En estos días Sebastián Piñera se encuentra de visita oficial en Italia. Entrevistado por el diario italiano más importante, “Il Corriere della Sera”, afirmó tener muchas diferencias en temas valóricos respecto a su homólogo italiano, Silvio Berlusconi. Si bien esto puede ser cierto, al mismo tiempo hay un lazo más profundo que une a ambos mandatarios, y que tiene que ver con el vaciamiento de la política que han provocado y provocan sus estilos de gobernar.
No es fácil hoy en día ser un italiano en el exterior. Para nadie sería grato tener su propio primer ministro o Presidente de la Republica (aún no habiéndolo votado) procesado con juicio inmediato por abuso de poder y prostitución de menores de edad.
Sin embargo, los presentes acontecimientos que interesan a él y los festines sexuales con menores de edad en sus varias casas, son sólo el último acontecimiento, vergonzoso, de algo que empuja a reflexiones más generales. Para decirlo en pocas palabras: Berlusconi es expresión del decaimiento y crisis de la política, que se manifiesta actualmente en Italia y en el mundo. Vamos a ver en qué sentido.
Berlusconi es un fenómeno que viene desde lejos, y empieza a ocupar el escenario público al comenzar los años ’70.
Es el empresario que se hizo rico a través de la especulación edilicia y que, con el muy probable aporte de la mafia siciliana, construyó Milano 2 y Milano 3, grandes “barrios independientes” y alejados de la bulla ciudadana para los nuevos ricos de Milán.
Es el empresario que fundó el primer canal nacional privado de televisión, hasta devenir dueño de la principal cadena de televisiones privadas en el país: con ella importó miles de teleseries gringas y brasileñas, dio vida y fomento a la farándula, con sus frivolidades, escándalos y programas en los que se puede ganar plata fácil.
Es el empresario que compró diarios, seguros, editoriales y que al final de los años ’80 compró al Milán, equipo de fútbol muy popular y lo llevó hasta las cumbres del balompié internacional (¿recuerdan a Gullit, Rijkaard, Van Basten, Arrigo Sacchi y su “fútbol total?).
Berlusconi no es un “loco” solitario: es un modelo. El empresario que se construye solo, a pesar de las leyes y restricciones colocadas por el Estado; el empresario que con la plata lo puede todo y que considera todo una mercancía a disposición para ser vendida o comprada: mujeres, trabajadores, medioambiente, etc.; el empresario exitoso, eternamente joven y circundado por bellas mujeres; el empresario que sabe comunicar y llegar directamente a la gente a través de sus propios medios de comunicación; el empresario hiperactivo, que cumple y hace las cosas bien. ¿Les recuerda algo o alguien?
El sociólogo inglés Colin Crouch utiliza el concepto de “posdemocracia” para describir el estado actual de nuestras sociedades políticas occidentales: la democracia estaría garantizada en la forma pero siempre menos en su sustancia, aplastada por la invasión de los intereses económicos privados en el espacio público y por la falta de participación de las masas.
En este marco la política se reduciría a un espacio vacío, dominado por fenómenos de personalización y mediatización. Los partidos, reducidos a una persona que se comunica a través del video con los ciudadanos; los ciudadanos, considerados meros “espectadores” televisivos y, en la mejor de las hipótesis, objeto de sondeos de opinión. Toda hipótesis de “control social” sobre las decisiones que tienen que ver con el conjunto de la sociedad, esencia de cualquier sana democracia, se marginalizaría en tanto superflua e inútil.
Berlusconi ha significado todo eso para Italia. ¿Estamos seguros de que sea un fenómeno lejano y limitado a ese país?
El elemento interesante del relato es que los actores tradicionales del cuadro político italiano que no lo apoyaron, tampoco supieron hacer nada para contrarrestar esa tendencia. En particular, gran responsabilidad la tuvo la izquierda.
El relato irreal y conciliatorio de Francis Fukuyama con su “fin de la historia” entusiasmó a la gran mayoría de los dirigentes de los partidos de izquierda italianos: el lento declinamiento y derrumbe de la URSS demostraba claramente que no había más necesidad de plantear una alternativa, que el mercado había definitivamente ganado y que había que adaptarse y cabalgar sus altos y bajos, a lo mejor poniendo un parche a sus efectos más indeseados.
La izquierda política italiana ha creído, entonces, que hablar de trabajo, de su calidad y de sus derechos como eje de una estrategia alternativa de desarrollo, fuera una cosa del pasado, ligada al siglo XX y fuera de moda: la empresa y sus exigencias eran ahora la nueva frontera de un discurso moderno y responsable.
En esos trastornos políticos y culturales se ha alejado de su base social y ha dejado de encontrar en ella las razones y los argumentos para un proyecto político alternativo: los trabajadores italianos votan ahora para Berlusconi y la derecha, mientras esperan “el chorreo”, que ojalá le reserven la suerte y los juegos televisivos (¿Quién quiere ser millonario?).
Eso es lo que ha pasado a 15 mil kms. de aquí: ¿estamos seguros de que esté tan lejano?
Necesitamos volver a empoderarnos de la política, darle nueva sustancia y sentido. Necesitamos que nuevamente pueda volver a ser el instrumento a utilizar para mejorar nuestras condiciones de trabajo y de vida, el espacio esencial en el cual pensar y construir una sociedad justa en la cual “el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”.
¿Cómo? El debate está abierto, pero, por favor, ¡apurémonos!
Esta columna fue publicada el 2 de Marzo en El Mostrador