Publicada en El Mostrador el 28 de abril 2014
Por Alexander Páez, investigador Fundación SOL
La “época” donde la clase media tuvo mayor valoración cultural y política (1938 a 1973) fue cuando los “estratos de ingresos medios” eran relativamente minoritarios, debido a los altos niveles de exclusión y marginalidad observados en los bolsones periféricos de las ciudades, en un Chile que recientemente estaba formando su infraestructura necesaria para intentar aumentar su producción económica y social (fuertemente impulsada por el Estado).
Benito Baranda, en una reciente entrevista, plantaba una semilla de inquietud en el imaginario social y político del Chile del siglo XXI, ad portas del desarrollo: “En Chile no existe la clase media, es clase baja ascendente”. Basado en observaciones en terreno, ha comprendido que “en Chile debiéramos haber tenido una revuelta social gigantesca, cuando la desigualdad se extrema tanto, las personas se saturan, se llenan de desesperanza”.
¿Existe la clase media? Quizá sería contraintuitivo plantear el hecho de que no exista. Mucha gente se sentiría efectivamente ofendida de ser considerada rica o pobre. Pero el problema también es conceptual y comprende distintas nociones. Por un lado, la clase media puede referirse a dos límites de ingreso en el interior de una curva de distribución, donde “siempre va a existir una clase media”. Por otro lado, podría entenderse como una identidad subjetiva producto de ciertos condicionantes como el estatus o el tipo de ocupación, al interior de una estratificación social dada. Un ejemplo de esto es la categoría de “empleado” a diferencia de la categoría de “obrero” que existía en el Código del Trabajo hasta 1987.
Durante el siglo XX (hasta 1973) existieron grupos sociales autodesignados y conceptualizados por historiadores y sociólogos como clase media, tales como los profesores, abogados, empleados públicos, médicos, etc. A su vez, existía una movilidad social protegida al interior del Estado, así como instituciones de protección social (sistema de pensiones, de salud y educación entregadas por el Estado) que aumentaban aún más su calidad de vida y bienestar. No obstante, se reconoce que existía heterogeneidad dentro de estos mismos sectores medios, pues algunos de ellos eran más cercanos a la plana directiva de empresas públicas productivas o administrativas, más que a las reivindicaciones de los obreros.
Sin embargo, la “época” donde la clase media tuvo mayor valoración cultural y política (1938 a 1973) fue cuando los “estratos de ingresos medios” eran relativamente minoritarios, debido a los altos niveles de exclusión y marginalidad observados en los bolsones periféricos de las ciudades, en un Chile que recientemente estaba formando su infraestructura necesaria para intentar aumentar su producción económica y social (fuertemente impulsada por el Estado).
De todas formas, se reconoce que existía una movilidad social ascendente importante de estos estratos, asociada a la organización colectiva de algunos grupos sociales, tales como los empleados públicos y los obreros sindicalizados, mientras que una organización más individual en grupos de profesionales en cargos directivos de empresas públicas y privadas. Ambos pertenecientes a una determinada “clase” (y no simplemente a estratos), entendida como una construcción política de sujetos que suponen identidad e intereses similares, así como la participación en un conflicto común.
Pero este panorama sufrió una ruptura con la dictadura, ruptura que determina en gran parte el cuestionamiento a la existencia de la clase media. A partir de 1973, se generó un proceso de bifurcación en la estructura social único a nivel mundial: por un lado, una élite capaz de hiperacumular y, por otro, trabajadores obreros organizados, campesinos sindicalizados, empleados públicos y masa marginal transformados en asalariados del sector servicios con bajos salarios y con total ausencia de protección colectiva (ya sea de clase, como el sindicato o estatal, como un sistema de seguridad social). Cuando se plantea que Chile fue el primer país en realizar Reformas Neoliberales (luego vino la ciudad de Nueva York en 1975, Margaret Thatcher triunfó en Inglaterra en 1979, Ronald Reagan en Estados Unidos en 1980, y el Consenso de Washington en 1990), no se remarca con suficiente fuerza y profundidad el mayor de los logros de la dictadura, que en Chile viene dejando de existir la clase media hace 40 años.
Chile, no sólo fue el primer país en disminuir el poder de los sindicatos, en implementar un sistema de capitalización individual, en privatizar a tal grado la educación y la salud y en transformar tan radicalmente su estructura de propiedad (empresas del Estado pasaron a manos de los empresarios) en tan corto tiempo, sino que también transformó la propia estructuración de la sociedad. David Harvey plantea que la ideología neoliberal, más que ser una teoría económica pura, vino a legitimar la reestructuración del poder de clase o el reforzamiento de nuevas clases dominantes. Para ello se basa en los estudios de Dumenil y Lévy (2004), sobre la recuperación de la riqueza y activos de las familias más ricas de Estados Unidos, luego de las reformas económicas de Reagan y Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal. De esta forma, previo a las reformas, el 1% de las familias más ricas estadounidenses no superaban el 6% del total de la riqueza acumulada, luego de ésta, su riqueza ascendió al 16%. Lo mismo ocurrió con la distancia entre los ingresos de los directivos de grandes empresas y los salarios medios.
Más allá del concepto de “clase social”, lo cierto es que la evidencia muestra un proceso secular de acumulación de ingresos de las élites de la parte alta de la curva de ingresos. Y la pregunta de Benito Baranda se reabre: ¿qué significa ser de clase media en un país donde el 1% acumula el 30,5% de la riqueza? O bien, desde el punto de vista del trabajo: ¿qué significa ser de clase media en un país donde el 50% de los trabajadores obtiene ingresos inferiores a $263 mil?
Pero esta mala distribución del ingreso no sólo se manifiesta en un 1% que acumula mucho, sino que también en una gran mayoría que vive con ingresos bajos, evidenciando la bifurcación de la estructura social entre quienes acumulan y quienes no obtienen ingresos suficientes. Sin embargo, el comercio ha impulsado el crecimiento económico, producto del aumento del consumo interno. Basta con observar los centros comerciales repletos los fines de semana y el boom inmobiliario, generando cierto dinamismo, producido eventualmente por los llamados estratos medios, que consumen por sobre niveles de subsistencia. ¿Acaso será esta la clase media?
Otro planteamiento contraintuitivo con el hecho de que no exista clase media es que para el 2012 exista más de un millón de matriculados en Educación Superior (mientras que para el 2005 bordeaba los 600 mil), superando el 50% de los jóvenes en edad de estudiar. De hecho, según la Encuesta CASEN, en 1992 sólo el 12,9% de la fuerza de trabajo era calificada (con estudios de educación superior finalizados), aumentando a un 21,1% en 2011.
Es decir, existe un aumento de la calificación de la fuerza de trabajo, viejo estandarte de la clase media del siglo XX, que basaba fundamentalmente sus activos de bienestar en la combinación de educación y empleo público calificado. Este aumento además es sostenido fundamentalmente por el empleo en el sector servicios del sector privado (de comercio, financiero, inmobiliario, servicios personales, educación, salud, etc.) que representa el 82% del total de la fuerza de trabajo calificada, según CASEN 2011.
A pesar de esa evidencia, el crecimiento de la fuerza de trabajo calificada se estancó durante la última década, aumentando en menos de 2 puntos entre 2003 y 2011. Esto se apoya con investigaciones nacionales que plantean que hoy resulta más difícil que hace 10 años tener una ocupación mejor que la de los padres, rigidizándose la estructura social. Pero, si todo esto ha ocurrido, ¿por qué los dichos de Benito Baranda y los datos de la distribución desigual del ingreso siguen cuestionando la existencia de la clase media?
Los mecanismos de desposesión económica reflejada en el entorno sistémico –educativo, crediticio/consumo, laboral, de seguridad social y tributario– han producido una fuerte precarización y transformación de la naturaleza de la estructura social que permite que existan viviendas precarias incendiadas en espacios no regulados, donde habitan los trabajadores asalariados formales, estudiantes de educación superior y consumidores a 12 cuotas de alimentos, iPhones y LCDs.
La clase media se diluye como canto de sirena de un modelo económico, político y social que acumula a pesar de todo. Si tiene sentido, es sólo para mencionar su ausencia, por lo tanto, su deseo de que exista, y no para cerciorarnos de que efectivamente está. Benito Baranda vio el vacío existente en el debate público, donde predomina una retórica indignante sobre “la preocupación por la clase media”.