Publicada en El Desconcierto el 02 de abril 2020
Por Francisca Barriga, investigadora Fundación SOL
¿Cómo puede una mujer jefa de hogar sacar de la pobreza a dicho hogar en un país en el que los costos de la vida se encuentran totalmente desajustados con los ingresos que entrega el mercado? En una buena parte de los casos, claramente, no puede. Casi la mitad de los hogares nucleares monoparentales con jefatura femenina (44,7%), es decir, hogares de mujeres solteras con hijas/os, son pobres, al considerar sus ingresos de mercado.
El coronavirus ha provocado una cadena de consecuencias que va tomando formas muy palpables en nuestro día a día. Nuestra salud, en primer lugar, es puesta en riesgo cada vez que nos obligan a salir de casa para cumplir las labores productivas que nos imponen. En segundo lugar, nuestra fuente de ingresos, al no contar con condiciones laborales que permitan contar con una estabilidad mínima para poder permanecer en aislamiento social sin el temor de no “llegar a fin de mes”. Los cuidados, por su parte, también se ven comprometidos, generando un foco de alerta tanto para las cuidadoras/es como para quienes los reciben.
Pero ¿Es realmente el coronavirus el culpable de toda esta catástrofe? ¿Es esta una nueva crisis económica explicada por factores exógenos, como muchos economistas plantean? o por el contrario ¿Es una crisis provocada por los mecanismos propios de producción y reproducción capitalista, y que solamente se ve agudizada y profundizada por la aparición de una pandemia mundial?
La debacle económica que ya va tomando lugar en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana parece ser más bien una agudización de una crisis previa que no es sólo económica, sino multidimensional y endógena al actual sistema socioeconómico, ya que se explica por sus procesos productivos y reproductivos, los cuales sólo pueden tomar lugar a través de una amenaza permanente a la vida en sus diversos frentes.
¿A qué nos referimos con esto? A que nuestro sistema, tal como lo conocemos hoy, depende de la explotación de la vida humana y no humana para subsistir (Pérez Orozco, 2014). La explotación no humana está frente a nuestros ojos, materializada en la pérdida exponencial de nuestros ecosistemas en manos de procesos extractivistas. La humana toma muchas formas, pero se puede observar tanto en el expolio del valor producido en las esferas no monetarizadas de la economía, a través de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados –realizados especialmente por las mujeres-, como en la apropiación del valor del trabajo en el mercado laboral remunerado.
En el último estudio de Fundación SOL “No es amor, es trabajo no pagado” caracterizamos cuál es la situación laboral de las mujeres en Chile, tanto en su ámbito remunerado como no remunerado, quedando de manifiesto cómo esta crisis en realidad existe hace ya mucho tiempo, y se ha ido moldeando con la explotación de nuestros cuerpos a través de la precarización de nuestras labores. ¿Somos las mujeres un grupo de mayor riesgo en esta profunda crisis, evidenciada por la llegada del COVID-19?
Según el citado estudio, desde mediados de la década del 2000 hasta el 2010, la tasa de participación laboral femenina tuvo un aumento significativo, pasando de un 37% el 2005 a un 50,2% el 2010. Durante la década que recién finalizó, ese número se mantiene relativamente constante, llegando a un 52,7% en el año 2019. Sin embargo, a pesar de que esta cifra pueda aparentar una buena noticia, al observar los 1.079.208 nuevos empleos creados en los últimos 10 años ocupados por mujeres, el 60% corresponde a empleos que tienen altas probabilidades de ser precarios: 30,3% corresponde a trabajo asalariado externo y un 29,7% a cuenta propia (siendo la mayor parte de baja calificación y tiempo parcial).
Esta realidad da cuenta de que la mayoría de las mujeres que se han podido ir integrando efectivamente al mercado laboral lo han hecho en condiciones precarias, accediendo a puestos de trabajo que aumentan las probabilidades de recibir menores salarios, menor protección laboral, mayor flexibilización horaria y, en definitiva, puestos que no les brindan un mínimo de estabilidad y seguridad.
Esto se relaciona directamente con los bajos ingresos percibidos por las mujeres en el mercado laboral. Al analizar los ingresos de la ocupación principal, se observa que la mitad de las mujeres con trabajo remunerado percibe $343.234 líquidos mensuales o menos. Casi 3 de cada 4 mujeres obtienen $550.000 líquidos o menos al mes, y tan sólo el 9,1% de ellas sobrepasa el millón de pesos.
¿Cómo puede una mujer jefa de hogar sacar de la pobreza a dicho hogar en un país en el que los costos de la vida se encuentran totalmente desajustados con los ingresos que entrega el mercado? En una buena parte de los casos, claramente, no puede. Casi la mitad de los hogares nucleares monoparentales con jefatura femenina (44,7%), es decir, hogares de mujeres solteras con hijas/os, son pobres, al considerar sus ingresos de mercado.
Finalmente, es urgente incorporar al análisis todo el trabajo no remunerado que ejercemos las mujeres día y día, producto de un ordenamiento histórico que nos ha posicionado como cuidadoras y reproductoras. Las mujeres trabajamos no remuneradamente, en promedio, 41,2 horas en una semana de lunes a domingo, en comparación con las 19,2 horas de los hombres. Es decir, aparte de todo el contexto de precariedad que nos toca enfrentar en el trabajo remunerado, debemos hacernos cargo de la mayoría de los cuidados y quehaceres domésticos a la hora de llegar a nuestras casas.
Al comprender este nivel de informalidad, flexibilización y externalización laboral femenina, junto a la gran carga de labores no remuneradas, es claro ver cómo el Plan de Emergencia Económica anunciado por el gobierno se hace a espaldas de todas estas vivencias. Sólo un ejemplo: el Bono COVID-19 llegará sólo al 15% de los 3,6 millones de trabajadores sin contrato o con condiciones mínimas (honorarios) y tendrá un valor de $50.000 de pago único por causante acreditado como tal, es decir, que no será un monto periódico, lo que no entrega una mínima situación de estabilidad ni de subsistencia.
Por todo lo anterior, es posible afirmar que esta es una crisis que va mucho más allá de lo que se nos suelen mostrar, es una crisis que se acelera por la llegada del coronavirus, pero que finalmente se viene gestando hace ya mucho tiempo producto del ataque permanente a la vida humana y no humana. Es por esto que estamos en un punto histórico para pensar desde las comunidades y territorios el cómo encausar este momento, en miras de buscar nuevas formas de ordenamiento que pongan en el centro la vida y no la explotación mercantil.
Referencias:
Barriga, F., Durán, G., Sáez, B., & Sato, A. (2020). No es amor, es trabajo no pagado. Santiago de Chile: Estudios de la Fundación SOL.
Pérez Orozco, A. (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de sueños.