Por Gonzalo Durán/Investigador Fundación SOL
El pasado 1° de diciembre, Andrés Velasco, ex ministro de Hacienda y actual precandidato presidencial, lanzó su libro “Contra la Desigualdad: el empleo es la clave”. Allí desarrolla in extenso la tesis, no muy novedosa, de que para disminuir la desigualdad la clave es aumentar la tasa de ocupación. Es decir, generar más y más puestos de trabajo. El argumento es muy similar al defendido por el Gobierno de Sebastián Piñera y por sus ministros. Más empleo = menos desigualdad suena también muy similar a la vieja teoría del chorreo económico, – planteada en 1955 por Simon Kuznets- que sostiene que hay una parte del crecimiento económico que se rebalsará hacia la población vía puestos de trabajo y que, como consecuencia de ello, mejorará la distribución de ingresos.
Lamentablemente, no por repetir mucho una frase, esta se vuelve verdad. Y eso ocurre con esta idea.
En los últimos 20 años en Chile se ha generado más empleo, sin embargo ello no se ha traducido en una mejora en los indicadores de desigualdad. De hecho, durante los últimos 20 meses se han creado 570 mil puestos de empleo, la mayoría de muy mala calidad: el 55% es trabajo por cuenta propia (la mayoría de tiempo parcial y baja calificación), familiar no remunerado, personal de servicio doméstico o microempresarios que tienen menos de 5 trabajadores. El 45% restante es trabajo asalariado, pero correspondiente en un 100% a empresas contratistas o subcontratistas. Es importante dejar claro en el debate público que la mala calidad del trabajo anula cualquier efecto positivo que podría tener la creación de empleo sobre la distribución de ingresos.
Por otro lado, si bien existen países como los nórdicos, que han logrado la combinación perfecta de altas tasas de empleo (esto es, una gran cantidad de personas trabajando) y bajos niveles de desigualdad, también es cierto que existen muchísimos países de África Subsahariana que, con tasas de empleo y participación inclusive mayores que los escandinavos (pues gran parte de los trabajos son precarios, como lo que está pasando en Chile), siguen subsumidos en la desigualdad. Basta con ver las tasas de ocupación de Angola (64,4%), Ruanda (85,3%), Etiopía (79,5%) y Sierra Leona (65,3%) Todos ellos son países pobres y desiguales, pero altamente participativos en términos de tasas de ocupación, inclusive más que la de los países escandinavos: Noruega (63,5%), Dinamarca (59,8%), Finlandia (55,2%) y Suecia (58,4%). (Datos tomados de Key Indicators of the Labour Market de la OIT de 2010 KILM-OIT).
Estos casos muestran, al contrario de lo planteado por Velasco, que “contra la desigualdad” el empleo no es la clave. ¿Por qué?
Parte importante de la respuesta tiene que ver con otros conductores de la desigualdad, que necesariamente deben ponerse en la balanza (informe “Growing Unequal (2008)” de la OECD). Uno de ellos es el poder de negociación que tienen los trabajadores. Descuidar la distribución inducida por sindicatos y negociación colectiva, puede no solamente esterilizar lo que se logre con más empleos, sino también empeorar la distribución, como ha ocurrido en los últimos años en Chile, donde se han generado empleos, el país ha crecido económicamente, pero la desigualdad no ha mejorado.
La importancia de estos factores queda en evidencia al responder la siguiente pregunta ¿quién gana cuando aumenta el ingreso promedio? Tomando los datos de Estados Unidos, Emmanuel Sáez de la Universidad de California, concluye que para el período 2000-2007, el 100% del crecimiento de los ingresos de ese país cayó en bolsillos del 10% más rico. Replicando la metodología de Sáez, y haciendo uso de la encuesta Casen, tenemos que, durante el período 2000-2006 – al igual que en Estados Unidos – en Chile todo el crecimiento de los ingresos cayó en las manos del 10% más rico.
Esa realidad no se revierte sólo con más empleo.
Teóricamente suena lógico y didáctico plantear que si antes trabajaba una persona en la casa y ahora lo hacen dos, la distribución de ingresos tiene que mejorar: hay más ingresos en el hogar. Pero descuidar el “excedente productivo no remunerado” puede provocar que aún cuando trabajen dos personas, la distribución termine siendo igual, o incluso peor. Ello, como consecuencia de que las dos personas del tramo más rico se han adueñado de parte relevante de las remuneraciones que correspondían a las dos personas del tramo más pobre.
Así ocurre en Chile. En el período comprendido entre 1990 y 2009, nuestro país presenta una creciente disociación entre la productividad y las remuneraciones. En los últimos 20 años, si la productividad creció en un 90%, las remuneraciones solo lo hicieron en un 20% (tomando datos de la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE y para productividad datos del Banco Central de Chile). Esta brecha es el “excedente productivo no remunerado”, la productividad que debiendo ser pagada al factor trabajo, fue apropiada por los empresarios abultando su tasa de ganancia.
De acuerdo a un estudio de la Fundación SOL, la estructura de la negociación colectiva en Chile es la que peores resultados tiene cuando se trata de combatir la desigualdad.
Algunas de sus características son:
Se estimula la división de los trabajadores, prohibiendo su participación en la gestión de la empresa (restringe el contenido de las materias a negociar), limita al máximo la negociación colectiva para las empresas de menor tamaño, se limita la eficacia de la huelga al permitir los descuelgues y reemplazos legales de trabajadores en huelga. Se restringe el ámbito de aplicación de los contratos colectivos solo al listado de personas que lo suscriben (closed shop).
Producto de esta decisión, hoy el sistema de negociación colectiva a la chilena (nivel 1) se encuentra en el grupo de los menos potentes para disminuir la desigualdad en la distribución de ingresos, como se muestra en el siguiente cuadro.
El estudio de la Fundación SOL, concluye que aumentar en 10 puntos porcentuales la sindicalización mejora el Gini en un 4,3% y que aumentar el grado de centralización de la negociación colectiva (el mismo que se degradó al mínimo durante la primera etapa de la dictadura, y nunca más de tocó), mejora la distribución de ingresos en un 7,1%. También muestra que hay distintas formas de organizar la negociación colectiva y que la que tenemos en Chile es muy perjudicial para los trabajadores. (Ver propuesta de Fundación SOL para más detalles).
Contra la desigualdad, un elemento clave es la negociación colectiva de alta cobertura, que aumente las remuneraciones y disminuya el excedente productivo no remunerado.
Crear y crear más puestos de empleo sin tener una solución sincera al imperfecto sistema de negociación, puede llevarnos al desastre que viven varios de los países del “Black Africa”: pleno empleo y enorme desigualdades. De hecho hoy avanzamos por esa senda siguiendo el lugar común que el ex ministro Velasco desempolva en su último libro.
Publicada en Ciper