Publicada en El Mostrador el 12 de junio 2019
Por Andrea Sato Jabre, investigadora Fundación SOL
Las mujeres han tenido que buscar mecanismos de subsistencia ante la precarización del trabajo femenino. Estos mecanismos han sido variados y se han mantenido históricamente: “pitutos” fuera del horario de trabajo remunerado, “matuteo” entre vecinas o el lugar de trabajo, ventas de almuerzo; y una larga lista de labores similares que demuestra la creatividad que desarrollamos cuando hay que “parar la olla”.
El endeudamiento se ha constituido en un mecanismo de control y despojo para los trabajadores y trabajadoras, pero también en un mecanismo de subsistencia para llegar a fin de mes.
No es sorpresa para nadie que las condiciones del empleo en Chile son paupérrimas; se presentan altos índices de inserción endeble, empleo desprotegido y una precarización sistemática. Hoy día, los ingresos del trabajo no logran reproducir la vida, y esto está íntimamente ligado a la masificación de la deuda para cubrir necesidades de consumo básico de los hogares.
Del total de empleos creados en los últimos 9 años, 861.497 puestos fueron ocupados por mujeres, un 67,1% de este empleo tiene altas probabilidades de ser precario, ya que se constituye como trabajo externalizado, cuenta propia o familiar no remunerado.
Una de las principales características que presenta el empleo precario son las bajas remuneraciones; en este sentido, y tal como lo pesquisa el último estudio de Fundación Sol, “Los bajos salarios de Chile”, el 50% de las mujeres trabajadoras gana $300.000 pesos líquidos o menos, $80.000 mil pesos por debajo de la mediana salarial masculina.
En este complejo escenario de precarización del trabajo femenino, se observa que aumentan constantemente los hogares cuya jefatura está a cargo de una mujer (en 1990 el 20% de los hogares tenía jefatura de hogar femenina, cifra que en la actualidad llega al 42%, según datos de la encuesta CASEN), y que la mayoría de los hogares monoparentales (73%) está liderado por una mujer, en los cuales además existe un retraso salarial importante.
Por ello, las mujeres han tenido que buscar mecanismos de subsistencia ante tal precarización. Estos mecanismos han sido variados y se han mantenido históricamente: “pitutos” fuera del horario de trabajo remunerado, “matuteo” entre vecinas o el lugar de trabajo, ventas de almuerzo y una larga lista de labores similares que demuestra la creatividad que desarrollamos cuando hay que “parar la olla”.
A pesar de que los hogares han encontrado tradicionalmente formas de llegar a fin de mes, parece ser que cada vez los ingresos se vuelven más escasos y son insuficientes para reproducir la vida; esto los ha obligado a complementar ingresos vía deuda y salvaguardar bienes y servicios mínimos.
En el Informe Deuda Morosa USS-EQUIFAX del cuarto trimestre de 2018, se revela que las mujeres morosas a diciembre de 2014 eran 1.730.452, para diciembre de 2018 la cifra alcanzaba los 2.313.328, es decir, en 4 años la morosidad ha aumentado en casi 600 mil mujeres, un alza del 34%.
El mismo informe señala que el promedio actual de la morosidad (para mujeres y hombres) se eleva a $1.177.955, un monto totalmente desalineado a los ingresos que perciben las mujeres en la actualidad y al mini salario mínimo que hoy está vigente en el país.
El endeudamiento y la morosidad, representan la última frontera del capital, porque refuerza la precarización en los hogares, hipoteca el bienestar de las familias y sobre explota el trabajo de las mujeres.
La apropiación de la fuerza de trabajo presente y futura de las mujeres se agrava cuando la mercantilización de los derechos sociales (educación, salud, previsión) impulsa una intensificación de la reproducción, ya que el vacío de cuidados o la mercantilización de estos, condicionan nuevos formatos de explotación sobre el trabajo no remunerado, dado que las mujeres tienen que asumir labores por las que hoy día el mercado cobra.
Por ejemplo, un sistema de salud privatizado obliga a las mujeres a intensificar sus labores de cuidado a otros, al igual que un modelo previsional que empobrece a los adultos mayores dependientes. Ambas problemáticas, la mercantilización y el endeudamiento son mecanismos de despojo y precarización.
En esta línea, la explotación de la deuda va por dos vías; primero las implicancias que tiene respecto del disciplinamiento y control en el trabajo, y segundo, la sobreexplotación del trabajo reproductivo por parte de las mujeres, ya que, al tener esta doble presencia -tanto en el trabajo doméstico como el remunerado-, las vías de despojo se duplican, manifestándose de la manera más brutal la utilización por parte del capital del trabajo de las mujeres, en estas dos dimensiones.
La urgencia de comprender la deuda como coercitiva en el periodo actual del capitalismo, nos obliga a observar el gran ciclo del trabajo y su vinculación con la sistemática precarización de la vida. Politizar la deuda y la morosidad, y evidenciar su carácter depredador, es central para los tiempos que corren.