Por Gonzalo Durán/Investigador Fundación SOL
Nuestro país es el más desigual de las naciones del bloque OCDE, incluso si nos comparamos retrospectivamente con cada país el año que tenía el el mismo PIB per cápita que Chile tiene actualmente. Es también uno de los países más desiguales a nivel mundial, compartiendo ranking con pueblos africanos, varios de ellos aún con serios problemas de pobreza y desnutrición.
Si bien el diagnóstico no es nuevo (convengamos que en los últimos 20 años el Gini ha permanecido casi inmóvil), resulta preocupante el antídoto que siempre se arroja desde la clase política: “Contra la desigualdad: el empleo es la clave“. Tal es el título del recientemente publicado libro de Andrés Velasco, cuya idea central es apoyada por el Ministro Larroulet, el Senador UDI Hernán Larraín, el Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo Luis Larraín y el ex Ministro Alejandro Foxley, entre otros.
Ciertamente, es teóricamente correcto -desde la doctrina dominante- sostener que más trabajo se relaciona con menor desigualdad. Lo preocupante es que se insista porfiadamente en esa idea en Chile (esto es, que la clave para mejorar la distribución de ingresos radicaría en aumentar la tasa de ocupación), cuando durante 20 años se ha hecho básicamente eso, sin resultados.
Sorprende pues, que se intente tapar un problema cuyo origen radica en el punto neurálgico del mundo del trabajo: en la relación laboral, un lugar donde se ponen en cuestión dos intereses diferentes: el de los trabajadores que venden su fuerza de trabajo, y el de las empresas que la compran.
En este punto, conviene pasar revista sobre ciertos hechos que, afectando la desigual distribución de la riqueza, no se combaten simplemente con más empleo. Veamos tres datos relevantes que suelen omitirse:
1) La aristocracia trabajadora, ese 10% de trabajadores más ricos de Chile – ejecutivos, gerentes y directores de los principales grupos económicos y multinacionales – han capitalizado parte relevante de los frutos del crecimiento-país. En efecto, para el período 2000 – 2006, cuando el slogan era “crecer con igualdad”, el 10% más rico se apropió del 100% del crecimiento de los ingresos promedios. La situación, es calcada a la descrita por Emmanuel Saez para el caso de Estados Unidos.
2) Junto a lo anterior, cuando se analiza la evolución de la productividad laboral y de las remuneraciones, en Chile se constata una disociación entre ambos crecimientos. Mientras la productividad creció en un 90% entre 1990 y 2009, las remuneraciones sólo lo hicieron en un 20% (Datos Fundación SOL). Es decir, parte significativo del incremento en productividad laboral fue a caer en los bolsillos de los dueños del capital, en circunstancias que debieron haber ido a las manos de los trabajadores.
3) La negociación colectiva, esa institución laboral que surge mundialmente con el objetivo de mejorar la distribución de ingresos, obtiene resultados económicos que en Chile no superan el 1% real promedio en los últimos 10 años. En el mismo lapso, las empresas aumentan sus ganancias en una tasa promedio de 40% (Datos: Durán 2009).
Las ideas planteadas por Velasco, Larroulet y compañía no tienen que ver con medidas que corrijan lo anterior. Su horizonte es claro: las estructuras no se tocan.
La idea de que con más trabajo se mejoraría la distribución de ingresos es fácil, didáctica y relativamente conocida: si antes trabajaba una persona en la casa y ahora lo hacen dos, la distribución de ingresos tiene que mejorar: hay más ingresos en el hogar.
El problema, no obstante, sigue siendo el conflicto capital – trabajo. En efecto, aún cuando ahora trabajen dos personas, la distribución de ingresos puede terminar siendo igual o inclusive peor. Ello, como consecuencia de que las dos personas del tramo más rico se han adueñado de parte relevante de las remuneraciones que correspondían a las dos personas del tramo más pobre.
Es más, el positivo impacto que podría tener el mero hecho de crear puestos de trabajo, puede verse anulado cuando estos son de mala calidad y cuando persisten instituciones laborales regresivas en términos de distribución del ingreso. En este punto, conviene señalar que, contrario a lo que dice Larroulet, Fundación SOLha estimado que entre junio de 2010 y junio de 2011, en un período en que fueron creados cerca de cien mil puestos de trabajo en el Gran Santiago, la desigualdad creció en cerca de un 32%. Parte importante de este revés tiene que ver precisamente con la pésima calidad de los puestos de trabajo que se han creado y el incremento en la brecha de los más ricos versus los más pobres.
Ante esta situación, vale la pena recordar señalado por dos economistas: Daron Acemoglu (MIT) y James Robinson (Harvard). Ellos concluyen que este tipo de comportamientos busca mantener el statu quo y constituye una práctica recurrente en las esferas dominantes que en su deseo de mantenerse en el poder buscarán no cambiar las instituciones.
El inmovilismo político actúa en este caso, como un poderoso aliado de lo que Vicenç Navarro definiría como la Clase Corporativista, es decir, los representantes de la cúpula empresarial. Para Acemoglu y Robinson (2006), dichas estructuras provocan una suerte de “democracia capturada por las elites”.
Es este statu quo el que hoy amenaza seriamente en convertirnos en un país todavía más desigual, que marcha a tranco firme hacia una polarización todavía mayor en la concentración de su riqueza, con un grupo dominante que se colude y se niega a cambiar un ápice del injusto sistema laboral que fue concebido bajo el régimen militar de Pinochet y que se ha mantenido incólume bajo una democracia capturada por las elites.
Publicada originalmente en Red Seca