Publicada en El Desconcierto el 10 de agosto de 2019
Andrea Sato, investigadora Fundación SOL
El “rezo” del Ministro de Hacienda, para que cese la guerra comercial entre EE. UU y China, nos puede dar una idea de lo central que se ha vuelto la preocupación por la economía y el empleo para el gobierno, especialmente por las reformas al trabajo que busca impulsar.
La semana pasada, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), publicó las tasas de desempleo del trimestre móvil abril-junio, en ellas, se estima que hay un 7,1% de desocupación en el país. Además, el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile publicó los resultados de la Encuesta de Ocupación y Desocupación en el Gran Santiago, donde la tasa de desempleo asciende a 8,4%, la cifra más alta desde marzo de 2016.
En ambos instrumentos, se señalan las tasas de desempleo femenino con cifras no muy alentadoras; el INE indica que para el actual trimestre, la tasa de empleo femenino se ubica en el 7,7% una baja con respecto al trimestre móvil anterior, cuando el porcentaje alcanzaba un 8,2% -convirtiéndose en la más alta desde 2012- y el Centro de Microdatos establece un alza de 1,7 puntos en el desempleo femenino, situándolo en un 9,1%.
Vale la pena mencionar que para este mismo periodo la Tasa de Desempleo Integral (TDI) para las mujeres, asciende a 14,1%, esta diferencia de 6,4 puntos –entre la Tasa de Desempleo Abierta y la TDI- se explica principalmente por el aumento de formas precarias de inserción laboral como el subempleo, y formas ocultas de presión, como el desaliento.
A raíz de estos números, vale la pena cuestionarse las frases de campaña de los últimos gobiernos, que prometían la integración justa de las mujeres al trabajo remunerado y la disminución de la brecha salarial, lógicas que fueron el sustento de la Reforma Laboral y su “perspectiva de género”, y de la promoción de la “Agenda Mujer”. Lo que no consideran las políticas de los gobiernos pasados y del actual, es que pocas veces las mujeres toman la decisión de incluirse o restarse del trabajo asalariado de forma individual, estas decisiones son consensuadas a partir de la realidad del hogar y la necesidad de cuidados e ingresos que en él existen. Pensar que las mujeres pueden decidir “libremente” entre trabajo y ocio, es desconocer una estructura histórica que les ha sido asignada como encargadas de las labores domésticas y de cuidado.
Este trabajo doméstico y de cuidados, del cual se benefician los hombres y el capital, no sólo sostiene la reproducción de la vida, sino que es una fuerza fundamental para la mantención del sistema económico y, por ello, al modelo le interesa seguir utilizándolo sin costo. En este sentido, no debería sorprender el aumento del desempleo femenino en un contexto de crisis, precarización sistemática e inserción endeble al trabajo.
La presencia o ausencia de las mujeres en el mundo del trabajo asalariado, también responde a las malas condiciones que éste presenta. Del empleo creado los últimos 9 años y un poco más (111 meses) respecto de la ocupación femenina, el 69,2% son puestos de trabajo con alta probabilidades de ser precarios, es decir, externos o por cuenta propia.
En síntesis, cualquier política de gobierno que busque “impulsar” el trabajo remunerado femenino, es estéril si no considera tanto las labores domésticas y de cuidados como piezas claves para la reproducción humana, como el rol que juegan las mujeres en ese entramado. Crear empleo precario, endeble y flexible para las mujeres es parte del interés del capital, cuyo objetivo de fondo no es más que explotar a bajo costo.
En un escenario donde está sobre el tapate la discusión respecto de las reformas al empleo, no necesitamos “rezos” ni reformas superficiales, es imprescindible visibilizar lo invisible y evidenciar las estructuras que subyacen para hablar en serio de “mejorar el empleo para las mujeres”.