Poder leer el mundo del trabajo en clave feminista es urgente en los tiempos que corren, el trabajo mirado desde las gafas moradas, nos entrega un marco de análisis que permite entender las diversas precariedades que nos atraviesan. La explotación del capital, sobre nuestras casas, territorios y cuerpos; la deuda como desposesión, la mercantilización de nuestros derechos y la permanente criminalización a los movimientos migratorios y a la protesta social.
Columna publicada en El Desconcierto, el 8 de marzo de 2019
Por Andrea Sato, investigadora de Fundación SOL.
El 8 de marzo nos hace una invitación a pausar. Históricamente hemos sido las mujeres las encargadas de mover el mundo, a partir de nuestro trabajo invisibilizado y desvalorizado. Desde tiempos ancestrales, hemos cuidado la vida en toda la extensión de la palabra, desde la tierra hasta las personas que la habitan. Somos quienes trabajamos la tierra, siempre de propiedad de otro, pero no tenemos derecho a disfrutarla de manera segura por temor a no volver. Las mujeres, hemos sido las constructoras silenciosas de las ciudades, las familias y las comunidades.
El trabajo, ha sido el centro de la producción y reproducción de la vida. Poder leer el mundo del trabajo en clave feminista es urgente en los tiempos que corren, el trabajo mirado desde las gafas moradas, nos entrega un marco de análisis que permite entender las diversas precariedades que nos atraviesan. La explotación del capital, sobre nuestras casas, territorios y cuerpos; la deuda como desposesión, la mercantilización de nuestros derechos y la permanente criminalización a los movimientos migratorios y a la protesta social.
Observar el trabajo desde un ciclo más amplio, nos permite comprender con otra óptica la crisis que atravesamos, pero también tejer resistencias y sentidos diversos ante las luchas que toca dar. Las zonas de sacrificio, la feminización de la pobreza, la invisibilización del trabajo doméstico y de cuidados son parte de un relato que se entronca con la defensa del buen vivir. En este escenario complejo se nos exige posicionarnos, organizarnos para recuperar todo lo arrebatado, para resistir al despojo y construir rebeldías desde lugares impensados. Es esta mirada transversal, la que debemos usar como herramienta para posicionarnos políticamente. Visibilizar y valorizar las distintas formas de explotación, en la fase de acumulación actual del capitalismo, demanda que nos preparemos e imaginemos nuevas formas de vivir la vida y resistir los embates del capital.
El movimiento de mujeres hoy en Chile y a nivel internacional, es el resultado de su propio devenir histórico, es la historicidad del movimiento lo que recuperamos al manifestarnos, defendemos nuestros derechos y también nuestro tiempo de placer, nos enfrentamos a la explotación para recuperar una vida que merece ser vivida. El 8 de marzo, no sólo pausamos para visibilizar lo importante que somos como fuerza de trabajo, también lo hacemos para disfrutar nuestros tiempos en rebeldía, pausamos y sabemos que no todas pueden pausar, pausamos para que en un futuro todas tengamos derecho al tiempo. Pausamos para seguir tramando nuestras revoluciones.
En el movimiento feminista no todas somos iguales, y no estamos atravesadas por las mismas violencias; como decía Rosa Luxemburgo “Quien no se mueve no siente las cadenas”, no todas estamos sujetas a las mismas ataduras , pero la politización de lo personal, de la vida cotidiana, del tiempo de trabajo, nos obliga a enfrentarnos con nuestras propias cadenas y observar las de las compañeras. Por un 8 de marzo en que todas podamos encontrar nuevas formas para destruir las cadenas.