Por Micaela Lobos
Cuando no se trata de cobre, son pocas las veces en que los ojos de la élite chilena -la que vive en la Capital, la que organiza y decide cómo será Chile, la que concentra el poder económico y político- están puestos en el norte. Esta vez fue el esperado terremoto lo que obligó a todo el país, incluso parte del mundo, a centrar su atención en una ciudad pequeña, cuyos habitantes fueron los más afectados: Alto Hospicio.
Y todo Chile está siendo testigo de una situación catastrófica (aunque cada día más olvidada), de los derrumbes de viviendas, del dormir en carpas, de la prolongada falta de agua potable, de la subida del precio del kilo de pan, del aislamiento. Sin embargo, no toda esta catástrofe se inició con los 8,2 de magnitud del terremoto pasado, sus causas son mucho más profundas que el epicentro del mismo sismo: un modelo de desarrollo económico con un crecimiento que solo funciona para unos pocos. Modelo que por estos días no hizo más que demostrar que hasta los desastres naturales azotan más fuerte a quienes sufren las peores condiciones materiales de vida.
Según proyecciones del Fondo Monetario Internacional Chile alcanzaría este 2014 un ingreso PIB per cápita de US$ 20.600, ingresando al grupo de países desarrollados. Pero estas cifras contrastan con las abismantes diferencias de ingresos, donde el 5% más rico de la población gana 257 veces más que el 5% más pobre. De hecho, solo hace algunas semanas la OCDE, “grupo de los países ricos” y del que Chile forma parte, señalaba en un informe que nuestro país es el más desigual del grupo.
Y es precisamente la desigualdad lo que salta a la vista cuando un terremoto castiga a toda una región del país y los más expuestos son aquellos que han recibido la tajada más pequeña de la torta. Según la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos (NESI), la mitad de los trabajadores de Alto Hospicio gana menos de $251.127 al mes, cifra que contrasta con el ingreso PIB per cápita de la Región de Tarapacá que alcanza los US$23.410, uno de los más altos de Chile junto a la región de Antofagasta con US$45.111. A este bajo valor del trabajo, se suma la deficiente calidad de los empleos, con una alta presencia de subempleo (es decir, personas que quieren y pueden trabajar más horas, pero no encuentran más empleo) y un 25,8% de trabajadores bajo formas precarias de contratación: subcontratación, suministro o enganche de trabajadores. Todas modalidades de bajo costo para la empresa y que implican menores ingresos para sus trabajadores, lo que también incide en una menor posibilidad de formar parte de sindicatos y defender derechos colectivos.
Alto Hospicio, una localidad que se ubica solo a pocos kilómetros de la principal riqueza de Chile, el cobre y de sus mineras Cerro Colorado y Doña Inés de Collahuasi, debe lidiar no solo con bajos salarios, sino que también con una tasa de pobreza del 20,8% (CASEN 2011) y una educación municipal de apenas 3%, la más baja del país (Mineduc, 2012).
Toda esta paradójica situación evidencia que solo a unos cuantos bolsillos llega la riqueza que se extrae de esta tierra, porque Chile no es un país de fortuitos contrastes, es un país intencionadamente desigual.
Las catástrofes no son exactamente naturales, las viviendas precarias, la marginación territorial y la pobreza, son factores que hacen más fuerte el impacto de la desgracia. Así lo demostró el reciente terremoto, que en algo logró agrietar la poderosa fachada de país desarrollado, dejando entrever la desigualdad que habita dentro de Chile.