Por Gonzalo Durán Sanhueza, Economista Fundación SOL, Twitter: @lafundacionsol
El pasado 1° de Mayo, la Central Unitaria de Trabajadores, planteó públicamente un salario mínimo de $250.000.
Las autoridades de turno, entre ellas la Ministra del Trabajo Evelyn Matthei y el Ministro de Economía Pablo Longueira, han salido al paso señalando que dicho monto es imposible de lograr para un país como Chile. El argumento es que un aumento del salario mínimo distinto al que arroje la fórmula: "inflación esperada más productividad", pone en riesgo el empleo y a la economía en general. Según este criterio, el salario mínimo 2012, debiera ser: $191.000 (3 puntos por inflación y 2 por productividad).
Aún cuando el argumento fuerte tras el sueldo mínimo no debiese ser la cuestión de la eficiencia económica, sino el establecimiento de ciertos límites normativos o políticos respecto al tipo de retribución del trabajo que consideramos mínimamente aceptable, es preciso responder al conocido argumento de las autoridades en torno a los efectos económicos, mostrando que, incluso en esa arena, los supuestos que se usan para evaluar si el sueldo mínimo es alto o es bajo son cuestionables.
¿Existen herramientas técnicas que orienten respecto de si el nivel del salario mínimo es alto o es bajo en términos de la capacidad económica del país?
Una interesante contribución, que no debería pasar inadvertida, es la que hace Catherine Saget a través del desarrollo de dos conceptos. De acuerdo a Saget, el impacto que puede tener el salario mínimo sobre la economía, dependerá en gran medida si el país se encuentra en una situación de "mini-salario mínimo" o de "maxi-salario mínimo" (Saget, 2008).
En el primer caso, el salario es peligrosamente bajo y provoca problemas sociales y de eficiencia en el uso de recursos. En el segundo caso, el nivel del salario mínimo afecta positivamente la probabilidad de que los trabajadores salgan de la formalidad, afectando tanto la calidad de los empleos como también el quantum de puestos de trabajo.
Para determinar si un país se encuentra en la vereda del mini-salario mínimo o del maxi-salario mínimo, la autora confecciona una regla basada en los resultados empíricos de un estudio sobre 131 países. El indicador utilizado es el Salario Mínimo como proporción del PIB per cápita mensual, que técnicamente se conoce como Índice de Kaitz Ajustado. Cuando un país tiene un Kaitz Ajustado bajo 0,3 (es decir cuando el salario mínimo como proporción del PIB per cápita mensual es menor al 30%) se está bajo una situación de "mini-salario mínimo". Cuando el ratio supera el 60%, se habla de un "maxi-salario mínimo". Situaciones intermedias son de semi-equilibrio y dan margen de movimiento en los ajustes del Salario Mínimo.
¿Dónde está Chile? La contribución de Saget, no debiese pasar inadvertida. De hecho, sus resultados además de ser robustos, tienen validez externa con otras investigaciones de salarios mínimos. Es el caso de Romero (2006), quien tomando el caso chileno, concluye que el impacto que tiene un aumento del salario mínimo sobre el empleo, depende en buena medida del ciclo económico y de las condiciones económicas del país en un momento determinado. Así, en el período de alto crecimiento de la economía chilena (años 1991-1996) no existe evidencia de que el salario mínimo afectase el empleo formal. En 1996 el Kaitz Ajustado cerraría en un 36% (6 puntos sobre el límite inferior de Saget).
Por otro lado, tomando el ciclo recesivo de la economía (post-crisis asiática y hasta 2002), aumentos fuertes en el salario mínimo habrían tenido impactos positivos en la probabilidad de que los trabajadores salgan de la formalidad. En el año 2000, el Kaitz ajustado fue de 0,43, el más alto registrado entre 1990 y 2011.
Hoy, considerando el Salario Mínimo de $182.000 y un PIB per cápita de US$17.222 (estimación actualizada del FMI para el año 2011), el Índice de Kaitz Ajustado y corregido por Paridad de Poder de Compra es de 0,316. Es decir, en el límite de un mini-salario mínimo. Además, de ajustarse según la fórmula inflación esperada más productividad, el Kaitz Ajustado quedaría en 0,307, o sea sin cambios sustantivos, en la vecindad del mini-salario mínimo y en su nivel más bajo desde 1989.
Considerando las evidencias citadas, hay una deuda de arrastre no despreciable respecto al monto mismo del salario mínimo. Nuestro país, con anchas espaldas financieras y en medio de una carrera desenfrenada al desarrollo, no tiene reparos en mantener sueldos en un mini-nivel. Pero esto, sin duda, es sólo una arista de la vastedad del problema. En realidad, la deuda principal está con la resolución de las necesidades básicas de los trabajadores que reciben el mínimo imposibilitando alcanzar la esquiva calidad de vida.