la misma preocupación del empresariado local sobre la vidente afirmación del gurú. Ante las protestas sociales de Chile y el mundo, el empresariado criollo se alerta de una crisis de legitimidad del sistema económico y en función de ello, es probable que se aliste a generar formas afirmativas de valoración social. Una de las típicas formas de legitimación es apelar a fundamentos morales del orden, una tarea crucial para dotar de un sentido colectivo al capitalismo, cosa que hace varios años tiene recorrido explícito en el empresariado y que nuestro alineado gremio local se plantea de seguro con más fuerza que nunca. Ello, porque se necesita de hecho la validación de un gran número de personas, no sólo por resignación o coacción, sino por aceptación activa y entusiasta, para preservar el orden que nos hemos dado (Boltanski y Chiapello, 2002). A nivel macro, el esfuerzo que se desarrolla hace rato y que se puede intensificar en lo que viene, es hacer coincidir en el imaginario el interés individual del empresario con el interés común, y en materia de representaciones de la sociedad, mostrar que el actual es el mejor de los órdenes posibles. Se necesita eso sí, no sólo promesas, sino también algunas pruebas para que la gente se implique moralmente. Y de las formas que se utilizan, una de las más rescatadas son las prácticas de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Éstas han tomado amplia difusión en el último tiempo y escenifican, desde una imagen filantrópica del empresario, el aporte que hace a la comunidad (por supuesto, lejos de una pura conspiración, hay cierto autoconvencimiento de ellos). La RSE ha calado especialmente hondo en Chile, país con mayor proclividad a dinámicas “caritativas”. Alianzas con fundaciones para grupos en riesgo social, programas ecológicos, educacionales, rurales, culturales, etc. funcionan como pruebas vivientes de que es posible una estrategia empresarial donde “todos ganan”, especialmente en eventos como la Teletón. En materia laboral, no obstante, se quiebra este rostro “humanitario”, aún cuando el decálogo RSE habla de “calidad de vida laboral” como parte de su enfoque. Si bien la necesidad de conservar un orden en la producción no permite prescindir de esfuerzos de motivación del personal, y para ello se han popularizado perspectivas de gestión que buscan dar buenas razones para implicarse en el trabajo (potenciando habilidades blandas, un espíritu winner, proactivo, salario emocional, etc.), no se ha hecho nada por cambiar las circunstancias materiales de los “colaboradores”. Y es difícil que sea de otra manera. Se busca extraer siempre más del trabajo al menor costo, imperativo de racionalización básico para incrementar la obtención de beneficios, en especial en tiempos “turbulentos” y de álgidas presiones competitivas como las actuales. Es el capitalismo. Así, el problema de la mala vida en y debido al trabajo es una materia pendiente siempre, que se evade. Todo esfuerzo publicitario se desvía hacia otros ámbitos. Como un lastre entonces, se acumula en el mundo del trabajo una precariedad desbordante que el sociólogo Robert Castel llama una nueva cuestión social. Algunos datos de nuestro país son esclarecedores de esta situación. En Chile, 1/3 de los asalariados trabaja más de 11 horas al día, de modo que el trabajo reduce nuestra vida a una mera funcionalidad autómata: despertar, transantiago, trabajo, transantiago, dormir. Existe un excedente productivo no remunerado que, en los últimos 20 años explica buena parte de la creciente desigualdad en la distribución de ingresos: si la productividad ha crecido en un 90%, las remuneraciones solo lo hicieron en un 20% y la diferencia se la han llevado las empresas, que engordan sus ganancias. Los resultados económicos de la negociación colectiva, por otro lado, no superan un aumento salarial de 1% real como promedio para los últimos 10 años. Por ello, no es de extrañar que los salarios medianos no alcancen para cubrir las necesidades biológicas más básicas y menos aún para pagar la educación (de mercado). De acuerdo a la ENETS (Encuesta del Ministerio de Salud y del Ministerio de Trabajo), el 76% de los trabajadores ganaría menos de $350.000, es decir, menos incluso, que el salario ético que apelaba el obispo Goic, traído al año 2011. Según datos de la encuesta CASEN 2009, además, existen 500 mil trabajadores pobres en Chile y un 75% son asalariados. Esto quiere decir, que lejos de la “pereza” que los sectores recalcitrantes de derecha le atribuyen a la pobreza, el responsable directo es el mal trabajo. El endeudamiento y el acceso artificial al consumo ayudan a tapar el agujero más básico, del déficit de ingresos, pero dejan un rastro duradero de angustia. Por otro lado, más de 4/5 de la población económicamente activa tiene serios problemas de inserción laboral en circunstancias sólidas, esto es, con liquidación de sueldo y contrato indefinido. La cuestión de la legitimación empresarial se enfrenta, entonces, a una encrucijada. Como decíamos en un inicio, se necesita no sólo promesas, sino también pruebas para persuadir a las masas de una participación voluntaria. No obstante, en el trabajo, la contradicción salta a la vista. Más allá de la propaganda de “más y mejores empleos” y de “enfoques de gestión más humanos”, no hay hechos confirmativos que muestren que este es el mejor de los mundos posibles. Y eso es peligroso para la reputación corporativa y, más en general, para la mantención del espíritu entusiasta del capitalismo. A la larga, el malestar hierve. De acuerdo con un estudio de Latinobarómetro 2011, en Chile sólo 6% de las personas cree que la distribución del ingreso es justa o muy justa, el peor resultado de América Latina. Así, tal vez esta preocupación por la desvaloración del “capitalismo”, que tematizan los empresarios, hace referencia a algo que existe subrepticiamente, y sus aprensiones tienen poco de paranoia y harto de realismo. “Siendo honestos, la RSE no ha llevado los beneficios del capitalismo a la sociedad” plantea Porter en una conferencia en México, y varios se han dedicado a la tarea de reinventar el concepto; “Capitalismo con Conciencia” “Valor Compartido”, son las últimas versiones. El problema es y será que el capitalismo es socialmente destructivo en sí mismo. No puede dar lo que promete, pues se cae el modelo: éste necesita de la precariedad, y la fabrica. Ni el “Efecto Aureola” – efecto psicológico según el cual las personas transfieren las percepciones positivas de la empresa en un ámbito, como el ambiental, a otros aspectos desconocidos, como en el trabajo – puede alejar la ineludible cuestión de que en algún momento la gente se cuestione si nuestra actual organización social es la más adecuada ¿No habrá una forma, más feliz, de asegurar al ser humano sus medios de vida? ¿Acaso basta con la RSE? Publicada en El Mostrador