Publicada en El Desconcierto el 15 enero 2023
Por Gonzalo Durán, investigador Fundación SOL
Para enfrentar la inflación, la clase trabajadora no puede esperar simplemente a que el Banco Central la logre reducir, tampoco puede depender solamente de la buena voluntad del gobierno de turno de entregar de vez en cuando un bono paliativo. Es necesaria la organización y la negociación colectiva entre todas y todos para, al menos, recuperar la capacidad adquisitiva.
Para enfrentar la inflación, la clase trabajadora no puede esperar simplemente a que el Banco Central la logre reducir, tampoco puede depender solamente de la buena voluntad del gobierno de turno de entregar de vez en cuando un bono paliativo. Es necesaria la organización y la negociación colectiva entre todas y todos para, al menos, recuperar la capacidad adquisitiva.
El Índice de Precios al Consumidor (IPC), instrumento utilizado para medir la inflación, tuvo una variación mensual en diciembre de 0,3%, y con ello una variación anual de 12,8%, la más alta desde 1991.
El IPC se compone de 12 divisiones, todas ellas con distinta importancia en una canasta total de 303 productos. La división más importante y que explica por sí sola un 40% de toda la inflación anual, es Alimentos y Bebidas no Alcohólicas. Esta división acumula un aumento de 24% en 12 meses, siendo su nivel más alto desde que se tiene registro en las series empalmadas publicadas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). El hecho de que el aumento en los precios de los alimentos sea casi el doble del resultado general es especialmente problemático para los hogares de menores ingresos, debido a que la mayor parte del presupuesto mensual en esos hogares termina siendo consumido en alimentos básicos (no existen muchas posibilidades de ahorro).
A nivel de productos alimenticios básicos, los datos revelan aumentos interanuales muy significativos. Por ejemplo, aceite vegetal (+62,7%), harina (+51,1%), azúcar (+49,7%), margarina (+44,2%), pastas (+43,2%), carne de pavo (+43%), zanahorias (+37,4%), cebolla y cebollín (+37,4%), leche en polvo (+35,5%), cecinas (+34,5%), pescados (+32,8%), huevos (+31,1%), quesos (+31%), pan (+27%), arroz (+24%). Considerando un patrón de consumo que incluye estos 15 alimentos básicos y que probablemente estén en la mesa de la mayoría de los hogares, el carro de compras ya ha subido un 37,3% en 12 meses, es decir 3 veces la inflación anual, la que de por sí ya es muy alta.
Volvamos al dato general, ¿qué impacto tiene una inflación anual de casi 13% en el bolsillo de la clase trabajadora?
Si consideramos un sueldo de $ 460.000 hacia fines de 2021, sólo por efecto de la inflación, ese sueldo debería subir a $ 518.880 a diciembre de 2022 tan solo para mantener el poder adquisitivo y no ver afectado el nivel de vida. Si en diciembre de 2022, el reajuste es cero (y tampoco hubo reajuste durante el año), entonces la pérdida anual (en comparación con el sueldo de referencia reajustado según las variaciones de IPC mes a mes) llegaría a $ 413.343, es decir, prácticamente el equivalente a un mes de trabajo. Si los sueldos siguen sin ajustarse a partir de 2023, la pérdida será más severa y puede llegar a 1,5 meses de trabajo en un año. Este ejemplo tomó como referencia el sueldo de $ 460.000 que equivale al punto mediano en la distribución de salarios de Chile al año 2021 ($ 458.000), de acuerdo a los datos de la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE.
Por la desigualdad material subyacente, al momento de ingresar a un trabajo, lo más probable es que, en la relación individual entre trabajador o trabajadora y la contraparte empleadora, sea este última quien imponga las condiciones. El sindicato y la negociación colectiva surgen como herramientas históricas para combatir esta unilateralidad y para influir en la determinación –ahora colectiva– de los salarios.
Lo que muestran las negociaciones colectivas en Chile y en el mundo es que ahí donde existen sindicatos hay mayor probabilidad de que los salarios se reajusten por la inflación y también más allá de ella, lo cual favorece una mejora en la distribución de los ingresos.
Un ejemplo de ello es la negociación colectiva del sector público que, aun cuando no alcanzó a cubrir el 12,8%, sí se acercó (12%). En el sector privado también hay experiencias de negociaciones colectivas recientes, en donde, además de recuperar el poder adquisitivo, se han logrado aumentos de sueldo por sobre la inflación (aumentos reales como suelen llamarse).
La mala noticia para nuestro país es que la gran mayoría de las y los trabajadores no negocian colectivamente porque están sumergidos en un sistema de relaciones laborales que básicamente es antisindical y limitante de la negociación colectiva (no olvidemos que el actual sistema es el que se diseñó e impuso en la dictadura de Pinochet y sólo ha tenido cambios periféricos desde entonces). Los resultados son lapidarios: en la estimación optimista, la negociación colectiva no supera el 13%, vale decir, de cada 100 trabajadores y trabajadoras, 87 no negocian.
Para enfrentar la inflación, la clase trabajadora no puede esperar simplemente a que el Banco Central la logre reducir, tampoco puede depender solamente de la buena voluntad del gobierno de turno de entregar de vez en cuando un bono paliativo. Es necesaria la organización y la negociación colectiva entre todas y todos para, al menos, recuperar la capacidad adquisitiva.
Sin eso, la inflación seguirá comiendo meses de sueldo, mientras la parte más alta de la sociedad, las clases poseedoras de capital y medios de producción, ensanchan su poder social. Las autoridades, por cierto, tienen un papel que jugar en el fomento de la negociación colectiva, cuestión que no ha ocurrido o, al menos, no se ve con suficiente determinación.