La semana pasada se dieron a conocer los resultados de la encuesta CASEN 2015 y en materia de desigualdad prácticamente no se ven avances. Entre la medición del 2013 y el 2015, el coeficiente de Gini para medir la desigualdad, pasó de 0,504 a 0,495. Para tener una referencia, en Estados Unidos, sociedad capitalista ícono, el Gini es 0,411. De hecho, con nuestro nuevo Gini, Chile sigue siendo el país más desigual de la OCDE y parte de los 20 más desiguales a nivel mundial.
Un rasgo típico de la desigualdad chilena aparece al inspeccionar el porcentaje de ingresos que acumulan los individuos que están en la cúspide de la estructura social, los más ricos de los ricos. A este respecto y de acuerdo al informe elaborado por el Banco Mundial para Chile denominado “Efectos Distributivos de la Reforma Tributaria”, el 5% de mayores ingresos es propietario del 50,5% del total de ingresos del país. Más aún, el 0,1% de la población, concentra en sus manos, el 19,5% de los ingresos totales. Estos resultados dan cuenta del constante aumento en el poderío de las grandes fortunas, en rigor, de los propietarios de Chile que encuentran en el país una plataforma idílica para continuar avanzando con su patrón de acumulación.
Y es que aún cuando se ha instalado la idea de que este grupo – por regla general vinculado al mundo empresarial – ha visto resentidas sus tasas de ganancias, lo cierto es que los datos dan cuenta de otra realidad.
Al inspeccionar los resultados de las más de 500 empresas que informan sobre sus niveles de ganancias en la Superintendencia de Valores y Seguros, se constata que durante el primer semestre de 2016, las utilidades globales suman $6.624.668.852.000, lo que equivale a un 22% más que en igual período del año 2015. De hecho, considerando al grupo de empresas IPSA (las más transadas en la bolsa de comercio), el aumento en las utilidades es de un asombroso 40,4%. La pregunta entonces es, ¿quién se desacelera cuando “Chile se desacelera”?
Así, mientras en Chile se habla de crisis, de desaceleración y de pérdida de confianza, el mercado de los autos de lujo (sobre los $50 millones) creció un 45,3% en los últimos 12 meses. De hecho, como consigna El Mercurio en su edición del sábado 24 de septiembre, las poderosas marcas Ferrari y Maserati construirán su casa matriz en Lo Barnechea nutriendo de lujosos automóviles a las grandes fortunas nacionales.
Todo esto encierra un gran contraste con la realidad del ciudadano común, en un país donde la mitad de los trabajadores ganan menos de $340.000 líquidos y se encuentran altamente endeudados. En este contexto, la desigualdad tiene que entenderse como un fenómeno relacional: unos pocos acumulan y tienen un ostentoso nivel de vida a través de la apropiación de los frutos del trabajo de otros (a esta apropiación se le llama explotación).
Junto con lo anterior, los fondos de pensiones han sido un poderoso botín mediante el cual no sólo la industria de AFP ha hecho un suculento negocio (en los 35 años de vida sus dueños se han embolsado $3.918.015.235.141). Junto a las AFP, los principales beneficiados del sistema privado de pensiones basado en la capitalización individual han sido los grandes empresarios, quienes reciben de las administradoras de fondos de pensión, a un costo casi cercano a cero, enormes flujos de ahorros previsionales que utilizan como combustible para acelerar sus ritmos de producción y ganancias. De este modo, mientras las AFP se encuentran pagando en un 91,6% de los casos, pensiones de vejez edad menores a $157.255, es decir, menores al 61% del salario mínimo, 10 empresas IPSA entre las cuales se encuentran casos probados de colusión de precios, obtienen $8.893.084.990.000, y 10 bancos reciben $20.621.412.060.000 y luego ofrecen esos recursos (que son de los trabajadores) cobrando tasas de interés que llegan al 40%. Para quien se encuentra en la cota mil de la estructura social el negociado es redondo. Perfecto para terminar el día y poner el pie en el acelerador del Ferrari del año que lo espera en el hogar. Ese es el sentido relacional de la desigualdad, la relación se encuentra en el hecho de que unos se enriquecen a costa de otros.
Pues bien, a la fecha persisten – aún – diversos mecanismos que apuntan a que esto no cambie, que incluso se profundizaron después de la dictadura. Se trata de dispositivos que dan larga vida a los espacios de acumulación de capital. De hecho, el panorama de la desigualdad está lejos de verse alterado en Chile.
Entonces, ¿Ferraris o pensiones?, siendo la desigualdad un fenómeno relacional, las mejoras distributivas necesariamente precisan que los que hoy ganan ya sea apropiándose directamente del fruto del trabajo de otros o a través de la mercantilización del derecho social a la pensión, tengan que resentir sus niveles de ganancia. Por lo tanto, promesas de solución que no entren de lleno al conflicto entre el capital y el trabajo, nunca serán condiciones suficientes en orden a lograr una transformación estructural.
¿Más lujo en la cota mil o un sistema de reparto con verdadera seguridad social?, ¿Más lujo o un real sistema de negociación colectiva por rama de actividad económica? ¿Ferraris o valor de la fuerza de trabajo?, ese es el quid del asunto.