A partir de julio de este año, las personas que se jubilen percibirán una disminución en sus pensiones de un dos por ciento en promedio, como consecuencia del reajuste de las tablas de mortalidad publicadas por la Superintendencia de Pensiones que expresaron que la población chilena vivirá en promedio 10.5 meses más.
Según la Fundación Sol, la pensión promedio que recibe el 90 por ciento de los jubilados chilenos es de alrededor de 147 mil pesos mensuales, cifra que seguirá bajando y contribuirá a precarizar aun más la situación de los futuros adultos mayores en el país.
En la última encuesta Casen de 2013 se contabilizaron alrededor de dos millones 800 personas mayores de 60 años. De este número, el 50 por ciento se consideraba jefe de hogar, cifra preocupante en el panorama actual ya que muchos de los jubilados reingresan al mercado laboral al no poder financiar los servicios básicos solamente con sus pensiones, situación en la que se encuentra el 43 por ciento de la población de adultos mayores en el país.
Ante la proyección de un mayor envejecimiento en los próximos 25 años, las críticas nuevamente recaen en las AFP, un sistema de pensiones que no garantiza una seguridad social para los actuales y futuros jubilados.
Para Gonzalo Durán, economista de la Fundación Sol, el sistema de pensiones colapsó, lo que ha desembocado en que muchos adultos mayores deban volver a trabajar, endeudarse o simplemente vivir de la caridad de sus familiares.
“Esta situación nos lleva a reflexionar cómo entendemos la pensiones en Chile; si nos motiva pensarla como un derecho, que debiese ser, o más bien seguir la lógica de la mercantilización, en donde depende de cómo le va a cada uno y si en el futuro las pensiones son malas, cada quien vera cómo se las arregla, cosa que sucede hoy en día”.
Ser mujer y envejecer
Las mujeres nuevamente son las más perjudicadas. Si en su adultez eran afectadas por los altos costos en los planes de salud y la discriminación laboral, en la vejez el problema son las bajas pensiones.
De acuerdo a un estudio reciente de la Fundación Sol, el 94 por ciento de las mujeres jubiladas percibe menos de 156 mil pesos mensuales.
En sus tablas de mortalidad para los próximos cinco años, la Superintendencia de Pensiones pronosticó que el promedio de vida para una mujer chilena será de 90 años, uno más respecto a lo que estaba vigente.
Al respecto, Luis Mesina, vocero de la Coordinadora Nacional No más AFP, expresó que la medición realizada por la Superintendencia respecto de los niveles de mortalidad del país no se condice con lo expuesto en ocasiones anteriores por el Instituto Nacional de Estadísticas.
“A las mujeres se le están asignando expectativas de vida sobre los 91 años. Difícilmente una mujer trabajadora, asalariada, llega a superar los 80 años de vida en condiciones decentes. Lo que estamos haciendo es que los más pobres están subsidiando a los más ricos”.
Para Daniela Thumala, académica del departamento de Psicología de la Universidad de Chile e investigadora del Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo Gero Chile, en el caso de las mujeres también es necesario tener especial consideración con el trabajo doméstico no remunerado que realizan, el que muchas veces es invisibilizado por la sociedad.
“Se habla de una feminización de la vejez porque las mujeres tendemos a vivir más que los hombres, por lo que nos toca más la experiencia. Si las pensiones son bajas en general, para las mujeres lo son aún más porque han trabajado de manera intermitente o simplemente no han trabajado con salario, entonces las probabilidades de exclusión social en la vejez son mayores. A esto se debe sumar que tenemos a mujeres adultas mayores cuidando de otros adultos mayores. La mujer es marginada por ser vieja y estar más empobrecida”.
La vida después del trabajo
La pérdida de los espacios de validación de la población adulta mayor también es un problema después de jubilar.
La rutina del trabajo cambia a la de hogar, donde a veces los más jóvenes desconocen o no le dan importancia a las necesidades de sus integrantes más longevos.
“Hay una suerte de muerte social muchas veces asociada a procesos de envejecimiento: las personas dejan de estar ubicadas en un lugar valorado y muchas veces a los adultos mayores se les infantiliza. Eso tiene que ver con que cuando alguien deja de ser productivo o capaz de producir pierde un rol social y una valoración altamente importante en los procesos identitarios, por ejemplo”, explica Daniela Thumala, para quien la jubilación debería ser una oportunidad para que algunos adultos puedan construir su identidad en otros ámbitos no mercantiles, acompañados por una sociedad consciente del valor de la tercera edad.