Ruth Sanchez/Secretaria Fundación SOL
Una normal jornada laboral
Un día normal de trabajo comienza a las 8.00 junto a una colaboradora que es técnico en educación parvularia. Ella me apoya en la realización de la rutina ya que el grupo es muy numeroso: trabajamos con 45 niños de 5 a 6 años, que son dependientes todavía.
Juntas recibimos a los niños en la sala, esperamos 10 minutos por los atrasados y luego comenzamos la oración diaria, por un período de aproximadamente 10 minutos, todos los cursos hacen lo mismo. Luego revisamos en conjunto con los niños, el día, el mes, el año en que nos encontramos, todo esto con el fin de que los niños se ubiquen temporalmente. Terminado este trabajo los llevamos al baño para formar hábitos higiénicos. De regreso en la sala, desarrollamos alguna de las actividades de estimulación propuestas en la planificación mensual elaborada por mí y revisada por la jefa de UTP.
Después viene un período de colación donde los chicos ordenadamente sacan sus colaciones y las reparten y comparten en las mesas… después dicen una oración para bendecir los alimentos y se los sirven. Existe una minuta de alimentación sana para evitar la chatarra.
Posteriormente vamos a recreo el que dura aproximadamente 20 minutos, en este período estamos ambas tías con los niños en el patio. Al término vamos al baño nuevamente y luego regresamos a la sala para una 2º actividad variable entre un momento y otro: repasamos el repertorio de canciones, de poesías, de juegos motores… con este recurso se pretende mantener al niño concentrado, guiando su atención en forma lúdica y también controlar al grupo.
Una vez que terminamos esta segunda actividad a las 12:30 horas, despachamos a los niños a los furgones o bien a su familia en forma directa. Así me quedan 30 minutos al día para realizar los registros diarios de las actividades que realice durante la mañana, para anotar las evaluaciones de los trabajos que realizaron los niños, para planificar las actividades del día siguiente, y para realizar el material necesario para aplicar estas actividades. De hecho, entonces, mi trabajo se prolonga más o menos hasta las 14:00, hora en que debo retirarme para que entren los niños de la tarde… es decir que debo quedarme una hora adicional a mi horario que no es remunerada y además voy a terminar el trabajo finalmente en mi casa. En todo eso la asistente debe almorzar para reintegrarse a la rutina de la tarde, así es que no me puede ayudar.
Cuando salgo de mi pega, me convierto en la madre de mis niños, a quienes voy a recoger al colegio.
Lo bueno y lo malo del trabajo
Realizar las actividades con los niños es lo que más me entretiene, sin embargo el alto número de niños que tenemos por curso, son 45, imposibilita una relación más fluida, más personalizada con cada uno de ellos, cosa que me encantaría. El trabajo se trasforma en un constante empuje de un colectivo hacia una meta y no hay tiempo para las individualidades. Cabe destacar, además que por la etapa de desarrollo por la que cruzan los niños (5 años), ellos son tremendamente egocéntricos y por lo tanto no ven a los demás compañeros y exigen satisfacer sus demandas sin considerar al resto… lo que sumado al alto número de niños por curso, hace que el trabajo que realizamos lo ejecutemos bajo presión constante… y eso gatilla el stress en muchas de las tías. Claro está que la pega mejoraría con un par de manos adicionales o con menos niños por curso.
A pesar de las condiciones que describo siempre es posible vincularse afectivamente con los niños y ese cariño se mantiene a través del tiempo, yo lo noto cuando cruzo el patio del colegio y me encuentro con los niños que tuve en años anteriores recibo su cariño, ya que me buscan y saludan afectuosamente, me dejan la sensación de haber hecho bien la pega, de que se crearon lazos.
“Me gusta lo que hago”
Decidí ser educadora porque salí del colegio y me casé tempranamente… pronto tuve mi primer hijo y no sabía nada de niños, me dio miedo hacer mal las cosas y decidí aprender de los niños estudiando esta carrera. Al principio lo vi como una solución a mi desconocimiento pero luego me di cuenta que disfrutaba con las prácticas que nos hacían hacer. Al poco tiempo de estar en el Pedagógico me di cuenta que era una carrera potente… ahora que llevo mucho tiempo en esto se que no me equivoqué.
Tengo claro que mi trabajo constituye un estímulo constante para mí. Los chicos me desafían a ser entretenida, me alegran y energizan… me gusta lo que hago. Desde mi pega aporto al desarrollo de los niños, pero más que nada siento que contribuyo a su formación psicológica. Me reconforta la idea de que soy una figura contenedora para los niños. Les doy un espacio para sentirse acogidos, seguros y protegidos.
No exagero si afirmo que me encariño cada año con cada uno de los niños del curso que me toca. Los niños son sinceros, espontáneos y afectivos… imposible no quererlos. Creo que el afecto es el sello que lo doy a mi trabajo, para mi es más fácil dialogar con los niños que con los adultos. Hago la pega con ganas y aunque me acuesto agotada, lo hago con la sensación del deber cumplido… a pesar de ese cansancio, el día después me levanto y me dan ganas de volver a verlos.
“A los superiores les gustan las personas pasivas”
Con mis compañeros de trabajo la relación es positiva, se desarrolla un ambiente grato que ocasionalmente se interrumpe cuando los más proclives a los jefes llevan información nuestra y la exponen descontextualizada, lo que nos genera angustia y malos ratos.
Relacionarse con los superiores es lo más difícil de mi trabajo, las comunicaciones son escasas, tergiversadas, y no hay evaluaciones sobre los procesos que realizamos ni sobre las personas que las ejecutamos… eso es malo para nosotros ya que genera desconcierto y dudas constantes en lo que se hace. Se estila formarse una idea de cada uno de los profesores a través de comentario de pasillo, donde se mezclan aspectos de la vida personal con lo profesional. De esta manera los directivos toman imagen de cada uno de los profesionales con los que trabajan sin dar posibilidades a refutar o confirmar cualquiera de estos comentarios.
Cuando estoy con los directivos siento que no pertenezco, que no calzo en esa estructura, que no tengo el perfil que ellos necesitan, que es de una persona que dice si a todo, que no contradice, que no presenta interés por innovar o por criticar lo que se hace. A ellos les gustan las personas pasivas. Un ejemplo de eso son las capacitaciones que tenemos que realizar..
El colegio nos envía a capacitaciones que se realizan a través del SENCE… y vamos a cursos de inglés, de computación, de manejo de conflictos y sobre temas técnicos relacionados con el trabajo con párvulos. Sin embargo son cursos impuestos, frente a los cuales no tenemos posibilidad de manifestar nuestros intereses y/o necesidades. Por eso los debemos realizar con escasa motivación. Además en algunas ocasiones me ha correspondido asistir a cursos de bajo nivel técnico, donde el requerimiento no supera los estándares ya manejados… si a esto le sumamos el calor que derrocha el mes de enero, que es el mes en que nos mandan a los cursos, está clarísimo que esas capacitaciones son tiempo y recursos absolutamente perdidos.
El sentido de la democracia
Otro problema, como decía antes, es que en este colegio faltan evaluaciones objetivas… eso produce la sensación de inseguridad laboral constante… por lo tanto el fantasma del despido es fuerte para todos los profesores y al final del año, entre pascua y año nuevo entre los profesores se genera un clima de alto estrés… y de fuerte individualismo también. Y eso del individualismo es un problema que no está solo en mi trabajo sino que en toda la sociedad.
La tendencia individualista que observamos en nuestro espacio social no corresponde al ideal de vinculación humana. La desconexión del grupo nos debilita, nos convierte en agentes sociales sin peso y sin representatividad. Yo creo en los sistemas funcionando coordinadamente, con funciones delimitadas en cada uno de ellos pero en armonía con el resto. Eso pesa más que miles de átomos disgregados.
Por ello creo que es importante sindicalizarse, porque los sindicatos velan por nuestros intereses. Como lo hace el nuestro con los profesores en el momento de los despidos, que generalmente suceden a fin de año... en ese periodo asesoran y guían y acompañan a los profesores que se encuentran en ese trance. Y haciendo eso defienden a nuestra democracia.
Yo valoro y reconozco el sentido de la democracia porque viví en dictadura… los políticos son un mal necesario para la democracia, ya que se necesitan personas que nos representen. Aunque en la actualidad no siento que me represente ningún partido, y creo que eso le pasa a muchos chilenos, sigo votando en contra de quienes estuvieron vinculados con la dictadura militar como una forma de protegerme de lo que representan… es como cuando se descubren antecedentes penales a una persona, esa marca todos la van a considerar por siempre… eso me pasa, los veo marcados…