Una vez más, lo que no se dice es lo que importa: supeditar el proceso de reformas a la tasa de crecimiento puede leerse también como la renuncia a todo intento de acción sobre la desigualdad en lo que queda de administración bacheletista.
Pero como hizo ver Camila Vallejo en un twitter de inmerecidos cuestionamientos, la escasez no se origina solo en la desaceleración de la economía, sino en la estructura distributiva. Si un 2,5 % de crecimiento no es suficiente para financiar una expansión fiscal no es solo porque esa cifra sea baja, sino porque en el ordenamiento actual no alcanza más que para sostener la rentabilidad de los grandes negocios, objetivo principal de la orientación económica vigente.
Para el Estado neoliberal la necesidad de tasas de crecimiento más altas no está dada, primariamente, por que ella asegura los recursos para el gasto público, sino porque luego de asegurar la rentabilidad privada puede dejar disponibles fondos para políticas sociales.
De ese modo, la corrección de las expectativas de crecimiento se ha transformado en el argumento central de un giro en la disputa de sentidos que organizan la actividad política. La economía recibe allí una atención obsesiva. Una vez tecnocratizada y ubicada como un reino autonomizado de todo lo demás (en especial de lo político), se convierte en el habla del poder, y como tal reclama un lugar de sensatez y razón institucional desprovisto de todo contenido ideológico. Una vez más “la medida de lo posible”, como límite estructural de la política, emerge de un realismo económico que se ofrece como verdad incuestionable. Una vez más la demanda social se ubica en el lugar de la irrealidad, en el supuesto imperio de deseos de unas mayorías infantilizadas por el discurso oficial. Así se disfraza lo que no es otra cosa que un giro conservador y una renuncia al programa, marcadas primero por la llegada de la dupla Burgos-Valdés a las carteras de Interior y Hacienda, el nombramiento del otrora ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre en la Segpres, y luego por el discurso de la Primera Mandataria el pasado viernes. Sin embargo, tanto la cuestión de la disponibilidad de recursos como el carácter ideológico del giro, pueden someterse a examen. LO QUE HAY, NO SE TOCA En las reglas del neoliberalismo, la economía se promueve como un conocimiento de superioridad absoluta, que funciona como fijación de los límites de lo posible: una coyuntura internacional sobre la que resulta imposible responsabilizar al gobierno, se constituye en límite de la política. Los “expertos” han comenzado a repetir que el problema no es la política, sino la economía. Para el economista de Fundación Sol, Gonzalo Durán, esto ocurre cuando las discusiones se aíslan de un contexto más amplio y acabado, “que tiene que ver con cuál es el de desarrollo país que nos fijamos de aquí a los próximos 30 años”.