Por Patrizio Tonelli/Investigador de la Fundación SOL
-La reforma laboral que España acaba de aprobar ¿hacia dónde va?
-La reforma española está motivada por el juicio más o menos extendido de que la legislación laboral española, o su modelo de relaciones laborales, ha generado una falta total de competitividad desde el punto de vista laboral. O sea, por decirlo de forma sencilla, los trabajadores españoles reciben mucho más de lo que son capaces de producir: no hay relación entre su costo y su productividad y hay un problema de competitividad. Ese es el discurso, el relato que acompaña esta reforma. Si ese es el relato los cambios son obvios: por un lado, abaratar el costo del despido (rebajando las indemnizaciones) y aumentar las posibles causales. El tema entonces tiene que ver con el despido, y esa vieja lógica de que mientras más barato sea despedir, más posibilidades hay de contratar. El gran problema español hoy es obviamente el desempleo que ha crecido enormemente por la crisis económica.
-Ahora, este enfoque, que apunta a aumentar la flexibilidad en la salida del trabajo, no necesariamente va a tener efectos positivos en el crecimiento del empleo. Eso lo hemos visto en Chile…
-Se puede decir que la reforma va a ser insuficiente desde dos perspectivas: la neoliberal y la más de izquierda, en la cual yo me reconozco. Los neoliberales dicen que esta reforma no va a producir resultados porque sigue siendo demasiado moderada. De hecho, desde esta perspectiva, el problema del caso español no es el despido si no la negociación colectiva, que establece costos salariales muy altos por sobre la competitividad. La otra crítica, desde una perspectiva más de izquierda, es que el problema español es la calificación de su fuerza laboral. Da lo mismo los costos del despido o los reajustes de la negociación colectiva, lo que está claro es que el sistema educativo formal y la calificación laboral en España no están acorde a su nivel de país.
-¿Quieres decir que los trabajadores son poco calificados?
-Ese es el punto. La culpa no es del derecho del trabajo, como lo sabemos hace tiempo. En rigor el problema del caso español es que sus trabajadores no son competitivos, porque su sistema educacional parece más de tercer mundo que de primer mundo. Esto lo avala toda la literatura sobre la educación: hay investigaciones que dicen que Chile tiene niveles de educación muy parecidos a los españoles, pero no tenemos un ingreso per cápita como el de España.
-De repente no es sólo un problema del sistema educacional, sino de la política industrial del país…
-Estoy de acuerdo. Creo que el sistema educativo, la enseñanza formal, el sistema de calificación laboral, son parte de una política industrial. Tú no puedes tener trabajadores competitivos solo con precariedad, que es el discurso neoliberal. Se necesitan políticas de educación, políticas de incorporación a la empresa, etc. Yo creo que allá hay una cuestión bien cruda en el fondo. Creo que el problema del caso español, que se puede replicar a otros países, es que es una economía que no produce conocimiento. Es una economía que se basa en un par de industrias y, cuando se cayeron esas una o dos industrias, se les vino todo abajo.
-Aquí volvemos a lo que estabas diciendo antes: el derecho del trabajo no tiene nada que ver con el empleo…
-Claro, es la tesis del derecho y la economía. El derecho termina siendo bastante menos relevante de lo que se suele creer en términos de generación de riqueza. Pero sí es muy importante en la distribución de ésta. Al momento de generar el PIB de un país, el derecho laboral es sustancialmente irrelevante. Al momento de decidir cuál va a ser el nivel de igualdad de la sociedad, el dato del derecho laboral es clave. Aquí la experiencia española nos vuelve a servir: en la década de los ’80, el gobierno de Felipe Gonzalez creó los contratos precarios, o contratos “basura”, porque se suponía que con esto se iban a crear muchos empleos e iba a disminuir la temporalidad. Bueno, no tuvo ningún efecto. En el caso chileno, también se ha comprado esa idea y se han incorporado normas sobre jornada parcial, sobre teletrabajo, etc. Eso no tiene ninguna importancia en la creación de empleo. Ahora, si tu tocas las reglas de negociación colectiva y huelga ahí sí que tiene relevancia, pero no para crear empleo o riqueza, sino para distribuirla… Este es el gran pecado del derecho del trabajo en nuestra sociedad, en el fondo.
El poder de la huelga
-Otra cosa importante: los trabajadores españoles van a una “huelga general”, es decir, van a parar sus faenas en protesta contra las reformas del gobierno. En Chile esto no es posible. ¿Qué opinas de esto, del derecho a la huelga?
-Mi visión es muy sencilla: si uno tuviera que buscar el corazón de las relaciones laborales, ese está en la huelga. La relación laboral es básicamente de poder y la capacidad de los sectores subordinados de poder expresar ese poder, o de poder quebrar la sujeción o la dependencia, es la huelga y por lo tanto no conozco sociedades igualitarias donde la huelga no esté consagrada ampliamente.
-¿Consagrada ampliamente significa que sea considerada como un derecho fundamental?
-Claro, significa no tener el modelo contractualista de huelga que tenemos en Chile. ¿Por qué digo contractualista? Porque la huelga sólo se puede ejercer, jurídicamente hablando, en el marco de una negociación de un contrato. En una carta que mandé a El Mercurio, un poco para mostrar el absurdo de esto, dije que si los trabajadores de la mina San José se hubieran ido a huelga antes del accidente por las condiciones de higiene, esa huelga habría sido ilegal; y si fueran a huelga ahora, también sería ilegal, porque no están negociando ningún contrato colectivo.
-Entonces cuando dices que la huelga tiene que ser un derecho fundamental, significa que los trabajadores la puedan utilizar cuando quieran…
-Claro, o con limitaciones mínimas. Por ejemplo, uno puede debatir si la huelga puede ser política-partidista. Es decir, no sería razonable que un sindicato se vaya a huelga para apoyar a un candidato presidencial o un partido político. Pero sí es razonable una huelga “político-profesional”, como la huelga española. Una huelga que no está motivada por mis condiciones laborales si no por la situación general del país, por los cambios legales. O sí son razonables huelgas de solidaridad, porque otros están en problemas, como, por ejemplo, los mineros del norte. En fin, el tema es desvincular la huelga de la negociación colectiva. Pues, sin el factor de equilibrio que es la huelga, entendiendo con eso “tener el derecho a huelga”, la relación laboral está construida con una asimetría que no se supera.
Los pecados de Zapatero y Bachelet
-Lo que hemos dicho hasta ahora apunta a qué tipo de modelo de relaciones laborales hay que construir y el papel de la política. En España, por ejemplo, tenemos un gobierno progresista, como el de Zapatero, que promueve reformas laborales neoliberales. ¿Es lo que pasó en Chile con los gobiernos de la Concertación o no?
-En el fondo hay un desconocimiento total acerca de hacia dónde ir. Creo que en España, como en Chile, los sectores progresistas, por llamarlos de alguna manera, no tienen claro hacia dónde ir con el modelo de relaciones laborales. Esto, a diferencia del mundo neoliberal, que lo tiene muy claro. Para ellos, por ejemplo, la negociación colectiva es un aumento de costos necesaria e indefectiblemente. Y así, hay un par de axiomas que el mundo neoliberal ha logrado incorporar al debate progresista: tú conversas con políticos de izquierda, socialistas y todo eso, y no tienen claro el tema del trabajo. Es más, el gobierno de Bachelet, o la Concertación en general, es un buen ejemplo de querer cambiar el mundo, la desigualdad, sin tocar el trabajo. Y a estas alturas el cuestionamiento obvio es que no se puede construir una sociedad igualitaria sin tocar el trabajo.
-¿Cuál debería ser la tarea fundamental en este sentido? ¿Hacia dónde propones ir?
-Hay que tener claro el modelo de relaciones laborales que uno quiere y debatirlo. Por ejemplo si traemos a Chile el debate, en el mundo pro-laboral, pro-trabajadores, tú te encuentras con personas que creen que lo mejor sería que todo el mundo se metiera a los sindicatos, el “sindicalismo obligatorio”. A mí eso me parece un error. No creo en el sindicalismo obligatorio tipo Brasil. O el “sindicalismo fuerte”, tomando de modelo lo que pasa en Argentina, que es un sindicalismo fuerte, claro, pero completamente cooptado por los partidos políticos. Para Chile yo no copiaría ni el modelo italiano, ni el español, ni el argentino. Uno tiene que tener un modelo mucho más complejo y articulado y, sobretodo, mucho más democrático, que es mi opción. Pero eso significa hacer sacrificios. Por ejemplo, nosotros necesitamos que el Estado se retire de las relaciones laborales.
-¿Puedes explicar a qué te refieres?
-Te voy a poner un ejemplo que les doy a mis alumnos: el artículo 369 del Código del Trabajo chileno le permite al sindicato que está negociando, cuando ya la negociación se les está yendo a pique, obligar a concelebrar el contrato anterior. Esa es una norma que yo derogaría, pues me parece que los sindicatos que no tienen la capacidad de acumular poder y negociar en equilibrio, no tienen derecho a tener un contrato y deberían caer en la nada, pues eso nos permitiría fortalecer y vigorizar los sindicatos. En caso contrario, tenemos a estos puros 369, que es un remedio que nos deja un sindicalismo “de caricatura” pues, en el fondo, al muerto lo tienen con respirador artificial. Yo soy partidario de quitarle el respirador, pero claro, a partir de un nuevo modelo, donde la huelga y el derecho a huelga sean un punto clave para reformar el modelo de relaciones laborales.
Si quiere conocer las reformas laborales impulsadas en España, puede leer este artículo publicado en el diario El País