El día de la felicidad y nuestras condiciones materiales de vida
Columna de opinión en El Mostrador

Publicada en El Mostrador el 20 de marzo 2013 

Por Karina Narbona, investigadora Fundación SOL

Hoy 20 de marzo fue designado el Día Internacional de la Felicidad por la ONU. El día corresponde a un equinoccio, cuando el día y la noche tienen la misma duración, lo que se eligió porque simbolizaría "la paz y la estabilidad". Con este día se quiere recordar cada año que la felicidad es "un objetivo humano fundamental".

Hace un tiempo que las Naciones Unidas se plantea orientar la política gubernamental hacia la mejora de la felicidad de las personas, instando a valorar dimensiones distintas al crecimiento. Ello coincide con una sensibilidad general instalada en la población de escepticismo hacia los habituales indicadores macro que no se reflejan en la calidad de vida de la mayoría, pero también, se alinea con un cierto individualismo que se hace frecuente en la sociedad actual, de capitalismo neoliberal.

La felicidad es el principio que al parecer guía nuestros tiempos, remite a la esfera privada e intima de la existencia, en un mundo de individuos compelidos a su propia autorrealización. Los estudiosos del tema hablan de que se propaga una cultura "psi", personalizada y comunicacional, concentrada en cuestiones relativas a la interioridad, a los pequeños cuidados y placeres, a la autoobservación, a la identidad.

Crecen las publicaciones de superación y autoayuda orientadas a enseñar cómo lograr la felicidad personal. Abundan los cánticos sobre los secretos que llevan a las personas a ser felices, paquetes de prácticas del día a día para aumentar la felicidad a través de acciones positivas desarrolladas por héroes cotidianos, la mayoría empresarios. Y es que, en efecto, el discurso de la felicidad tiene como referente a aquél que da rienda suelta a sus deseos, maximiza su bienestar o el bienestar "con los suyos", es siempre móvil y aspira siempre a más, y qué mejor representante de ello que los empresarios.

Es un determinado tipo de subjetividad y una nueva relación social que enseña el neoliberalismo, la ideología del emprendimiento trasladada a la vida cotidiana, que llama a ser "empresario de sí mismo".

Bajo esta óptica, con los llamados a "espiritualizar la política", al "movimiento positivo" y a ocuparnos de la felicidad, un riesgo se instala: el de personalizar o psicologizar la realidad social. Aún siendo necesario mirar desde otros ángulos el cómo vivimos, no tiene por qué significar una desconsideración de las determinantes sociales y materiales. Lo que ocurre es que el crecimiento no es y nunca será un buen indicador de esas condiciones, no habla de la prosperidad común, de la situación de la mayoría que trabaja para vivir y que aún así no le alcanza. De muestra, sólo un botón: entre 1990 y 2011, la brecha en ingresos autónomos entre el 5 % más rico y 5 % más pobre en Chile subió de 130 a 260 veces (Casen 1990-2011) y hoy, el 50 % de los trabajadores chilenos gana menos de $ 251.000. Es decir, no todos crecen cuando "Chile crece" y es más, unos crecen a costa de otros.

En virtud de ello ¿es que hay que menospreciar el tema de la subjetividad? Todo lo contrario, es muy necesario abordarlo, sobre todo en un país como Chile, que destaca por tener una de las "cifras más altas de suicidios del planeta, que la población ha sufrido más de algún trastorno de salud mental en su vida (particularmente depresivos), que del total de licencias médicas —ya muy altas en su frecuencia— la mayor parte sea asignada por causa psiquiátrica o que el “consumo” psicofarmacológico (antidepresivos, ansiolíticos) haya aumentado en los últimos años exponencialmente". Pero ante esas cosas, el culto pop a la felicidad no nos dice mucho, simplemente aconseja un mejor dominio de las emociones.

Lo que se requeriría, en resumidas cuentas, es entender el tema de la subjetividad como algo esencial, pero sin olvidar la materialidad que la constituye, sin dejar de hacer un paseo de conjunto por la realidad. En este sentido, surgen preguntas que de otro modo no aparecen: con un sueldo de $250.000 ¿qué posibilidades concretas hay de estar bien y llevar una buena vida? o con el sueldo mínimo de $205.000 que propone el gobierno ¿se puede "elegir vivir sano"? ¿Cómo las personas lidian, bajo estas condiciones de vida, con los mensajes que les llegan a diario desde los medios de comunicación y desde las principales marcas —como Coca Cola—, de valencia positiva, de autoafirmación y de integración al consumo?

La vara con la que se mide la felicidad puede ser algo laxa y se pueden dar fenómenos tan extraños como que, según la medición de la Universidad de Columbia de 2012, Chile destaque por ser uno de los países más felices del planeta (N°43 de 156 países), o que, según la medición de la Encuesta Casen 2011, el promedio de felicidad en Chile sea de 7,2 puntos en una escala de uno a diez, y que Aysén, Magallanes y Antofagasta, las regiones protagónicas de sendas protestas durante el 2011, sean las regiones más felices de Chile.

Tal como se muestra en el informe PNUD 2012, algo extraño ocurre que al consultar por el bienestar subjetivo con la propia vida, la mayoría se declara autocomplaciente, pero al consultar por esa otra dimensión que suele quedar oculta en el enfoque de la felicidad: la sociedad, las condiciones de vida y el respeto de derechos, la mirada se torna negativa. Al parecer, sobre todo cuando el mandato a ser feliz se bombardea publicitariamente, es poco probable que las personas se declaren infelices. De este modo, la entrada de la política gubernamental a esa arena asegura buenas noticias y pocos sobresaltos.

Por lo mismo, hay que estar precavidos, el enfoque postmaterial de moda es en buena parte conveniente a los que buscan perpetuar el statu quo, pues impulsa a olvidarnos de las carencias concretas y comunes por "eso que realmente importa".

Esta misma operación se puede ver en el trabajo: hace algunos años que llegó a Chile el recurso al "salario emocional" para compensar los bajos sueldos. El "salario emocional" o no monetario (reconocimientos simbólicos, servicios sociales anexos, actividades lúdicas, etc.), es una fórmula que se enfoca en crear sensaciones positivas, de "felicidad laboral", motivando a dar más de sí sin esperar por ello una mejora en los (bajos) sueldos.

"Afortunadamente —se dice—, estamos asistiendo a una nueva actitud hacia el trabajo. El trabajo era algo que se hacía sólo para ganarse la vida. Cada vez más, la razón para ir a trabajar es ser feliz" (Kjerulf, 2008:92), o, como se señala en un anuncio publicado en el diario The Times el año 2010: "Se busca directivo que traiga felicidad. Es un requerimiento para el puesto creer que la gente puede ser motivada por algo que no sea dinero".

Finalmente, a la luz de manipulaciones ideológicas como esas, que llevan a consentir y sumergirnos más en la precariedad, se puede apreciar que el repliegue a lo emocional, a la vida privada e interior, aunque suene paradójico, nos excluye de una interioridad plena. La pregunta sobre la sociedad en que nos toca vivir, por esa condición común, bien concreta, que durante los 365 días del año nos tiene lejos de la "estabilidad y la paz" que se quiere simbolizar en este día, es, al fin y al cabo, la cuestión de fondo, y guía cosas tan trascendentes y superiores como la sociedad que queremos construir.