La crisis social y política que presenciamos hoy en Chile no se inaugura en la pandemia del COVID-19, tampoco durante el estallido social de octubre. La crisis sistémica que hoy afecta a los hogares de la clase trabajadora nace de las entrañas del modelo de acumulación reinante. La crisis de sostenibilidad de las vidas, es la manifestación del desgaste de una estructura que se construye sobre la explotación de muchos/as para el beneficio de pocos. La crisis es endógena al sistema y con su avance evidencia la incompatibilidad que tiene con la propia reproducción social.
La pandemia del COVID-19 ha permitido evidenciar los límites de este proyecto de acumulación global y el ataque permanente a las vidas para mantener sus niveles de ganancia. No existe punto de encuentro entre este sistema ideológico, político y económico con el bienestar de la clase trabajadora. Ante el ataque permanente a la vida, la defensa y preservación de los cuidados se vuelve fundamental. El discurso neoliberal sostiene que las personas somos seres independientes, racionales, autosuficientes y por sobre todo capaces de “triunfar” en el mundo sólo gracias a nuestros talentos. En este relato los seres humanos somos competitivos en el marco de una economía global. Este discurso ideológico se ha profundizado y nos ha llevado a pensar que las personas no necesitamos a la sociedad. Pero no es sólo un discurso, se materializa en políticas públicas que desfinancian cada vez más los derechos sociales para ponerle precio en el mercado con la excusa de la eficiencia y productividad.
Durante la pandemia del COVID-19 todas las áreas vinculadas al cuidado empezaron a tener mayor notoriedad, las actividades que habían sido desvalorizadas, invisibilizadas y marginalizadas, hoy son las labores clasificadas como “esenciales”, pero ¿no lo fueron siempre? Las labores de limpieza, de cuidado a otros/as, la agricultura y distribución de alimentos son y han sido las labores que sostienen la vida, no sólo al interior de los hogares, sino que también en el espacio público. Son estas labores las principales para el desarrollo social en su conjunto, es por eso que en este escenario también se cuestionan las concepciones relacionadas al trabajo y su valor ¿Cuáles son las actividades más valoradas social y monetariamente? ¿Es útil en este contexto un empresario especulador de la bolsa? ¿Cuánto valor tiene una enfermera, una agricultora y una madre cuidadora? ¿Es monetarizable?
Para repensar una apuesta política transformadora, necesitamos políticas donde los cuidados – y las personas que los garantizan- sean el centro y eje transversal de cualquier acción. Priorizar el bienestar social es imprescindible para construir mecanismos de solidaridad que permitan enfrentar la actual crisis de acumulación. En ese sentido, reorganizar el sistema social y económico para impulsar políticas de cuidados en los hogares, en las comunidades y en los servicios públicos, se vuelve una actividad fundamental para todas las organizaciones que luchamos por un horizonte emancipador. La disputa por lo público (los comunes) es una disputa política. Recuperar lo público para estar a disposición del cuidado y de los derechos sociales, es urgente ante la arremetida mercantilizadora, que busca profundizar su capacidad de acumulación en plena crisis.
Comprendernos como seres sociales, interdependientes dentro del gran tejido social, es disputar las nociones neoliberales de la autosuficiencia y competencia, es priorizar el cuidado colectivo por sobre la acumulación de los mercados, es recuperar lo público para el bienestar social y no para la ganancia de privados. Tras siglos de explotación sobre la naturaleza y los cuerpos de la clase trabajadora, que la crisis la pague el capital y con eso financiemos los cuidados de nuestro pueblo.