Por Gonzalo Durán y Marco Kremerman/Investigadores Fundación SOL
Revisando con rigurosidad el discurso que el presidente Piñera leyó a todos los chilenos el 21 de mayo, y que fundamentalmente se plasma en el balance que hizo de los siete compromisos presentados en el discurso del año anterior, no queda más que expresar una sensación de amargura y preocupación en relación al diagnóstico y propuestas que se hacen para el mundo del trabajo.
En primer lugar, el gobierno ha sido majadero en destacar la meta de la creación de un millón de empleos bajo su administración, señalando que sólo durante el primer año de mandato, prácticamente ya se ha llegado a la mitad de esta meta (487 mil empleos), “la cifra más alta de la historia”. Sin entrar en la discusión metodológica que implica el cambio de la vieja a la nueva encuesta de empleo y que ha sido utilizado como caballito de batalla por la Concertación y sus técnicos, para boicotear políticamente este supuesto logro, desde Fundación SOL, también hemos sido majaderos en tratar de generar una sana reflexión en torno a la calidad del empleo en Chile.
La discusión por empleos más o empleos menos, ha provocado un tremendo daño al debate, ya que mientras la Concertación intenta demostrar que son menos de 487 mil y la crítica sobre la calidad brilla por su ausencia, la ministra del Trabajo puede decir con total soltura que la cifra es muy positiva, ya que si antes una persona no tenía empleo y ahora tiene uno (aunque sea por 4 horas a la semana, tercerizado o mal pagado), estamos en una situación mucho más favorable.
La consecuencia de este pobre debate (que sin duda es el reflejo de un pobre nivel de nuestra clase política), es que en el discurso del presidente, también con bastante soltura se hablara de 487 mil empleos de calidad, sin demostrarlo en ninguna parte del discurso con cifras concretas. Más bien cuando hizo alusión tímidamente a la calidad del empleo se refiere a los empleos del futuro (“Pero tan importante como la cantidad, es la calidad del trabajo. Queremos trabajos mejor remunerados, en que se respeten los derechos de los trabajadores”)
En resumen, se trata de publicidad engañosa, cuando observamos que dentro la variación de 487 mil ocupados durante los últimos 12 meses, el 45% de esta cifra son trabajos “por cuenta propia”, “personal de servicio doméstico”, “familiar no remunerado”, o empleadores de microempresas de menos de 5 personas. Y ojo, que los cuenta propia, no son profesionales altamente educados que trabajan como consultores y que tiene altas rentas, como nos han tratado de decir las autoridades, sino que principalmente son personas que trabajan jornada parcial (30, 20, 10 o 3 horas a la semana) y de baja calificación (comercio ambulante e informal por ejemplo).
Bueno, dirá usted, pero al menos nos queda la variación durante los últimos 12 meses de 262 mil empleos asalariados, empleos supuestamente con protección y más estables. La mala noticia, es que el 74% de estos empleos asalariados corresponde a la modalidad de subcontratación, servicios transitorios y suministro de personal y enganchadores. Sin comentarios.
Finalmente, el presidente nos dice que la mitad de estos empleos han sido captados por las mujeres. ¿Le habrán dicho sus asesores que si se ajusta la tasa de desempleo por subempleo y desaliento, la desocupación femenina sube de 8,9% a 15,5%?, vale decir, los nuevos empleos femeninos dejan bastante que desear.
En segundo lugar existe una evidente contradicción entre el sexto compromiso de gobierno (Erradicar la Extrema pobreza y reducir las Desigualdades Excesivas) y los nulos anuncios que se hicieron en materia laboral, más allá de la promesa de reformar la Superintendencia de Seguridad Social, crear un nuevo Sistema de Seguridad Laboral con plena participación de los trabajadores, aumentar la capacitación y modernizar la Dirección del Trabajo.
La vergonzosa desigualdad que Chile padece principalmente se derrota en un corto y mediano plazo con más y mejor trabajo y en el largo plazo con educación de calidad. Sin embrago, si el objetivo explicitado en el discurso presidencial es que Chile prontamente se convierta en un país desarrollado, tenemos que usar un lenguaje de país desarrollado, un debate de país desarrollado e implementar políticas de país desarrollado. Confrontar a quienes tienen un trabajo con los desempleados, para relajar los derechos laborales o mantenerlos descalcificados, parece un discusión de los tiempos de la época hacendal.
En el discurso presidencial no aparece ni una sola propuesta para levantar las prehistóricas barreras que se construyeron bajo el Plan Laboral de 1979 que obstaculizan la sindicalización y la negociación colectiva y tampoco una sola propuesta que permita la recuperación de nuestro inexistente derecho a huelga (motivo de burla en la legislación comparada) que permite reemplazo y descuelgue de trabajadores. El tema de los multirut también estuvo ausente.
Sin duda, hay que crear nuevos trabajos, y por ello hay que pensar en una estrategia de desarrollo distinta, donde las MYPEs sean el centro y no sólo participen en las fases precarias de las cadenas productivas configuradas por las grandes empresas, como se observa actualmente. No obstante, quienes tienen un trabajo, deben tener derechos robustos y la posibilidad real de colectivamente disputar las utilidades generadas por las empresas, para así poder disminuir la brecha sideral que existe en los ingresos entre el grueso de la población y el selecto grupo de los hogares más acaudalados. En el espacio del trabajo y los derechos colectivos se juega gran parte de la oportunidad de combatir nuestra enfermedad crónica de la desigualdad.
El malestar de los trabajadores es grande. Al parecer no hemos aprendido del sufrimiento de los 33 mineros, el encierro nocturno de los trabajadores de un supermercado, los 35 días trabajados ininterrumpidamente por el chofer de una compañía de buses, el estrés mutilante de los trabajadores de Call Center y tantas otros tristes y recurrentes episodios que suceden en un país que si no llena de contenido y dignidad al trabajo y a los trabajadores, jamás será un país desarrollado.
Por tanto, el discurso presidencial es moral y técnicamente reprobado.
Columna publicada en el blog de Gonzalo Durán en latercera.com