Por Patrizio Tonelli/investigador de Fundación SOL
Mientras Libia terminaba de vivir su tercera noche de bombardeos por parte de la “coalición de los voluntarios”, el martes 22 de marzo Barack Obama terminaba su visita a Chile, destacando a nuestro país como un “modelo para el mundo”. Existen coincidencias que no son casuales y que resultan muy significativas para describir y entender el estado de nuestras sociedades democráticas actuales.
El jueves 17, el Consejo de Seguridad de la ONU votó la resolución 1973, que prevé, entre otras cosas, “tomar todas las medidas necesarias” para impedir ataques contra la población civil en Libia, incluyendo la creación de una zona de exclusión aérea sobre el país. 10 países votaron a favor, entre los cuales estaban Francia, Estados Unidos e Inglaterra. Se abstuvieron 5 países: Brasil, Rusia, India, China y Alemania.
La resolución fue tomada en el medio de una violentísima guerra civil, comenzada en febrero a raíz de las manifestaciones en contra del dictador Muammar Gadafi: en ella se enfrentan las tropas fieles al régimen y los rebeldes reunidos en el “Consejo Nacional Libio”, agrupación que cuenta entre sus filas también algunos ex generales y miembros del gabinete del mismo tirano. El propósito explicito de la resolución es defender las poblaciones civiles, atacadas por la violencia de las tropas de Gadafi, y apoyar a las “demandas legítimas del pueblo libio” representadas por los rebeldes.
El sábado 19, Francia, Estados Unidos e Inglaterra dieron inicio a la operación “Odisea del amanecer”, empezando a bombardear Libia desde el cielo con aviones Typhoon, Tornado y misiles Tomahawk. Esta operación de guerra recibe además el apoyo directo de varios países como España, Italia, Canadá y Qatar.
Hasta aquí lo visible. Pero mirando con un poco más de profundidad histórica, este cuadro tan limpio y perfecto estalla en mil pedazos. Varias preguntas que la “coalición de los voluntarios” no ha contestado, siembran el germen de la duda y de la crítica:
¿Cómo puede ser que ahora Gadafi sea el enemigo, el mal absoluto, si hasta ayer era nuestro amigo y colega en ricos negocios? ¿Cuántas víctimas civiles están provocando los bombardeos de Tomahawk y Tornados? ¿Por qué Brasil, Rusia, India, China, las potencias mundiales del futuro, no apoyaron la resolución o hasta criticaron abiertamente los bombardeos? ¿Quiénes componen la oposición al “Consejo Nacional Libio” que con tanta fuerza apoyamos? ¿Por qué no se asume la misma firmeza en contra de Yemen, cuyo gobierno está reprimiendo las manifestaciones en su contra?
Otras guerras se asoman siniestramente a la memoria: Iraq 1991, Serbia 1999, Afganistán 2001, Iraq 2003. En todos casos un mismo esquema: un gran aliado que se vuelve de repente enemigo (Saddam Hussein, Slobodan Milosevic, los Talibanes); bombardeos que se dicen en nombre de la libertad y democracia; bombardeos que se pretenden “inteligentes”, es decir, sin riesgo para la población civil.
Una convicción emerge: nos encontramos frente a potencias imperiales que utilizan la fuerza y la disfrazan de derecho, para imponer sus intereses económicos.
No importan el dictador de turno ni la democracia: lo que sí importa es el control estratégico de un territorio y de sus recursos energéticos; petróleo y gas en el caso de Libia. Por eso se bombardea. En Libia eso se da en un momento en que el desastre nuclear japonés acelera la emergencia energética y nuevos movimientos sociales en Túnez y Egipto ponen en peligro los delicados equilibrios geopolíticos del área.
Los Typhoon y los Tornados occidentales no llevan la democracia. Pero sembrando muerte y odios, aplastan la complejidad de los procesos sociales. Bombardean e, imponiendo autoritariamente un orden, sofocan legítimas demandas, aspiraciones, proyectos. Disparan y hacen pedazos la confrontación y el conflicto entre intereses sociales distintos, que es la sal de la democracia. De esta forma, hacen pedazos la política y toda posibilidad de una alternativa. En Libia, en Iraq, en Afganistán, en los Balcanes.
Estamos hablando de países lejanos. Pero si lo pensamos bien, estamos hablando de Chile. Volvamos al comienzo: Barack Obama, junto con sus aliados, bombardea Libia. Barack Obama dice que Chile es modelo para el mundo. ¿Cuál es la lógica que une las dos imágenes? Más precisamente: ¿De qué modelo está hablando?
Tomando el lenguaje militar, en Chile las políticas neoliberales han bombardeado las aspiraciones y los proyectos de construcción de una sociedad justa y democrática. La guerra se ha llamado dictadura y sus misiles se llamaron “Plan Laboral”, “Código del Trabajo”, “Negociación colectiva restricta en la empresa”, “Restricción del derecho a huelga”, armas que hasta hoy siguen “matando” y “cosechando victimas”.
¿Cuál es, por ejemplo, el nivel democrático de una sociedad que hoy cuenta un 13% de sindicalizados, una cobertura de la negociación colectiva que apenas alcanza el 10% y organizaciones sindicales cuyo tamaño promedio solo bordea los 80 socios? ¿Cuál es el la calidad de una democracia que permite, hoy, el reemplazo de trabajadores en huelga.
Los misiles neoliberales encerraron los sindicatos en la empresa, limitando autoritariamente su posibilidad de organizarse más allá de ella e incidir sobre los equilibrios de poder y riqueza de Chile. Transformaron la negociación colectiva en una práctica para burócratas, reduciendo el conflicto social a un problema de plazos y papeles a rellenar. Quitaron sentido a la huelga, el único instrumento eficaz que los trabajadores tienen para presionar y negociar con los empresarios.
Los efectos de esta guerra de largo periodo están bajo la vista de todos, y se traducen en bajos salarios y desigualdad de ingresos: según datos elaborados a partir de la encuesta Casen 2009, el 40% de los trabajadores chilenos recibe un ingreso por su ocupación principal menor a $200.000 y un 60% menor a $300.000. Al mismo tiempo, considerando el ingreso autónomo por cápita de los hogares, la diferencia entre hogares del primer veintil (el 5% de los hogares más pobres) y del veintil más rico llega a ser de más de800 veces.
Bajo un ataque incesante, Chile ha sido convertido en un recinto en el cual los intereses económicos pueden moverse libremente, canibalizando personas, recursos naturales, derechos. Aplastando los sindicatos y la negociación colectiva, las bombas neoliberales han reducido a los trabajadores a meros “recursos humanos”, objetos a disposición de la mera liberalidad de la empresa, rehenes del supremo poder empresarial, como trágicamente ha mostrado el reportaje de TVN sobre los trabajadores de Santa Isabel.
Existe entonces una misma lógica entre los bombardeos occidentales en Libia y el modelo social de marco neoliberal que han impuesto en Chile y en el mundo. Oponerse significa plantear una renovada centralidad de aquellos intereses sociales capaces de vincular el mercado y sus espíritus salvajes. Significa proponer un profundo cambio en los mecanismos de toma de decisiones, para reencontrar el sentido más profundo del hacer política y de la justicia social. En Chile, en Latinoamérica, en el mundo unamos cerebros y esfuerzos: si estamos unidos el camino va a ser más rápido y liviano.
Columna publicada en el sitio elquintopoder