Publicada en El Desconcierto el 10 de julio 2014
Por Patrizio Tonelli, investigador Fundación SOL
Junto con las paralelas reformas al sistema de educación, previsión social y salud, el Plan Laboral ponía las bases del nuevo modelo de acumulación capitalista chileno, transformando los derechos sociales en bienes de consumo y en territorio de conquista para el mercado y el negocio de las empresas privadas (AFP, ISAPRES, Colegios particulares subvencionados, etc.). Más en profundidad, sin embargo, el Plan Laboral llegaba para poner bajo clave este modelo y su correspondiente correlación de fuerza entre capital y trabajo, reduciendo científicamente la posibilidad para los trabajadores de poner en discusión ese equilibrio y de disputar la distribución de la riqueza y del poder en la sociedad chilena. Después de la “anarquía” vivida en Chile entre los años ’60 y 1973, se necesitaba restablecer y asegurar de forma incontestable el orden y el unilateralismo empresarial.
Por estos motivos, evidentemente, el Plan Laboral ha funcionado y gustado mucho a nuestras clases dirigentes dado que, excepto pequeños maquillajes, aún representa la matriz de nuestro modelo de relaciones laborales. En este sentido no es extraño que en los países europeos atravesados por la crisis y azotados por las políticas neoliberales (Grecia, España, Italia, por ejemplo) se retomen algunos elementos constitutivos de ese orden: la descentralización y restricción de la negociación colectiva, la restricción y criminalización del derecho a huelga, entre otros.
Los últimos meses han registrado en Chile una creciente conciencia de la necesidad de poner en discusión el Plan Laboral, denunciando sus catastróficos efectos sobre la acción distributiva de los sindicatos o su falta de adecuación a los Convenios internacionales de la Organización Internacional del Trabajo. Junto con la denuncia, sin embargo, es urgente preguntarse sobre cómo las organizaciones sindicales, la ciudadanía comprometida y las instituciones tienen que enfrentar el desafío de su reforma. ¿Bastarán algunos parches? ¿Bastará invocar un genérico fortalecimiento del movimiento sindical? ¿Será útil volver al antiguo código del 1931? ¿será suficiente con terminar con el reemplazo de trabajadores en huelga? De esta forma el aniversario número 35 del Plan Laboral debe ser también una ocasión para profundizar en las estrategias para su definitiva superación.
Asumiendo la necesidad de borrar ese texto dejándolo como un infausto recuerdo en los libros de historia, hay que tener claro también que las respuestas a estas preguntas no están lejos, inscritas en algún hito sindical internacional o contenidas en algún texto mágico del derecho laboral. Si miramos los acontecimientos que han marcado nuestro país durante los últimos años nos damos cuenta que la posibilidad de encontrar nuevas formas de regulación pasa por algunos conflictos que se han dado y que se están dando a partir del año 2007: la lucha de los contratistas de CODELCO, de los portuarios y de los peonetas de Coca Cola, entre otros más.
El Plan Laboral ha funcionado y gustado mucho a nuestras clases dirigentes dado que, excepto pequeños maquillajes, aún representa la matriz de nuestro modelo de relaciones laborales.
En 2007 la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) logró, luego de una huelga de 37 días, echar abajo las arbitrarias restricciones del Plan Laboral y poner en marcha una negociación colectiva que superaba las distintas empresas contratistas e interpelaba al directo y verdadero responsable de los bajos sueldos y de las pésimas condiciones laborales de los trabajadores subcontratados: la mandante, CODELCO. El “acuerdo marco” firmado en esa circunstancias entre la CTC y CODELCO, que sigue renovándose en el tiempo, ha representado un hito histórico para el movimiento sindical postdictadura, abriendo las puertas para una negociación colectiva por sobre la empresa que el actual código impide.
La estrategia de la CTC sigue difundiéndose en el rubro minero atacando durante este 2014 también a los gigantes transnacionales de la minería privada. El “acuerdo marco” firmado con Angloamerican en abril de este año representa la continuación y reafirmación de un camino positivo y posible.
A partir del año 2012 los puertos chilenos han conocido un progresivo fermento y el fortalecimiento de una nueva sigla sindical, la Unión Portuaria la cual ha logrado aglutinar bajo algunas reivindicaciones comunes a los portuarios del norte, del centro y del sur. Pago retroactivo de la media hora de colación, solución al desamparo de los trabajadores de los puertos licitados de forma privada, reforma de la seguridad e higiene portuaria, reforma de la seguridad social, son algunos de los puntos clave de una acción transversal que ha logrado entablar mesas de diálogo, negociaciones colectivas de hecho, entre trabajadores y empresarios de distintas empresas, superando otra vez las restricciones contenidas en nuestro código laboral.
La intensa solidaridad vivida por los portuarios se ha traducido también en el redescubrimiento de una importante herramienta histórica del movimiento obrero: la huelga de solidaridad. Lejos, nuevamente, de las restricciones del código laboral que limitan su ejercicio al solo momento de la negociación colectiva, la huelga volvía a afirmar su carácter genuinamente más político de instrumento que une y afirma el punto de vista de los trabajadores independientemente de su problema concreto. En este sentido la huelga solidaria que ha unido los problemas de Mejillones con los puertos de San Antonio, San Vicente, Iquique, Antofagasta entre otros, ha dibujado un escenario imprevisto que ha sido fuente de pánico entre los empresarios. Como recitaba el comunicado de una empresa del puerto de Iquique en enero de este año: “Los trabajadores sindicalizados de nuestra empresa han comenzado una paralización ilegal y de carácter indefinido. La referida paralización, según han manifestado los dirigentes sindicales, se debe a la circunstancia de prestar apoyo al movimiento del Puerto de Angamos y del Puerto de San Antonio, entre otros, conflictos que claramente no tienen relación alguna con la administración de nuestra empresa y se traducen en un evento de fuerza mayor; lo que escapa absolutamente de nuestro control y nos imposibilita de efectuar labores portuarias durante este período”.
En junio de este año los conductores y peonetas que trabajan en empresas contratistas de Coca Cola para distribuir sus bebidas a todo Chile, comenzaron una negociación colectiva con un objetivo muy significativo: a pesar de trabajar para empresas distintas y en diferentes territorios, los trabajadores reivindican un “sueldo por oficio” es decir,condiciones igualitarias en sus remuneraciones. Una vez más, rompiendo las limitaciones de un código laboral que apuntaría a mantenerlos fragmentados y divididos cada uno en su empresa, la aspiración solidaria de los trabajadores subcontratados impone un punto de vista y una práctica unitaria que les permite acumular poder y capacidad negociadora para revertir una condición de fuerte precarización de sus condiciones de vida y de trabajo.
En estos ejemplos, que afortunadamente no son los únicos, encontramos organizaciones sindicales que “practican el objetivo”, que demuestran la legitimidad y la posibilidad de realizar cambios radicales a nuestro modelo de relaciones laborales: reivindican que la negociación colectiva salga del estricto marco de la empresa, apelando a una reunificación de los trabajadores de una misma rama productiva; apelan a la incorporación de trabajadores eventuales a las negociaciones de sindicatos de empresa; negocian directamente con las empresas mandantes y responsables de las largas cadenas del subcontrato; utilizan la huelga como instrumento político, es decir, como forma de reconstruir solidaridad y no solo como solución de una negociación colectiva.
Lejos de esperar alguna intervención externa y salvífica de la ley, estas organizaciones sindicales se han atrevido a pensar y actuar de forma autónoma y nos muestran concretamente cuáles son los caminos a seguir para superar el Plan Laboral y construir las premisas para el desarrollo de un movimiento sindical realmente fuerte y actor protagónico de las decisiones de fondo de nuestro país. ¿Seremos capaces de seguir esta senda?