Publicada en El Mostrador el 1 de diciembre 2011
Por Gonzalo Durán, investigador Fundación SOL
Ciertamente, lo que los datos revelan, confirman un hecho que se palpa cada día más: el mal vivir, sobre todo por causa de nuestra organización del trabajo. Lo que sumado a una acción cada vez más debilitada del actor sindical, conjuga un escenario dorado para las empresas.
06.30AM, comienza la jornada de muchas y muchos chilenos: una hora para levantarse y un desayuno rápido.
07.30AM, llega el momento de desplazarse al lugar de trabajo: al menos una hora.
Son las 08.30AM y comienza la jornada laboral. ¿Cuántas horas trabajan las/los chilenas/os?
A comienzos de la semana pasada fuimos testigos de los resultados del estudio internacional de la consultora Regus. El sondeo, que tuvo con una amplia difusión en los medios de prensa nacionales e internacionales, señalaba que en el caso de Chile, el 11% trabajaba más de 11 horas diarias.
Inquietante, pero la estimación internacional se queda corta. De acuerdo a los cálculos de Fundación SOL (ver do file en Stata) y utilizando los datos de la Nueva Encuesta Nacional de Empleo (NENE, encuesta oficial, del INE), en Chile, un 30% de los trabajadores dependientes full time, labora más de las 45 horas legales semanales.
La sorpresa (para las estadísticas que se conocen, más no para quienes viven esta realidad), se da al revisar el promedio semanal de horas efectivamente trabajadas por ese 30% de trabajadores/as: 56 horas. Es decir, un 24,4% promedio de exceso de jornada, o si se quiere: 1,24 días completos de sobre jornada.
Considerando que las 45 horas de trabajo legales, se estiman para 5 días hábiles, el cálculo previo indicaría que este 30% de trabajadores dependientes full time, trabaja en promedio 11,27 horas al día. Al hacer este zoom (trabajadores dependientes full time) tenemos pues, casi 3 veces el porcentaje, ya inquietante, de la consultora Regus.
Pero esto no es todo.
No satisfechos con exigir a los trabajadores y trabajadoras extenuantes jornadas laborales, las empresas pagan horas extras sólo en 6 de cada 10 casos. Ergo, parte relevante de la tasa de ganancia patronal descansa precisamente en la absorción no remunerada del excedente productivo de los trabajadores y trabajadoras: lo que le corresponde al trabajador termina siendo adueñado por el empleador. En ello, la duración prolongada del proceso de trabajo constituye un pilar fundamental para tal cometido.
Ciertamente, lo que los datos revelan, confirman un hecho que se palpa cada día más: el mal vivir, sobre todo por causa de nuestra organización del trabajo. Lo que sumado a una acción cada vez más debilitada del actor sindical, conjuga un escenario dorado para las empresas.
Y es que difícilmente se puede tener una buena vida con una dinámica a la chilena: 2 horas en desplazamientos de ir y volver al trabajo, 11.5 horas de trabajo, 8 horas para dormir, 1 hora para higiene y levantarse, 30 minutos para preparar la cena y rápidamente comérsela. Quedan... 60 minutos.
Preocupa que esto le pase a cerca de un 30% de las personas regidas por el Código del Trabajo y que laboran a tiempo completo. Para ellos/ellas, dicha realidad es la constatación material de cuando el trabajo nos quita la vida, de cuando la vida es usada para trabajar.
Al respecto, es pertinente preguntarse, hasta qué punto la clase política en general seguirá cínicamente invisibilizando situaciones como estas, que protegen y dan sustentabilidad al paraíso en cual viven las 4.500 familias que tienen secuestrado al país. No es aceptable, bajo ningún parámetro, que tenga que existir una suerte de grupo de sacrificio que deban soportar extensas jornadas laborales, para nada saludables.
Lejos ha quedado el viejo estandarte británico del triple 8. Aquél, que acuñado en el año 1817 por Robert Owen, reivindicaba jornadas con 8 horas de trabajo, 8 horas de recreación y 8 horas de descanso. Este estandarte, que en sí mismo no era cabalmente liberador, era un principio mínimo para romper con la colonización absoluta de la vida del trabajador. Los problemas actuales, no obstante, siguen siendo muy similares al tiempo en que se formula esa consigna: 200 años después, ésta aparece como una panacea inalcanzable.
Mejorar la calidad de vida no debiese ser algo postergable. Ni las crisis económicas ni tampoco los distintos escenarios políticos son excusa. Nuestro país requiere ahora, una nueva institucionalidad y una nueva forma de hacer sociedad, que termine de una buena vez con el abuso dominante y legalizado que se ejerce hoy al servicio de las empresas.