Publicada en Latfem el 25 de octubre 2019
Por Andrea Sato Jabre, investigadora Fundación SOL
Foto: Teresa Arana
Chile ha vivido días de convulsión social, desde el aumento del pasaje en el transporte subterráneo, a $830 (67 pesos argentinos) el 7 de octubre, hasta el día de la primera evasión masiva una semana después, a la actualidad parece ser que Chile es un país diferente. Lo que había comenzado como una protesta que muchos medios y representantes del empresariado tildaban como “infantil”, se convirtió en la mecha para prender el fuego interno de miles de chilenos y chilenas, que han llenado las calles manifestándose de diversas formas, imaginando nuevos mundos que nos invitan a recuperar nuestras vidas.
Toda la semana, en los noticieros, matinales y distintos medios de prensa, hemos escuchado hablar de crisis en el país, de la catástrofe de las manifestaciones, las elites del poder que hoy ven tan claramente un quiebre en el “contrato social”, fueron ciegos a la crisis más importante que se colaba por la rendija a los hogares, la crisis de la vida. La insostenibilidad de la reproducción básica de los hogares, se refleja en el endeudamiento sistemático de los hogares, 4 millones 583 mil personas morosas, que mantienen un monto de morosidad promedio que alcanza el $1.818.339 (147.587 pesos argentinos) en un país donde su mediana salarial no supera los $400.000 (32.466 pesos argentinos). La deuda de los hogares, es directa consecuencia de la mala distribución de la riqueza y los bajos salario. Hoy en Chile, el salario mínimo es de $301.000 (24.431 pesos argentinos), lo que se contrapone a las ganancias mensuales del 0,01% más rico del país, que alcanza un ingreso de casi $600 millones de pesos (48.709.369 pesos argentinos), esto refleja la pésima distribución de la riqueza, lo que ha sido la génesis de la protesta social que se vive en Chile por estos días.
Los hogares en Chile, no sólo deben costear el alza del transporte, deben costear una vida que no logran reproducir, los bajos niveles del salario, el endeudamiento sistemático, y la grosera acumulación del capital sobre el trabajo y el territorio chileno, son las claves para entender un estallido social que nos ha devuelto la dignidad como pueblo.
Quienes hoy se manifiestan –y son masacrados por militares y policías desplegados por el país- es la clase trabajadora, estudiantes, pobladores/as, son quienes veían y vivían esta crisis, antes de que la elite se diera cuenta, es la población atropellada por décadas, quienes descubrieron en la acción colectiva un sentido de lucha, respondieron con unidad a décadas de individualismo obligado por la dictadura del capital.
La crisis de la vida, de la sobrevivencia, es el diagnóstico para entender los días de protestas populares, la recuperación del buen vivir para las personas es la solución y la colectivización la herramienta. En días donde la seguridad es incierta por la fragilidad de la “Democracia”, cuando la acumulación capitalista sobre nuestra vida ha quedado en evidencia, sólo nos queda resistir y confiar en que la revuelta es dignidad para nuestro pueblo.